Filomena añade más leña al fuego
Los bomberos enfilan una de las temporadas de incendios más complejas que se recuerdan. El invierno ha abonado la meseta de combustible seco y el centro peninsular es una gasolinera a punto de estallar con la mecha del calor
Nos pensábamos que Filomena había quedado reducida a un puñado de postales blancas candidatas a vestir el gotelé de los bares castizos del futuro. Pero la borrasca más mediática del último siglo en España ha dejado los bosques del centro de la península como una auténtica gasolinera. Abonados con combustible vegetal susceptible de arder a la mínima chispa. Filomena tiene a los bomberos en alerta, ya preparados para escuchar la sirena, prólogo de las llamas. «Nuestro objetivo es que este verano sea lo más normal posible, pero el escenario de partida es especialmente difícil», reconoce a ABC Agustín de la Herrán, jefe del Cuerpo de Bomberos de la Comunidad de Madrid.
La urgencia por descongelar Madrid en aquellos días de enero hizo imposible entonces vaticinar las consecuencias a largo plazo que la borrasca podría ocasionar en los bosques. Con más de 30 centímetros de nieve en la Puerta del Sol a cualquiera le daba por pensar en los incendios del verano. Pero los copos se fueron instalando en las copas de los árboles y, vencidos por el peso, muchos terminaron desarraigados, tumbados sobre el suelo forestal. «El árbol vivo que ‘mató’ Filomena ahora está sobre el terreno y desecándose. Le queda poca humedad en el interior y cuando el combustible es fino arde a una velocidad salvaje. Aquello va corriendo que no lo coges», explica De la Herrán a este diario.
Una meseta inflamable
Bomberos y técnicos de medioambiente han trabajado de la mano y a contrarreloj para desbrozar el suelo forestal de las zonas más afectadas por la nevada. Han compartido cartografía. Solo en Madrid, han actuado en 1.400 hectáreas más que en un año ordinario, concentradas en el este y el sur de la región, las zonas más dañadas.
Pero la comunidad que preside Isabel Díaz Ayuso no es la única que ha hecho un esfuerzo extraordinario por retirar este material altamente inflamable. La cantidad de combustible es superior a la habitual en varias provincias de Castilla-La Mancha, Castilla y León y la Comunidad Valenciana. La responsable tiene nombre de mujer.
El parque natural de Los Cerros, en Alcalá de Henares, es uno de esos lugares devastados por la susodicha. Al adentrarse en sus profundidades se intuyen cicatrices recientes, pero también el esfuerzo de un equipo de profesionales incómodos tras las pancartas del ecologismo de oficina. «A mi no me gusta salir en los papeles», cuenta José Cuesta, técnico del área de Conservación de Montes de la Comunidad de Madrid. Este bosque, pulmón y lugar de paseo de los alcalaínos, ha sido una zona prioritaria para la limpieza. La naturaleza resiste –o como dicen ahora algunos –, es resiliente, pero el parque de Los Cerros está aún convaleciente tras la sacudida del pasado enero.
«Hay montes públicos muy transitados, como este, donde la retirada de maderas también era esencial para evitar accidentes civiles», dice Cuesta. «¿Lo ves?» –repite cada vez que se cruza con algún senderista– «un peligro auténtico». En Los Cerros, «los mayores daños se han producido en pinos viejos, de 60 a 80 años, en las áreas de mayor pendiente, los barrancos».
Repoblar este monte madrileño podría suponer varias décadas, pero con la temporada de incendios pisando los talones, el primero de los objetivos ha sido facilitar el acceso en áreas bloqueadas por grandes troncos, disminuir riesgos en zonas de uso público y evitar que las zonas arboladas se conviertan en un cenicero con la llegada de la temporada de incendios, que empieza el martes que viene. «El peor enemigo del monte es la burocracia», sentencia Luis del Olmo, director general de Medio Ambiente y Biodiversidad en la Comunidad de Madrid. A pesar de la actuación in extremis, del Olmo presume de haber hecho «cirugía fina» en lugares como este parque natural de Alcalá de Henares.
«Es imposible que nos haya dado tiempo. A pesar de las prisas por acelerar los trámites, se ha empezado a trabajar en abril. En condiciones normales, la actividad durante el verano se paraliza y el cuerpo de Bomberos se dedica única y exclusivamente a las labores de prevención y extinción de incendios, pero este año aún queda bastante combustible sin retirar. Los trabajos no han terminado», lamenta. «Nosotros nos hemos dedicado a los accesos, las fajas cortafuegos y la limpieza perimetral en pueblos y urbanizaciones».
Temores de un bombero
Este bombero madrileño relata que «no hemos conseguido reducir a cero el ‘efecto Filomena’, pero el trabajo ha sido arduo, muy duro». La temporada de incendios puede torcerse con la llegada de los vientos saharianos y las olas de calor, pero ¿cuál es el mayor miedo de un bombero? Que le toque enfrentarse a lo que en la jerga bomberil llaman «incendios no nobles». «Un bombero siempre tiene que tener todo su ser y sus cinco sentidos volcados en controlar las llamas que tiene delante. Cuando el fuego viene por detrás, puedes quedarte atrapado». Los peores incendios, cuenta, son aquellos con potencial de retorno, ‘incendios a saltos’, en los que a la espalda van quedando puntos en llamas y zonas verdes. La posición del bombero no es segura y «apagar este tipo de fuegos se convierte en un ‘sinvivir’. Hay muchos compañeros que han muerto así».
El bombero arrastra el cliché de ser el ‘amigo del hombre’ y no del medio ambiente. «Nuestra prioridad siempre va a ser salvar vidas, custodiar a las personas, pero inmediatamente después está la naturaleza. Actuamos en circunstancias hostiles, agresivas. Los que estamos por vocación somos naturistas, amantes del campo y la montaña, pero la cuidamos cuando la han hecho mucho daño, cuando está siendo agredida por el fuego». Una amenaza de agresión que cuando las ciudades duermen la siesta del estío, se multiplica exponencialmente en las zonas rurales. «Filomena no determinará los incendios de este verano pero es –y nunca mejor dicho– añadir más leña al fuego», alerta Ramón M. Bosch, experto de Tecnifuego, la Asociación Española de Sociedades de Protección contra Incendios.
Bosch apunta al abandono rural como uno de los factores que más agrava el riesgo de incendio. «Ahora el bosque campa a sus anchas, está más descuidado. La gente que vivía en el campo se ha marchado a las ciudades y han abandonado las tierras». Si aumenta la superficie forestal, aumenta la cantidad de leña por hectárea y, por tanto, de combustible.
El estrés de la montaña
Este apasionado del medioambiente incide en que, además, con el cambio de modelo energético «el campo ha dejado de ser rentable»: antes el elemento fundamental era la leña, que ha ido dejando paso a los combustibles fósiles. Pero hay un factor más: el ya incuestionable cambio climático. «La sequía ha estresado al monte y el árbol, con la subida sostenida de las temperaturas, es más proclive a arder».
Los meteorólogos coinciden en que el año está siendo «razonablemente bueno». Después de una primavera lluviosa, la tierra está aún húmeda. Sin embargo, Miguel Cabrera, vocal del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes se muestra escéptico: «Si tenemos un verano seco, esté Filomena de por medio o no, haya llovido razonablemente o no, habrá grandes incendios. En última instancia, todo dependerá del sol».
Si escucha que llegan vientos procedentes del Sáhara, recuerde que envarios puntos de España hay un equipo de profesionales con la calma tensa del que espera a que suene la sirena de incendios. «El verano se puede torcer en cualquier momento y tornar catastrófico».