Bailar sentados no es bailar: el corsé sanitario frena el retorno discotequero
Mesas y taburetes toman las pistas de los primeros locales que han reabierto. Discotecas de Tarragona y Zaragoza abren con esacasa afluencia
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Iniciar sesiónBromeaba Ismael Serrano hace unos días en Twitter con que, debido al veto al baile en la fase 3 de la desescalada, los cantautores por fin iban a sonar en las discotecas . Pero nada más lejos de la realidad. Tres meses después, los ... primeros locales de ocio nocturno reabrieron este fin de semana, pero las canciones que pinchaban los DJ eran las mismas que antes de la epidemia; el Covid no ha podido con el perreo . Era la misma música pero en un extraño escenario: pistas de baile tomadas por mesas altas y taburetes, sobre los que los pocos clientes que las ocupaban contorneaban las caderas con la tentación de despegarse demasiado de la silla . Así fueron las primeras horas en dos de las pocas discotecas que se atrevieron a reabrir.
«La gente lo que quiere es bailar», lamentaba en una conversación con ABC Christian Compte , responsable de Tótem, una histórica discoteca del centro de Tarragona, dos horas después de levantar por primera vez la persiana desde que se decretó el estado de alarma. El viernes tenía incluso menos clientela de la que él podía esperar. «Nos sale más caro abrir, pero alguien tenía que dar el primer paso», reflexionaba Compte, con la mirada puesta en una sala casi vacía. Pensaba que el local no podía permanecer más tiempo cerrado; tenían ganas de volver, aunque fuese «des-pa-ci-to» y con todas las medidas de seguridad exigidas para evitar contagios , como publicitaban en las redes sociales.
«Debido a las medidas de reducción de aforo y no poder contar con pista de baile, habrá mesas altas para disfrutar con tu espacio asignado», anunciaban en la cuenta de Facebook, la misma que recomendaba reservar mesa con antelación por Whatsapp, algo que a toro pasado tampoco acabó siendo necesario. «¿Cuántas personas sois? Máximo diez personas por mesa», advertían a quienes gestionaban la reserva. Y recordaban: «¡No os olvidéis de las mascarillas!» .
«¡No se puede bailar!»
Algunos jóvenes se decantaban por no entrar al ver las restricciones vigentes. «¡Para tomar algo en una mesa me voy a una terraza, que es más barato!» , le decía un joven a otro, al que parecía tratar de convencer de que si no se puede bailar, las discotecas no tienen sentido. Pocos se decidían, pero algunos sí lo hacían. Mascarilla al entrar, limpieza de las suelas sobre una alfombrilla regada previamente de hidrogel, y el recordatorio del vigilante de que «no se puede bailar», que sonaba triste como esos carteles de algunos parques que avisan de que está «prohibido jugar a la pelota» en toda la plaza. Luego, la venia: «¡Pueden pasar que tienen reserva!», y esa incómoda sensación de pensar que llegas demasiado pronto cuando al abrir las puertas de doble hoja ves un local casi vacío. El pinchadiscos, a lo suyo; lo que en un tiempo no tan lejano era una pista de baile, apenas la ocupaban una docena de mesas perfectamente separadas y casi todas vacías . Y el personal del local, sintiéndose extraño ante una situación totalmente nueva: «¡La mascarilla me mata!», lamentaba sonriendo una de las trabajadoras, que con cada consumición invitaba a servirse un poco de hidrogel, como quien antes del Covid acercaba las pajitas.
Tal vez con la excepción del DJ, que ignoraba las sugerencias de Ismael Serrano sobre la canción de autor y seguía pinchando los mismos temas, todo era nuevo para el resto de trabajadores . Quien solía encargarse del guardarropa, ahora, en tiempos de desescalada, recorría el local con un flish flish y un rollo de papel de cocina para inmediatamente desinfectar la mesa y los taburetes de unos clientes que se acaban de marchar. Quien solía estar detrás de la barra seguía estándolo, pero ahora con la tranquilidad –algo bueno tenía que tener– de que los clientes no compitan por tomarse la delantera al grito de «ponme otro ron-cola», o «estaba yo primero» . Y otro de los empleados, encargado de acompañar a cada grupo que llegaba a la mesa, de la que no deberán moverse, y que con un leve pero inequívoco movimiento de cadera se afanaba en aclarar los difusos límites entre el contorneo permitido y el baile prohibido . En resumen, puedes bailar sin intentar grandes hazañas contorsionistas y sin despegarte de la mesa que compartes con un máximo de nueve amigos.
Los trabajadores ponían empeño en que en ningún momento se desbordase la normativa, aunque por la dificultad de hacerse oír entre los ritmos reggaetoneros y el calor, las mascarillas de los clientes iban perdiendo tensión hasta pender solo de una oreja o caer hasta la barbilla. Las mascarilas sufrían en sus gomas el continuo trasiego –de la nariz a la barbilla, de la barbilla a la oreja– y la que llevaba una joven no dio más de sí. La chica se acercó a la barra enseñando a los camareros la maltrecha mascarilla–como quien en la era precovid suplicaba un par de hielos más para un gintonic moribundo– y se sacó otra gratis para seguir protegiéndose... la barbilla .
Pero no todos los clientes lamentaban estas restricciones, e incluso había quien agradecía la amplitud de espacios y el distanciamiento entre grupos: «Me sabe mal por la discoteca, pero para nosotras, mejor», explicaban Nuria, Ana y Cristina , tres jóvenes tarraconenses de 22 y 23 años, que en una de las mesas apuraban sus combinados. No habían reservado mesa, pero no fue necesario, sobraba era espacio. Habían oído que dos discotecas de Tarragona reabrían ese fin de semana: Tòtem, por la que se habían decantado y de la que son habituales, y Premium, en la parte baja de la ciudad, « a la que va gente mayor ».
Preocupación sanitaria
Razón no le faltaba a Nuria, Ana y Cristina cuando decían que la clientela de Premium era mayoritariamente de otra generación. Pero las limitaciones por Covid hacía que la esencia de ambas fuese la misma, incluida la relativa al estilo musical . Tampoco allí sonaban los cantautores . Por el resto, la situación era casi idéntica a Tótem: cintas en el suelo marcando la obligada distancia social, aforo bajo mínimos y mesas y taburetes desperdigados por lo que en un tiempo no tan lejano debía ser la pista de baile. En una de ellas charlaban Pablo y Samuel, dos treinteañeros sorprendidos de que hubiese tan poca gente y enfadados de que con la apertura les hubiesen hecho pagar entrada, de ocho euros con derecho a un combinado o dos cervezas.
Todas estas restricciones han llevado a la mayor parte de discotecas a posponer su reapertura, y solo unas pocas en España –como las tarraconses Tótem y Premium– se han aventurado por momento. El corsé normativo les deja en una situación complicada, pero es en estos locales de ocio nocturno –allí el contacto físico y multitudinario en circunstancias normales es inevitable– donde más miendo tienen las autoridades sanitarias que pueda producirse un rebrote . De ahí las precauciones en muchas comunidades que, pese a estar en fase 3, no se han atrevido a darles luz verde. Ni siquiera Galicia, que desde el lunes entra ya en esa «nueva normalidad», donde estos locales tendrán que esperar. En una de sus históricas discotecas, la compostelana Liberty –ahora rebautizada–, hace años sí sonaba algún que otro cantautor de cuando en vez, aunque fuera para cerrar alguna que otra noche con el Ojalá de Silvio Rodríguez.
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