El tabaco toma las calles
Ya no hay humo de cigarrillos en los espacios públicos cerrados. El buen tiempo en muchas ciudades españolas llenó ayer las terrazas y las calles de fumadores ávidos de apurar un pitillo
ABC
La nueva ley del tabaco, que prohíbe fumar en todos los establecimientos públicos cerrados y en algunos espacios abiertos, se estrenó ayer sin grandes contratiempos, con el alivio de quienes no fuman y la resignación de los fumadores, muchos de los cuales cambiaron la barra ... del bar por las terrazas, mientras el sol acompañe. Bares y restaurantes sin humo, pero las calles, sin duda, dejaron ver ayer más adictos al tabaco que un día antes.
VALLADOLIDDe copas, sin humo
«Nos ha tocado fumar fuera. Íbamos a entrar con el cigarrillo encendido y nos han pedido que lo apagáramos o que lo acabáramos en la calle». Alejandro y Fernando son dos jóvenes que en la noche del sábado comprobaron las primeras consecuencias de la ley antitabaco. «Como fumador, a mí me parece mal, aunque sí que es cierto que se nota mucho en el ambiente. Ahora respiras», apuntan. En este bar han sido tajantes. «No hemos esperado a las doce. Hoy no se fuma desde que hemos abierto. A los más mayores le cuesta entenderlo un poco, pero los jóvenes son más respetuosos y se han adaptado enseguida».
En otro de los bares del centro de Valladolid la situación se repite. Dos chicas intentan acceder fumando y los porteros les dan el alto. Son los propios empleados del local los que valoran la nueva ley: «Estamos encantados. Es lo mejor que podían haber hecho. Al llegar a casa la ropa, el pelo,todo apestaba a tabaco».
Sin embargo hay otros locales que han preferido dar un poco más de margen a sus clientes. «Hemos optado por empezar a aplicarlo mañana. No tiene sentido que un cliente entre a las doce menos cinco y se le permita fumar y que a medio cigarro le pidamos que lo apague. Pendientes del reloj como en las campanadas».
SEVILLATapeo al sol
Hubo suerte en Sevilla. Ciudad que puede presumir de todo un imperio de bares, la capital andaluza gozó ayer de una climatología muy benigna, casi primaveral, con lo que la salida a la calle a apurar el pitillo no resultó tan traumática para los clientes. De hecho, los veladores del centro y las principales zonas comerciales y de restauración lucían ayer repletos. «Bueno, aquí por suerte se puede estar en la calle casi todos los meses del año, se fuma fuera y ya está», decían los más conformistas en la Alfalfa o en Triana.
Pero no todos están tan contentos. «Con esto se cargan la gracia de los bares, el cigarrito y la tertulia de después de tomar algo. Ya no saben qué van a prohibirnos», criticaba una señora en la puerta de uno de los establecimientos de referencia, donde los vecinos de la planta superior tienen ya las carnes abiertas. «Ahora habrá mucha más gente en la puerta, bajo nuestra ventana, y eso hasta entrada la madrugada...».
Los hosteleros, como es lógico, eran los más molestos. Su asociación en Sevilla cargaba las tintas y destacaba que la ley les convierte en «policías ante el cliente», asegurando, además, que contemplan unas pérdidas de un diez por ciento, que a nivel nacional son 150.000 empleos. ¿Qué necesidad había de esto ahora? Es una de las leyes más restrictivas de Europa y encima hay establecimientos que ya se gastaron un dineral en adaptar una zona de fumadores. No tiene sentido. ¿Cómo se compensa eso?».
BARCELONASobremesa y «fumatón»
Con nervios, quejas e indignación, aunque aparentemente resignados, afrontaron ayer los fumadores de Barcelona el primer día de veto al tabaco en restaurantes. En las primeras horas de prohibición, las terrazas de los establecimientos más concurridos de Barcelona estaban a rebosar. El buen tiempo hizo más llevadero el cigarro a la intemperie, aunque no aplacó la ira de algunos como Juan, que, al tiempo que encendía un pitillo, maldecía al Gobierno por la restricción. «No es justo. Deberían perseguir a las tabaqueras en lugar de a los fumadores», indicó a ABC mientras saboreaba el cigarrillo previo al primer plato. Dentro, su compañera le esperaba para empezar a comer. A su juicio, las nuevas restricciones «no van a lograr que los fumadores abandonen el hábito». «Sólo va a beneficiar a los fumadores pasivos, es la única cosa positiva», apunta Juan. De lo que está convencido este joven barcelonés es de que el veto al tabaco en restaurantes, bares y discotecas va a provocar un nuevo problema social y de convivencia: el «fumatón». «Los jóvenes salen a la calle a beber; pero ahora lo harán a fumar y eso, indiscutiblemente, va afectar a los vecinos», añade en tono de advertencia.
