Cuarentena en un hotel de China: camareras con trajes EPI y controles de temperatura dos veces al día
Así es la odisea del corresponsal de ABC para volver a China, que tiene sus fronteras cerradas y solo permite entrar a sus nacionales y extranjeros con permiso de trabajo
Además de una maraña de códigos QR de salud y tres pruebas negativas del coronavirus, una de anticuerpos, al llegar a China esperan 21 días de aislamiento obligatorio en un hotel que debe pagar el pasajero
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Iniciar sesiónEl coronavirus ha reventado la globalización y medio mundo tiene sus fronteras cerradas. No es fácil viajar en tiempos de pandemia y, mucho menos, a China, uno de los países que más restricciones y controles impone para prevenir el Covid-19 . Aunque Pekín ... protestó enérgicamente cuando Estados Unidos y otras naciones prohibieron la entrada de sus nacionales tras el estallido en Wuhan, lleva desde marzo del año pasado sin conceder visados de turismo o negocios. A través únicamente de vuelos directos, o con una sola escala en caso de que no los hubiera en el país de origen, solo pueden entrar los chinos y los extranjeros con permiso de trabajo , que además deben guardar una cuarentena obligatoria de tres semanas, dos si llegan a Shanghái.
Entre una maraña de aplicaciones de móvil en mandarín y códigos QR de salud, así es la odisea de volar a China, como vivió este corresponsal el viernes. Junto al visado en vigor, hacen falta dos pruebas negativas del coronavirus, una PCR y la otra de anticuerpos , tomadas 48 horas antes del viaje. Como los vacunados desarrollan anticuerpos, se les recomienda una prueba especial, denominada de IgM frente a la proteína N , para comprobar que estos no han sido generados por el Covid-19, sino por su remedio. Dichas pruebas cuestan unos 165 euros, frente a los 150 euros que valen con la de IgM normal, pero son más efectivas porque algunos vacunados dan positivo en esta última y la embajada china les deniega el código verde para tomar el vuelo. El celo de las autoridades chinas es tal que hay que hacerse también una foto con el pasaporte a las puertas del laboratorio elegido para los análisis. Desde ayer, además, hace falta otra prueba PCR una semana antes de viajar.
¿Cuál es su ídolo favorito?
Una vez obtenidos los resultados negativos, que llegan al día siguiente de las pruebas, su foto debe introducirse en una página web de la Embajada china junto a todos los datos: pasaporte, visado, carné de identidad y certificado de vacunación. Para registrarse en dicho portal, no basta con introducir el correo electrónico y fijar una contraseña. Enredando aún más el proceso, hay que establecer tres respuestas de seguridad bastante singulares: cumpleaños del padre, nombre del ídolo favorito y número del carné estudiantil o laboral.
En mi caso, y a diferencia de otros periodistas que habían viajado unos días antes, el consulado chino me advirtió de que el permiso de residencia no era suficiente para obtener el código QR verde para embarcar y debía presentar uno de estos documentos: una carta de invitación de las autoridades locales o una instancia del periódico explicando el motivo de mi viaje. Con tan mala suerte que dicho correo electrónico entró en la bandeja “Spam” de los no deseados y no lo vi hasta la tarde antes de volar, cuando ya había enviado mis pruebas negativas y pensaba que todo estaba en orden. Pero mejor leerlo en ese momento que no ante el mostrador de facturación, ya que así pudimos reaccionar a tiempo y mandar dicha carta a primera hora de la mañana, poco antes de subir al avión. Después de una noche en vela pensando que no iba a poder volar , recibía el visto bueno para embarcar gracias a la ayuda de la Embajada y el Ministerio de Exteriores chino. Desde el cierre de fronteras el año pasado, muchos españoles y expatriados de otros países no han podido regresar a China al no conseguir dicha invitación de las autoridades o no contar con una compañía que los ampare.
