Las dos caras de la isla de La Palma: «Sabemos que el volcán está porque lo vemos en la tele»

La erupción del volcán Cumbre Vieja es observada desde todo el mundo, pero en la propia isla los palmeros que residen lejos de él viven con absoluta normalidad, ajenos a la lava pero preocupados por sus vecinos

Turistas y locales disfustan de las piscinas naturales, lejos del volcán FOTOS: JOSÉ BRINGAS/ VÍDEO: La otra isla de La Palma

Belén se mueve con frenesí detrás de la barra. Pone un whisky a un hombre que, por la tierra que lleva en su camiseta, parece que acaba de terminar su jornada. Habla con otro de la vida, de conocidos... A veces de soslayo surge ... alguna conversación del volcán . Suenan reguetón, Sabina y una de Bob Marley: «Don’t worry about a thing, because every little thing gonna be all right».

La tele está encendida pero sin sonido. El reportaje parece que trata de las especies que están debajo del mar intentando sobrevivir a los 'escupitajos' de Cumbre Vieja: sale una langosta cubierta de lava moviéndose con dificultad, como a cámara lenta .

En el bar Drago, ubicado en el municipio de Barlovento, a más de 60 kilómetros del punto exacto donde se encuentra el volcán , en Cabeza de Vaca, la vida continúa. O más bien, nunca se detuvo. «Ha llegado ceniza alguna vez, se ha oído pero poco más... Sabemos que está porque lo vemos en la televisión», cuenta Belén sin soltar el estropajo. « Barlovento no se ha enterado de esto, quizás hay algo menos de gente porque muchos se han ido ayudar », dice intentando buscar algún tipo de consecuencia directa del volcán sobre este municipio, ubicado al noreste de la isla.

Lo que sí es unánime, sea el punto de la isla que sea, es que la afectación es moral. Todos están con sus hermanos, con su gente. El sentimiento de fraternidad y de pertenencia en la isla es tan fuerte que es rara la ocasión en que a quien se le pregunte por el tema no termine enjuagándose las lágrimas o mostrando los vellos erizados del brazo. « No he ido a verlo », dice, y no parece estar interesada.

Algo parecido le ocurre a Geli Rodríguez , que cuenta a ABC, mientras sujeta una doble de cerveza, que le provoca ansiedad pensar en el volcán. «No ha afectado al municipio, yo sigo trabajando normalmente en una empresa de reinserción social recogiendo ropa de un punto limpio», cuenta esta joven de 23 años, que dice que a veces Cumbre Vieja sí es tema de conversación.

Marianila se sienta en la plaza de Garafía, más al norte aún que Barlovento, y deja que la brisa del mar y el sol le cuarteen la piel. Está apoyada en su bastón y con un cojín del bar para amortiguar la dureza del cemento blanco. Tiene detrás una Iglesia, se oyen las campanas, el viento, el mar está inmóvil y lanza chispas de los rayos del sol... Es una postal perfecta. «He vivido el terremoto de San Juan del 49; recuerdo que íbamos con los amigos a ver cómo caía la lava; el Teneguía, del 71 y ahora este, pero no he ido a ver al último» , cuenta esta mujer de 88 años, que en su juventud fue cantante pero que ahora no se atreve a entonar alguna canción canaria . «No afecta aquí, alguna vez hay algo de ceniza, pero nada más, ni siquiera el olor... Quizás sea por mi edad », dice riéndose de sí misma. Asegura no tener miedo pero sí estar pendiente de sus hijos, que viven en Los Llanos, municipio pegado al volcán. «Al menos no se ha llevado vidas humanas», dice aliviada.

JOSÉ BRINGAS

El cojín de Marianila es del bar Plaza Dorada de Jorge Lucas (o Jiri Lukas, en checo) , de donde son él y su mujer. Jorge se ríe alto, pone un café tras otro y dice que lo que a él realmente le afectó fue el Covid . «El volcán nos ha cogido lejos, hemos tenido suerte», dice mientras su mujer trae en brazos a su bebé Mateo. Sí le preocupan sus amigos de La Laguna que perdieron su casas, pero no teme por su familia. Es que de Garafía el volcán ni siquiera se ve.

