Los ancianos, víctimas de su propio entorno familiar: el foco de la infección se desplaza en esta segunda ola
Los hospitales avisan de que aumentan los ingresos de mayores procedentes de sus casas
Érika Montañés y Laura Peraita
No suena bien decirlo, ni leerlo o escribirlo. Pero los propios gestores de las residencias, como el presidente de la Federación Empresarial de la Dependencia (FED), Ignacio Fernández-Cid , que hace un mes presagiaba temeroso otro gran foco de infección dentro de los ... geriátricos y el confinamiento de todos los mayores en centros residenciales, hoy reconoce que, afortunadamente, erró en su vaticinio. Las residencias han hecho los deberes, están interponiendo un gran dique de contención frente a la entrada del coronavirus, y el foco de la infección se ha desplazado entre la primera y la segunda ola a los entornos familiares, dicen a ABC Fernández-Cid y José María Toro , secretario general de la otra patronal, Ceaps (Círculo Empresarial de Atención a las Personas).
El ámbito familiar es el reino del Covid en esta segunda ola. Y también la «trampa sentimental» para el contagio de los ancianos. Prueba de ello son, como reconocen profesionales de varios hospitales, como el Doce de Octubre de Madrid –el centro sanitario con más pacientes Covid en estos de toda España–, que los ingresos de ancianos con Covid-19 se está disparando, aunque la letalidad sigue siendo menor que la de la primera etapa.
Ni el Ministerio de Sanidad ni los hospitales están facilitando datos segmentados por edad, pero los sanitarios de las plantas sí dan la voz de alarma. Avisan de que hay muchos jóvenes infectados y que los mayores de 65 años ingresados (el perfil está entre los 70 y los 100) llegan en su mayoría «procedentes de sus casas». Otro doctor del hospital La Paz aprecia que «los abuelitos que entran están aquejados de múltiples dolencias, pluripatologías que los tienen en el hogar recluidos y aislados, y cuyos contagios se deben, en la mayoría de las ocasiones y por sus testimonios, a los padres y nietos que van a verles. Se producen dentro de los hogares».
El doctor Alfredo Bohórquez , secretario general de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología ( SEGG ), recomienda respecto al contacto social y familiar «reducirlo» al máximo que se pueda», «hacerlo en grupos pequeños de personas, evitar las fiestas o celebraciones y estar siempre con mascarillas, en lugares ventilados y manteniendo la distancia de dos metros». Los profesionales entrevistados convienen en que es muy duro aseverar que «la visita del nieto de turno» tras la desescalada ha contagiado a una horda de ancianos, pero está sucediendo», apremian.
«No es alarmante –subraya Fernández-Cid–, pero los brotes registrados en las residencias se deben a trabajadores que entran de fuera. Dentro se están haciendo bien las cosas, el contagio viene del exterior, porque en las visitas de los familiares se están poniendo medidas muy drásticas». El grado de inmunidad detectado entre los ancianos residentes en todos los s estudios realizados, además, es altísimo (por encima del 60-70%, según el área analizada), lo que supone que ya se contagiaron en la primera ola.
Los contagiadores llegan de fuera
Ahora, durante la segunda, más de 306.000 personas resultaron infectadas solo en el mes de septiembre, otra realidad que está llevando a los sanitarios a remarcar que la mayor parte de los contagiadores acuden a las casas a ver a los parientes, a celebrar cumpleaños y aniversarios que deberían aplazarse, según las opiniones de los especialistas recabadas.
Toro abunda: «Los ancianos son los más vulnerables. La situación en las residencias ahora mismo es estable, pero nos mantenemos en máxima tensión por si da la vuelta. La transformación de los centros ha sido radical y no hemos bajado la guardia desde marzo». Pero el virus ha salido a las terrazas y los bares, a eventos familiares donde las personas se juntan, interactúan y nadie se queda sin abrazos. Es un elemento muy importante de transmisión de joven a anciano.
El secretario general de Ceaps aporta un dato, al albur de esa opacidad que tiene sumidas a todas las administraciones para destripar cifras por edad o lugar de contagio: solo en la Comunidad Valenciana, la Generalitat cuantifica el incremento de casos al iniciarse la segunda ola (desde el 1 de julio) en un 160% de casos. El 20% de esa escalada se diagnostican en residencias; el resto en el ámbito privado. Son ocho veces más dentro del hogar que en la primera sacudida, compara Toro, con el documento Excel de la Consejería de Sanidad de Ximo Puig delante.
Algunos ancianos y sus familias ofrecen su diagnóstico de lo que está sucediendo, cada uno con su historia:
«Este jodido cacharro me ha tocado»
Gabriel Vaamonde es un gallego natural de la parroquia de Ábedes, en Verín (Orense), «de donde ya salió un Gabriel Vaamonde, que ganó el Tour de Francia», concede el hombre de 95 años. A su casa de Madrid llega su hija Olga a ponerle el teléfono a la oreja. El anciano está entusiasmado por «salir en el ABC» y habla dicharachero como cualquier jovenzuelo. Pero el «jodido cacharro» le tocó a él y pese a su carácter fuerte y positivo, como su tocayo ciclista, el patógeno le arrebató una chispa de alegría durante las dos semanas y media que estuvo ingresado en el Hospital Clínico de la capital. Ahora se recupera con precaución, como también lo hace Olga y la familia. «Pienso en la suerte que hemos tenido, mi padre vive», dice ella. «Él es un crack y los demás tenemos el miedo lógico. Ahora estamos pensando en cómo nos juntamos, pero tenemos mucho miedo. En esta segunda ola creo que no nos juntaremos, aunque mi padre ya está soñando en cómo celebra su cumpleaños, el número 96, que será el 14 de julio de 2021». El anciano interrumpe: «Me encuentro muy bien y quiero dar las gracias al personal del Clínico, me ayudaron a salvarme. Lo que yo vi esos días fue una locura, terrible, pero de lo mío nadie tuvo la culpa. Fue un resbalón» del que se recupera con ganas.