Al llegar al aeropuerto de Barajas, todavía quedaban por superar dos pruebas más: una aplicación de móvil de las aduanas chinas y otra de la provincia de Zhejiang , a cuya capital, Hangzhou, volaba mi avión. Operado por Iberia, era un vuelo chárter contratado por una empresa china cuyos billetes solo se pueden comprar en este país, no en España. Muy amables, dos jóvenes empleados ayudaban a los pasajeros a cumplimentar dichas aplicaciones para obtener sus respectivos códigos verdes. Pertrechados muchos de ellos con trajes especiales de protección , todos los viajeros eran chinos residentes en España menos media docena de occidentales: servidor, un técnico vasco que iba a montar la maquinaria de una turbina eólica en Qingdao, una pareja italiana y una familia que me pareció escuchar con acento latinoamericano.
Brotes que llegaron en avión
Para evitar riesgos aunque digan que el aire de la cabina se renueva constantemente y es tan limpio como el de un quirófano , me zampé cinco bocatas de jamón antes de embarcar y así no tener que comer en el vuelo. Con unos 250 pasajeros, el avión iba casi lleno. Curiosamente, quienes se mostraban tan cautos llevando monos de protección no tenían inconveniente en comer unos junto a otros los bocadillos que repartía la tripulación. Doce horas después, y quitándome la mascarilla brevemente solo para beber, aterrizamos en Hangzhou .
La bienvenida nos la dio un funcionario de aduanas que, ataviado también con un fantasmagórico traje blanco, entró en el avión para medir la temperatura a algunos pasajeros. Desierta y con todas sus tiendas cerradas, la terminal internacional de Hangzhou era el silencioso reflejo de la catástrofe económica que el coronavirus ha traído a la industria aérea y el turismo. De hecho, yo tenía comprado un vuelo de Air China para el día 21 de agosto , pero fue suspendido sin fecha tras los recientes brotes en este país de la variante Delta, que se coló precisamente al contagiarse las limpiadoras de un avión procedente de Rusia en el que había algún infectado.
Tras desembarcar en grupos de 40, nos sometieron a una prueba PCR y nos tomaron la tensión y la temperatura antes de trasladarnos al hotel de la cuarentena. Con nuestras maletas desinfectadas, fuimos confinados en uno cercano al aeropuerto, el Tao Blossom. Viendo a todos sus empleados con trajes de protección, parece el hotel de los fantasmas.
Muy moderno y con una habitación amplia y limpia, pero con la única pega de tener vistas interiores, cuesta 380 yuanes (50 euros) al día e incluye desayuno, almuerzo y cena. Todo servido en bandejas de plástico y al más puro estilo chino: verduras al vapor, carne, pescado, arroz hervido y fruta. Correcto, pero simplón y a veces insulso. ¡Menos mal que me traje de España jamón envasado al vacío! Afortunadamente, también se pueden hacer pedidos al supermercado que los repartidores traen a la recepción.
Enfundadas en trajes EPI, las camareras dejan la comida en mesitas junto a la puerta, que solo se puede abrir para sacar la basura o las dos veces que las enfermeras vienen a tomarnos la temperatura : por la mañana y por la tarde. Para que sea lo más exacta posible, utilizan un termómetro de oído con una boquilla personal que nos han dado previamente, y que les entregamos en un estuche de plástico cada vez que vienen. Muy simpáticas, hasta se hacen selfis con nosotros dibujando con dos dedos la V de victoria, pero da escalofríos verlas alejarse por el pasillo embutidas en sus monos blancos.
Tras la prueba PCR al aterrizar, nos harán otra a los siete días, una más a los 14 y la última antes de terminar la cuarentena a los 21. ¡Qué distinta es esta cuarentena a la de los Juegos Olímpicos de Tokio, que solo duraba tres días y se podía salir al supermercado a comprar comida! Mientras escribimos, a través de las finas paredes se oye a alguien que canta para pasar el rato y a una pareja que, seguramente por el mismo motivo, hace el amor. Esta será mi celda, mi casa y mi oficina hasta el 18 de septiembre, cuando por fin sea libre para ir a Pekín. Siempre y cuando no tenga el maldito coronavirus.
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