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Coronavirus

Wuhan, una ciudad a prueba

Para agilizar los análisis del coronavirus a casi toda su población de once millones en diez días, las muestras se juntan en grupos y solo han detectado a 291 asintomáticos

Coronavirus España: última hora de la pandemia y la desescalada

Las autoridades chinas están haciéndole la prueba del coronavirus a prácticamente los once millones de habitantes de Wuhan ABC | Vídeo: ABC
Pablo M. Díez

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Con un metro de distancia de seguridad, las colas se hacen interminables en las calles de Wuhan . Durante horas, decenas de miles de personas esperan su turno con estoica paciencia. Saben que al final de la fila les aguarda la confirmación de que están sanos y no son unos apestados , como todavía piensan muchos en el resto de China. Para acabar con su estigma e impedir rebrotes del coronavirus en su epicentro, las autoridades están haciendo las pruebas del ácido nucleico a prácticamente los once millones de habitantes de la ciudad, salvo niños menores de seis años .

En apenas diez días, el 14 al 23 de mayo, se obtuvieron muestras de 6,5 millones de personas, que se suman a los tres millones que se habían hecho las pruebas antes, según la agencia Xinhua. Organizados por los comités vecinales y de distrito, los análisis se llevan a cabo gratis en más de 200 carpas repartidas por toda esta megalópolis ribereña del Yangtsé. Solo el viernes 22 de mayo se efectuaron casi un millón y medio de pruebas, que se han ralentizado hasta las 60.000 del domingo a medida que culminaba tan colosal campaña.

Con un coste de mil millones de yuanes (130 millones de euros), pocos países pueden presumir de estos recursos médicos y, sobre todo, de tal capacidad de organización. Para agilizar los análisis, las muestras se juntan en grupos de diez. Si salen negativas, significa que todos los probados están bien y pueden recibir en una aplicación del móvil su correspondiente código QR en verde, necesario para moverse por la ciudad y viajar. Si salen negativas, se les vuelve a analizar uno a uno para detectar a los infectados. Curiosamente, y a pesar de su carácter tan masivo, las pruebas solo han detectado hasta ahora 291 casos de enfermos asintomáticos. Un número muy bajo teniendo en cuenta que en Wuhan hubo 50.000 de los 82.000 infectados que recogen las cifras oficiales y 3.870 de los 4.643 fallecidos.

Bautizada con el propandístico nombre de «La batalla de los diez días», esta campaña responde a la aparición de seis nuevos casos a principios de mayo después de 35 jornadas sin un solo contagio . «Es necesario hacerlo porque la gente tiene miedo de los asintomáticos y, sin pruebas generales, no se sabe si hay o no. Además de ser bueno para uno mismo y para los demás, servirá para acabar con los recelos e incluso discriminación contra la gente de Wuhan», explica a ABC Lyu Yiyang, una universitaria de 21 años.

Confinada en casa durante los 76 días que duró el cierre de la ciudad, nunca olvidará lo más duro de la epidemia entre finales de enero y finales de febrero. «Tan pronto como me despertaba por la mañana, encendía el móvil y me entristecía al ver que había miles de casos nuevos, la mayoría en Wuhan », recuerda aquella angustiosa costumbre que todos hemos tenido en esta maldita pandemia. «También me preocupé mucho por mi madre cuando empezó a trabajar a principios de marzo, ya que compartía la oficina con muchos empleados y me parecía muy peligroso», señala antes de dudar de las cifras oficiales. «Creo que la situación real es mucho más seria y puede que hubiera gente que murió sin que le hicieran las pruebas. Probablemente varios miles, pero no decenas de miles porque ninguno de mis conocidos ha oído de alguien que falleciera», razona la joven, que ahora teme el impacto económico del coronavirus.

Para Zhang Xixue, criador de animales de 46 años, esta crisis que se avecina no es nada en comparación con la catástrofe a la que han sobrevivido. «Frente a la vida y la muerte, todas las demás cosas son triviales, incluso el desarrollo económico o que mi propio bienestar se deteriorase durante el confinamiento», reflexiona con la lucidez de quien ha mirado directamente a los ojos de la tragedia. Su cuñado, que trabajaba como vigilante de un orfanato cerca del mercado de animales de Huanan, donde se sospecha que pudo haberse originado el coronavirus, enfermó y murió al cabo de una semana el 29 de enero.

«Fue al hospital, pero no lo pudieron ingresar ni hacer pruebas por el colapso que había . Cuando finalmente lo admitieron, falleció en la cama en un pasillo del hospital. No pudimos despedirnos de él y no hubo funeral hasta que nos dieron una urna con sus cenizas el 8 de abril, al acabar el confinamiento. Cuando su familia volvió a su pueblo para enterrarlo, no los dejaron entrar hasta medio mes después porque los vecinos tenían miedo», narra su desgaradora historia. «No creo que nos den una indemnización porque el hospital solo dijo que había muerto de una complicación de su diabetes, no del coronavirus», denuncia desconfiando de los datos oficiales. «No me creo las cifras hasta el 16 de febrero porque murió mucha gente sin recibir tratamiento. A partir de ese día se pueden creer más porque se ordenó admitir a todos los enfermos en los hospitales o confinarlos en los hoteles de la cuarentena», explica.

Con un discurso que se podría aplicar a otros muchos países, se queja de que «la negligencia de las autoridades, sus retrasos y engaños del principio, son hechos indiscutibles. Cometieron errores y provocaron que la sociedad y los médicos en primera línea pagaran el precio. Si hubieran tomado medidas de inmediato y no se lo hubieran ocultado al Gobierno central, en Wuhan habríamos tenido menos contagiados y muertos».

Por eso honra la memoria del difunto doctor Li Wenliang, el oftalmólogo que alertó de la enfermedad. « Cuando murió , a todos nos sorprendió mucho porque era un hombre joven y fuerte», rememora una de sus compañeras de su club de baile, Xu Xiaoqing , dueña de un salón de «mahjong» (especie de dominó chino). «Entonces nos dimos cuenta de que este virus era tan terrible que hacían falta medidas draconianas como el cierre y confinamiento de Wuhan para detenerlo», justifica esta mujer de 50 años, cuya cuñada enfermó. Con la vista puesta en aquellos días tan duros, asegura que «al principio nadie se lo tomó en serio, ni el Gobierno ni yo misma, pero todo cambió cuando descubrimos un infectado en la familia que, afortunadamente, acabó salvándose». Muchos otros no tuvieron tanta suerte.

Largas colas en los puntos de recogida de muestras para la prueba del coronavirus en Wuhan. ABC

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