«Mi madre falleció. Aconsejo a los amigos de mis hijos que no causen una pérdida tan grande»
María no puede ocultar su tristeza al recordar cómo sus siete hermanos y su padre empezaron a notar que su madre se sentía decaída y temían que los efectos secundarios de la quimioterapia que estaba recibiendo le estuvieran jugando una mala pasada. No tenía tos, pero sí unas décimas por la noche. Fueron a urgencias y el diagnóstico no tardó en llegar: neumonía bilateral y positivo en Covid-19. En cuatro días falleció. «Mi padre, de 78 años, que también se contagió, se ha quedado desolado. Y solo —lamenta–. Los dos vivían en su propia casa y han sido muy cuidadosos en todo momento, sobre todo por el delicado estado de mi madre. Pero, al parecer, el contagio llegó hasta ellos a través de la mujer de servicio contratada para que les ayudara en las labores del hogar. Lo supimos porque esta mujer trabaja unas horas en casa de mi hermana y se contagiaron al mismo tiempo».
Para todos los hermanos fue muy dura la pérdida de su madre, pero también saber que su padre estaba viviendo el duelo en la más absoluta soledad sin poder recibir visitas. «Mi padre se levantaba cada mañana y veía sobre la mesa las medicinas que tomaba mi madre cada día, la ropa que tenía preparada para ponerse, sus utensilios de aseo personal... Me decía que no tenía fuerzas para retirar nada. El dolor era inmenso». En un intento de poder verle, decidieron comprarle un móvil que le dejaron en el rellano de su puerta. Le explicaron cómo utilizarlo para hacer videollamadas y, de este modo, poder ver en qué estado se encontraba y que él se refugiara en ver a sus hijos y le diera mayor sensación de cercanía.
Ahora, la ayuda de un psicólogo especializado en duelo y el apoyo que recibe en su parroquia están ayudando a este hombre a recuperar muy poco a poco una vida bien distinta a la que tenía antes de la pandemia. «Va asumiendo la situación y encontrando sentido a lo que está ocurriendo», explica su hija María.
Añade que «toda precaución es poca». «Insisto constantemente a mis hijos adolescentes que tienen que tener mucho cuidado porque ellos mismos pueden contagiar a un amigo que viva con sus abuelos y provocar que enfermen y mueran, como ha ocurrido en nuestro caso con mi madre. Ellos no pueden ser responsables de una pérdida tan grande porque será algo que no podrán superar en la vida. La gente no se imagina lo rápido que se contagia este virus. Nosotros hemos tenido la desgracia de comprobarlo en nuestra propia familia».
«Nos recluimos sin los nietos. El doctor dijo que era inmune pero no sabe si 3 días o 3 meses»
Pedro Prieto (80 años) se emociona a cada minuto. Lo ha pasado realmente mal. Vio la muerte de frente. No le importa reconocerlo. Pasó mucho miedo en los largos 22 días ingresado primero en el hospital La Paz de Madrid y en su recuperación posterior en el hospital Santa Cristina. Se quedó en varias ocasiones sin oxígeno. El ahogo y las secuelas no le hacen fácil olvidar a su enemigo, el coronavirus. Cree que lo contrajo en un viaje del Imserso a Marbella, tampoco está seguro, si bien se mezclaron con gentes de Galicia, Cataluña y Madrid y luego «cayeron» muchos. Después de eso y de la cuarentena de su mujer, Encarnación , se han autorecluido. «Es muy triste, hace mucho que no veo a mis nietos, pero el doctor me dijo que estaba inmune tras haberlo pasado. Y matizó que no sabe si por tres días, tres meses, o tres años». Así que el resultado es que sale a pasear como única concesión, a la compra y poco más. «Me fatigo, pero me conviene andar. Tengo un pulmón dañado y arrastro secuelas de la neumonía –comenta Pedro–. A veces me pesan las cejas, tengo un dolor debajo del omóplato. Este virus es muy complicado: hay momentos no sabes por qué te notas más nervioso; otras te tiembla la mano con un vaso de agua, o no duermes. Es un tipo muy inteligente».
«La soledad es para un viejo mucho peor que la enfermedad»
Daniel , de 5 años, Paqui Amores , de 70, y Ana Isabel Rodríguez , de 43, forman un trío inseparable. Pero ahora la abuela está enferma y duerme sola en el salón, porque la casa es enana, se queja su hija. «Lleva veinte días contagiada, le han hecho PCR y como vivimos los tres juntos, la hemos aislado y duerme en el sofá, la pobre. El niño vuelve del cole y solo repite que "a ver si se pone buena su yaya"».
En el caso de Paqui, barrunta que se contagió en el metro, cuando salió a por un regalo para su nieto porque iba a ser su cumpleaños. Sufrió los primeros síntomas de una neumonía y pronto dio positivo en Covid. «Es la primera vez que ha estado mala en su vida», contrasta su hija, así que Ana se asustó muchísimo. «Se fatigaba, se quedaba sin respiración, le bajó el pulso a 43, se mareaba y expulsaba flemas con sangre». Pero ni con todo Ana y Daniel han pesando en dejar un momento a la anciana. «La soledad es para ellos mucho peor que la propia enfermedad. Deberíamos proteger mucho más a nuestros mayores, pero es muy triste que estén solitos», afirma Ana, quien termina: «Con que no salgan mucho de casa ya está, pero que nadie les prive de ver a sus nietos. Que nadie les quite eso en vida, que sería mucho más dramático que el propio virus».
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