«Estamos protegidos por la Caldera de Taburiente, que tiene 2400 metros de altura », dice Luisa, con un bocata en la mano y pidiendo no salir en la foto porque tiene que trabajar. La Caldera de Taburiente es una inmensa depresión, de las mayores del mundo en su tipo, rodeada por cumbres de 8 kilómetros de diámetro, en la que se encuentran las mayores altitudes de la isla: El Roque de los Muchachos (2.426 metros), Pico de la Cruz (2.351), Piedra Llana (2.321), Pico de la Nieve (2.236), Punta de los Roques (2.085), etcétera, explica en su página web el Ministerio para la Transición Ecológica.

Pero si hay un momento en que el volcán parece no haber entrado nunca en erupción es cuando se llega a las zonas de baño. Corre el viento, el agua se vuelve espuma al chocarse con las rocas y los turistas y locales ignoran las pequeñas gotas de lluvia y continúan sus lecturas, sus selfies o sus baños en las piscinas naturales de Charco Azul al noreste de la isla, en el municipio de San Andrés y los Sauces.

Gabriele Johann es una turista alemana que vino a visitar a su amiga Cloe con un billete solo de ida. Está visitando varios puntos de la isla aprovechando el conocimiento de su amiga local, pero asegura que no tiene ningún interés en ver el volcán. « Si pudiera ayudar, hacer algún tipo de voluntariado sí, pero no quiero ser la clase de turista que viene aquí solo para ver Cumbre Vieja e irse», cuenta a ABC.

Unos metros más adelante, un niño pega saltos desde las rocas hasta la piscina natural de un verde azul caribeño, y otros dos turistas se sumergen debajo de un chorro de agua. Mientras el niño busca el objetivo de la cámara, su madre, Susanne, lee recostada con su bolso y su toalla en una plataforma que parece un trono . desde donde controla a su hijo y mira el mar como si fuera suyo. «Vivo en Londres y el clima en estos meses es horrible, por eso vine a La Palma. También podría haber ido a Baleares, pero esto es más calmado. Teníamos reserva desde antes de que se produjera la erupción y estaremos una semana. No iré al volcán por la ceniza, por los terremotos y porque la gente lo está pasando mal y creo que no necesitan gente dando vueltas por allí», sentencia. Susanne asegura no haberse enterado de lo que ocurre, salvo por la ceniza que se encontró al llegar al aeropuerto.

Susanne, una turista de Suecia pero residente en Londres lee en las piscinas naturales de San Andres y Sauces JOSÉ BRINGAS

Santa Cruz de La Palma, capital de la isla, es una ciudad situada en el extremo occidental del archipiélago canario. Está alejada del volcán pero allí sí que el viento puede hacer llenar de cenizas las cañas que se sirven en los bares. Aún así, la vida sigue, la gente se reúne y las tiendas siguen vendiendo camisetas con el mapa de la isla, llaveros, pulseras y todo tipo de ‘merchandising’ isleño .

Mari dice que sí han bajado algo las ventas porque el turismo que llega a La Palma ahora, al menos a esas zonas, es ‘desleal’. «Vienen, ven el volcán y se van; antes se quedaban». Más allá de ese golpe a la economía, ella sigue con su tienda en pie, como todas en esta pintoresca ciudad de balcones de colores, macetas colgantes y calles angostas. Como a todos, a Mari le cambia la cara cuando se menciona el volcán. No dice nada, ni que es una tragedia, ni que está triste... Solo llora detrás del cristal antiCovid que separa la enorme mesa de madera donde están su caja registradora y algunos ‘souvenirs’ .

Mari, en su tienda en Santa Cruz de La Palma JOSÉ BRINGAS

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