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Angelo Scola: «El Papa Francisco está siendo un puñetazo en el estómago de los europeos cansados»

Afirma que se ha puesto de moda discutir sobre si Bergoglio ha dividido a los católicos, cuando este debate «ha sucedido con todos los papas»

Cardenlal y arzobispo emérito de Milan Angelo Scola Matías Nieto

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El cardenal Angelo Scola (Malgrate, Italia, 1941) no ha cambiado su cruz pectoral por una de hojalata ni ha dejado de presidir las ceremonias solemnes con casullas de gran valor, pero admite que «hay que aprender» del Papa Francisco.

Es una de las muchas revelaciones que el cardenal realiza en su autobiografía «He apostado por la libertad» (Ediciones Encuentro) y que presenta este jueves en Madrid. En el libro-entrevista realizado por el periodista Luigi Geninazzi, el arzobispo emérito de Milán –cuyo nombre resonaba con fuerza como papable en el último cónclave– admite que ha sufrido «una cierta marginación» por ser presentado por los medios como «el adversario que había perdido el reto con Bergoglio».

—Desde su ordenación sacerdotal, su vida y su pensamiento han tenido una gran relevancia pública, ¿por qué ha decidido publicar esta autobiografía?

—Porque soy muy desordenado y a lo largo de mi vida no he tenido nunca un archivo sobre todos los encuentros, hechos y acontecimientos que he vivido. Pero el verdadero motivo es el amor a la Iglesia y que la Iglesia es digna de ser amada. Más allá de todos los problemas de los hombres de Iglesia, quería ofrecer este reconocimiento y agradecimiento a la Iglesia por el sentido de fe, esperanza y caridad que ha dado a mi vida.

—Usted afirma que «si habláramos de libertad a los hombres desde niños, la propuesta cristiana sería capaz de mostrar su fuerza de felicidad para toda la comunidad humana», ¿es posible ser un cristiano libre en una sociedad cada vez más atea?

—Yo creo que sí. Es una de mis grandes convicciones: Siempre es posible anunciar a Cristo sea cual sea la situación social en la que se viva. No es necesario ninguna preparación específica para el anuncio de Cristo sino haberse encontrado con Él.

—En el libro usted afirma que «no se ha comprendido del todo el magisterio de Benedicto XVI», ¿por qué?

—Benedicto XVI une una humildad impresionante con el hecho de ser uno de los pensadores más importantes de nuestro tiempo. Es un hombre que ama profundamente y a la vez es un poco reservado. La profundidad de su enseñanza junto con este carácter delicado de su forma de hacerse presente no han favorecido la comprensión de la excepcionalidad de su persona, sobre todo en los medios de comunicación. Y hoy los medios de comunicación tienen un peso extraordinaria también en las cuestiones eclesiásticas.

—En el Parlamento español no hay partidos que defienda la vida desde su concepción a la muerte natural, pero representan a muchos ciudadanos que con su propio testimonio sí lo hacen, ¿en que hemos fallado?

—Sintéticamente podemos decir que más allá de todas las posibilidades que nos ofrece el desarrollo tecnocientífico, nosotros ya no defendemos la vida porque hemos perdido el sentido de la vida. El fin del secularismo nos ha dejado en una situación problemática. Hace ya muchos años el gran intelectual jesuita francés Michel de Certeau me decía que en esta sociedad totalmente líquida, que ya la describía así mucho antes que Zygmunt Bauman, es necesario poner delante de todos algo verdaderamente sólido. Por eso anunciar a Jesucristo de manera sencilla y en todos los ambientes de la existencia humana es el modo para recuperar una razón adecuada de vivir y que hace comprender la tragedia del aborto y de la eutanasia.

—En cuestiones como la legalización de la eutanasia, del aborto, del avance de la biomedicina, ¿a la Iglesia sólo le queda reivindicar el derecho a la objeción de conciencia?

—No, no solo eso. A todos los cristianos les corresponde dar testimonio de cómo todas estas iniciativas no favorecen el desarrollo pleno de la humanidad. Y esto tienen que hacerlo a través de un testimonio personal y público sin minusvalorar las razones que los otros, en una sociedad plural, pueden ofrecer para responder adecuadamente.

«Se puede decir que, después de Amoris Laetitia, una justa preocupación por la doctrina no siempre acepta el estilo de guía del Papa y sus indicaciones»

—Usted afirma que «las divisiones entre los católicos han surgido sobre todo en los últimos años», ¿cree que el Papa tiene alguna responsabilidad en ello?

—Esta es una cuestión sobre la que se discute mucho últimamente porque se ha puesto de moda. Y es algo que ha sucedido con todos los papas. Un factor significativo en la historia de la Iglesia es que entre un papado y otro es importante que se den elementos de discontinuidad dentro de la unidad. Esto está vinculado al hecho de que también en el carisma petrino el espíritu se sirve del temperamento, del estilo de vida, del carácter del elegido. Por lo tanto es evidente que Francisco no es Benedicto. No es que yo no quiera considerar su pregunta, pero desde el principio he dicho que Francisco está constituyendo un puñetazo en el estómago a nosotros europeos y habitantes del norte del Atlántico que estamos cansados y sentados. Por tanto tenemos que aprender del Papa.

—Este Papa, ¿tiene más enemigos que sus antecesores?

—A mí parecer no. Se puede decir quizás que, sobre todo después de Amoris Laetitia, una justa preocupación por la doctrina no siempre acepta el estilo de guía del Papa y sus indicaciones. Pero a mi parecer, excepto grupos minoritarios, el Papa es muy seguido, también fuera del mundo católico.

—¿Es comprendido Francisco en Europa en esa sensibilidad que usted denomina «catolicismo popular»?

—No. Por eso yo afirmo que hay que aprender al Papa. Por ejemplo, cuando alguno le acusa de no tener una formación intelectual comete un grave error porque ciertamente el Papa no es un académico pero, en cambio, ha tenido una sólida formación, la típica de los jesuitas de su generación. Para tener una buena formación intelectual no es necesario ganar una cátedra en la Universidad.

—¿Qué espera de la cumbre antipederastia que se celebrará en febrero?

—Lo que ha hecho el Papa es escuchar las sugerencias del Consejo de Cardenales. Me parece que este intento, respetando las diferencias de las distintas iglesias, consiste en dar una orientación unitaria sobre este tipo de tragedia porque un solo caso ya es demasiado. Lo que pretende Francisco es ayudar mucho a los obispos a afrontar el problema en colaboración con las autoridades y la justicia civil y, por tanto, extirpar lo más posible este gravísimo mal en la vida de la Iglesia ayudando también la sociedad porque éste no es solo un problema eclesial.

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