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Coronavirus

El último adiós en el Palacio de Hielo de Madrid, un lugar de vida lleno de muerte

José Paulo, Juan, Jesús, Vicente y Pancho son cinco curas para el dolor. Los religiosos sanan la soledad del duelo que han postergado miles de familiares de personas fallecidas por coronavirus y cuyos cuerpos reposan en una pista de patinaje donde ahora resuena el silencio

Coronavirus en España, últimas noticias en directo

Pancho García, misionero chileno de 36 años, halla respuestas a su propia espiritualidad de camino hacia el Palacio de Hielo, por cuyo lateral accede REPORTAJE GRÁFICO: MAYA BALANYÀ
Érika Montañés

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José Paulo, Vicente, Jesús, Juan y Pancho están en el lugar menos terrenal del mundo. Son los cinco miembros de la fraternidad del Verbum Dei a los que, casi por azar, les ha «tocado» dar el último adiós a los cientos de ataúdes que se almacenan durante las dos últimas semanas en la pista de patinaje del centro comercial Dreams Palacio de Hielo de Madrid. Es la primera morgue provisional elegida por su capacidad, sus condiciones y su emplazamiento por el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida para albergar a los muertos por coronavirus , que después se ha ampliado con otros dos recintos: la Ciudad de la Justicia y otra pista de hielo, en el municipio de Majadahonda .

La cercanía de las parroquias de estos cinco hombres provocó su destino. En la de Nuestra Señora de las Américas, el vicario es el valenciano Vicente Esplugues, que rota responsabilidades con el chileno Pancho García: responso a las 11.00 horas en la pista central del Palacio de Hielo y luego misa «por streaming» y asistencia espiritual a los familiares de aquellas personas que saben que sus parientes estaban allí.

Un policía nacional frena nuestro paso y saluda al padre, mientras sale el reguero de ataúdes que trasladan las funerarias Maya Balanyà

Cientos de personas contagiadas, enfermas y fallecidas no han estados solas. Su travesía ha estado unida en la muerte. Cada jornada, los ataúdes de ateos, agnósticos y católicos son trasladados hasta esta pista central por un trajín de coches fúnebres, escoltados por la Policía Local y la Nacional. Un grupo de operarios de limpieza y voluntarios, así como personal del Summa y de la Unidad Militar de Emergencias trabajan codo con codo en este cementerio improvisado. Desinfectan la alfombra de cemento para que la comitiva del sepelio esté exenta de riesgo. Y, sobre todo, dicen, escuchan el sobrecogedor silencio.

De misiones en Madrid por el coronavirus

Acompañamos a Pancho, que se desplaza de la parroquia hasta el centro comercial . Limpia ropa y coche a la perfección. Toca el rosario que cuelga en el habitáculo. Se protege, pero no le asisten los miedos. Este misionero, que dejó en Chile a toda su familia, aterrizó hace un par de años en Madrid con la pregunta que le repetía todo el mundo: ¿por qué va un misionero a un país católico como España?

-Y ha hallado su respuestas estos días...

-En eso venía pensando. Creo que mi respuesta estaba en el Palacio de Hielo.

Ni el padre Esplugues ni el padre García opusieron resistencia alguna ni temores personales cuando les asignaron la «tarea» de bendecir la vida que dejan atrás esos miles de cuerpos y animar a sus familiares a encontrar respuestas. « La vida es frágil, tiene límites. Yo lo vivo como un servicio que ha pedido Dios y lo hago de la mejor manera posible», dice Pancho, aunque reconoce que lo único por lo que tiembla su voluntad firme es recordar a su propia familia. La tragedia también vive allá a miles de kilómetros. El virus no entiende de fronteras y «comienza a acumular muertos en mi país. Se rompe el corazón cuando pienso en ellos, o en mi hermano que trabaja frente a la enfermedad en el Instituto de Salud Pública de Chile», medita. «Me gustaría estar más cerca de ellos en estos momentos, pero a ellos, como aquí a las familias, les transmito que hay que vivir en la confianza de la paz y la fe. La muerte es dolorosa y la estamos viviendo con plena solidaridad . No estábamos preparados para esta realidad, nos cuesta , pero hay que tener ilusión por el porvenir, ilusión hacia el futuro. Esto va a pasar. Nos toca acoger esta muerte con todo lo bueno y lo malo que nos ofrece».