Nati, en las puertas de un restaurante despistado que mantiene el cartelito de «Se permite fumar», intenta encender un cigarrillo antes de entrar. «Seguro que es un despiste y cuando entre me lo harán apagar», indica. Su teoría se confirma y a los pocos segundos cruza de nuevo el umbral para fumar en la calle. En pocos minutos, otros dos clientes del mismo local siguen sus pasos.
VALLADOLIDCafé sin pitillo
«No puedo tomar un café sin un cigarrillo en la mano», afirmaba ayer rotundo José Miguel a las puertas de una chocolatería. No era aún mediodía cuando apuraba su pitillo con un café con hielo en la mano, un hábito que tiene desde hace un par de meses porque aunque la Ley entró ayer en vigor este establecimiento lleva aplicándolo desde noviembre «para comprobar cómo podía afectar al negocio», explicaba la encargada. «Solo en noviembre nuestra facturación en desayunos disminuyó en algo más de un 50%», tónica que cree que se mantendrá un cierto tiempo. A las puertas de las cafeterías la clientela aprovecha para «echarse» un cigarrillo en un receso de la conversación mantenida en el interior con sus amigos. «A mí pónme un Gin Tonic, pero que sea corto, que tendré que salir fuera a fumar», bromeaba un joven. Pero en los establecimientos las opiniones eran para todos los gustos. Los había defensores acérrimos de la nueva norma, como Joaquín, aunque confesaba que su condición de médico hacía que quizá tuviera una opinión «sesgada», o como Lola, que defendía su derecho de fumadora y reconocía que con la ley se iba a pensar más si entraba en los bares. «Yo entro en un bar para tomar un café y fumar un cigarrillo y si ahora ya no lo puedo hacer, pues me quedaré en casa».
VALENCIAEl «mono» del bingo
El olor a cigarrillos aún impregna la moqueta del Bingo Jaime I de Valencia, y el «mono» se siente en el ambiente, aunque la afluencia de público es prácticamente normal. El juego y el tabaco forman un maridaje tan «perfecto» que, sencillamente, los clientes no acababan de creérselo. «Llevamos media hora y no podemos más», reconoce una asidua al local, mientras tamborilea con los dedos sobre la mesa. «No es que vayamos a dejar de venir, pero ya no aguantaremos las dos horas de siempre». Ésa parece ser la consecuencia más inmediata, la reducción de la estancia. Algunos clientes acuden solos, y no quieren dejar sus pertenencias ni cartones mientras salen a la calle a fumar, de modo que cuando el «mono» aprieta, se van para no volver. Pero no todo son quejas. Hay aficionados entusiasmados con la idea de que se destierre el humo del bingo: «La ley anterior era absurda, las zonas de no fumadores estaban abiertas y salías con el mismo olor que si te hubieras fumado un paquete de tabaco».
MADRIDNi en los clubes privados
La ley aprieta... y ahoga. Uno de los oasis para los fumadores a los que la ley ha perdonado la vida, aunque sólo en la teoría, son los clubes privados de fumadores. En la práctica es imposible que sigan funcionando como hasta ahora pues la norma impide que tengan ánimo de lucro y que puedan tener empleados. Puro Placer, en la madrileña calle Prim, permanecía ayer cerrado. Uno de los camareros explicó a ABC días antes —aunque sin dejarnos sentar ni tomar nada por no ser socios— que iban a estar de obras, aunque puestos en contacto con el presidente del club da la sensación de que han querido ser precavidos hasta ver de qué manera pueden seguir funcionando. «La ley ya está hecha, aunque aún no tiene reglamento y seguramente tengamos que disolver el club», dijo en una conversación telefónica con este diario, sin querer dar más detalles sobre la encrucijada en la que se encuentran. Son más de 1.400 socios. Uno de ellos, Javier, dice sentirse «perseguido y engañado». «Si un producto mata, no sé qué pinta en la calle...»
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