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César Nombela

Emigrantes y refugiados

Los países de acogida experimentan beneficios económicos atribuibles a la llegada de nueva fuerza de trabajo

CÉSAR NOMBELA

Acontecimientos ocurridos entre 1985 y 2015, incluyendo la caída del telón de acero, la guerra de los Balcanes, así como diversas crisis en Siria y Oriente Medio, determinaron un movimiento de emigrantes y refugiados con destino a Europa. La Europa Occidental fue la destinataria de la inmensa mayoría de las peticiones de asilo y de inmigración, cuyos demandantes procedían de Europa Oriental y de las otras zonas indicadas. La revista «Science» publica un estudio que determina el impacto macroeconómico del acceso de emigrantes y refugiados, a los países de Europa occidental en su conjunto, en las tres décadas indicadas. El análisis se basa en datos estadísticos y abarca a todos los países de la Europa occidental (España incluida, naturalmente) con la exclusión de Grecia, Luxemburgo y Suiza, y sin desglose por estados.

El estudio plantea conclusiones altamente optimistas sobre el impacto económico del acceso de inmigrantes y refugiados. A pesar de la heterogeneidad en cuanto a cultura y procedencia, se trata de personas jóvenes adecuadas para un desempeño laboral. Admitiendo ciertas diferencias entre inmigrantes o refugiados, se concluye que en cinco años los países de acogida experimentaron beneficios atribuibles a la llegada de nueva fuerza de trabajo. La mejora económica en términos de PIB per cápita, incluso de reducción del desempleo, se pone de manifiesto en poco tiempo, en proporciones que compensan los costes y esfuerzos de asumir la llegada de personas desplazadas.

Lo heterogéneo del período considerado tampoco permite una extrapolación exacta a circunstancias concretas de cada momento y de cada país. Pero, en el caso de España, este estudio refuerza la necesidad de una política de población, que no puede basarse en gestos de mayor o menor impacto propagandístico. Es preciso afrontar el desafío del envejecimiento y la baja natalidad, que pone en peligro el relevo generacional y la sostenibilidad de nuestro estado de bienestar. Y no podemos prescindir de la coordinación con la UE, ni olvidar que Iberoamérica debe ser nuestro espacio cultural preferente.

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