Realidad impactante

Pancho y Vicente murmuran que habían estado alguna vez antes en el Palacio de Hielo. Un recinto que, con cafeterías, restaurantes, tiendas de comestibles y ropa, un cine multisala y la pista de patinaje era el paradigma del ocio urbano en pleno distrito de Hortaleza de Madrid. «Es una realidad impactante. Recuerdo un día que estuve en la pista y sonaban las risas de los niños con estruendo. Era un lugar de bullicio de las familias patinando todas juntas; de parejas estallando en muestras de amor en algún rincón; de madres acompañando a sus hijas a comprar algún vestido bonito... Ahora me coloco frente a ellos en la pista de hielo y es un lugar frío, lleno de silencio. Antes era un lugar de alegría y ahora es de despedida », contrasta. En el símbolo del consumismo moderno ahora no queda nada mundano.

El padre García se traslada en su vehículo a la morgue. Se protege y desinfecta el coche

Pancho reza esta Semana Santa una intención por todos ellos. Su bendición especial se hace extensiva a quienes están trabajando en este fortín fúnebre, para que tengan «la conciencia fuerte, porque están viviendo la experiencia de la muerte». A los muertos les dice que, como Jesús, entró en una procesión de palmas en Jerusalén y vivirán pronto el gozo la de la resurrección. El responso consuela a las familias que han perdido un ser querido. «Damos consuelo en el dolor. Nos reencontraremos en la otra vida. Y en esta sabemos que la alegría volverá», completa el servicio pastoral.

Las familias transmiten a Vicente y Pancho que les hubiese gustado compartir ese «duelo postergado». Algunas alimentan la sensación de culpabilidad por no haberse acercado más a ellos y poder abrazar sus últimos dolores. Dejan entrar a estos dos religiosos en su privacidad y les piden, por el canal de la parroquia en YouTube, que les acompañen en su vulnerabilidad. «Nos llega su cariño y agradecimiento».

Vicente está algo más cansado de los medios de comunicación. Este hombre de 49 años, conocido por su faceta rockera, el zarcillo en la oreja y los tatuajes marcando su piel, se ha prodigado en explicar cómo iban a despedir a los muertos de Covid-19; pero ve soliviantado el reposo de las familias cuando se le pregunta. «Estás en persona delante de un mar de ataúdes. Damos un responso para pedir su último descanso; es nuestro servicio y, aunque te cueste, tienes que hacerte consciente en primera persona de la magnitud que ha alcanzado esta tragedia», afirma, minutos después de que el alcalde de la ciudad, pertrechado del material de protección que aquí usa desde el primero hasta el último haya presenciado el recorrido que tiene la muerte en este inmueble municipal. El regidor sale «sobrecogido».

«Estás en persona delante de un mar de ataúdes. Damos un responso para pedir su último descanso»

Algunos militares y operarios, retazos de la vida que aún discurre lenta por el Palacio de Hielo, acompañan a los capellanes desde que entran hasta que se van. «Algunos de ellos, con la confianza del tiempo pasado juntos, se acercan a nosotros y nos hacen preguntas. Todo el mundo busca respuestas ante una situación como la que estamos padeciendo. Hay varios que, incluso, han hecho por abrazar la fe. Porque la fe calma y auxilia, es un refugio seguro en estos tiempos convulsos», venera el padre García. Es el bálsamo para las heridas y el vino de la esperanza para atravesar, juntos, «esta noche oscura de la prueba», oró el Papa Francisco en el Vía Crucis del Viernes Santo, y saludar por fin, quién sabe si con menos individualismos terrenales, el mañana.

Pancho García y Vicente Esplugues, misionero y vicario de la parroquia de Nuestra Señora de las Américas de Madrid, ofician misa virtual que retransmiten a las familias por el canal de YouTube de la parroquia.

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