Agorafobia por el Covid: la pandemia saca a la luz los miedos ocultos
Casi un año después de la pandemia, decenas de personas siguen aisladas, recluidas por voluntad propia, negándose a hacer una vida normal

Salen de casa para lo imprescindible, han dejado de relacionarse con sus amigos o de tener vida social, y su ocio exterior se ha reducido a la nada. Algunos, incluso, han abandonado la búsqueda de empleo, esperando a que la tormenta amaine. Tienen ... miedo al virus. Ellos y sus vidas transformadas representan algunas de las cicatrices invisibles que ha dejado la pandemia: en un lado, encontramos a jóvenes que han aparcado su vida por el pánico que les produce ser contagiados o contagiar a otros miembros de su familia; en el otro, mayores que ven cómo desperdician un tiempo valioso después de toda una vida trabajando.
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Desde el fin del confinamiento, en junio pasado, se han multiplicado las personas que acuden a una consulta médica con estrés, ansiedad o incluso depresión. Juan Diego Martínez, psiquiatra y psicoterapeuta ha notado un gran incremento del número de casos con estos cuadros. «Entre ellos se encuentran los que han perdido a un familiar cercano y que no han podido tener un duelo que les cure. También acuden mucho personas mayores que viven en soledad, divorciados o con hijos mayores, que asumen que cada vez les queda menos tiempo de vida y esto les resta. Les angustia mucho pensar que están perdiendo el tiempo», apunta Martínez. «La reclusión continuada –ahonda el especialista– está agravando a nivel general los niveles de angustia y que cada vez haya gente con más miedo a salir de casa, porque no salir, la reduce».
Su abuela, persona de riesgo
Rubén, un treintañero madrileño, se quedó en el paro en febrero de 2020. Con el fin de su contrato y el inicio del confinamiento, decidió «aguantar lo máximo posible», dice a ABC, con el dinero del desempleo y sus ahorros. Por aquel entonces ya llevaba cinco años apuntado a la Escuela Oficial de Idiomas, que decidió abandonar, además de reducir al máximo sus contactos para proteger a su abuela, de 91 años, aunque a ella también la ve muy poco por precaución. «Salgo lo justo, lo imprescindible: saco al perro y a veces voy a la compra, en este último año ni siquiera he pisado una tienda de ropa», comenta.
Este joven evita, incluso, el transporte público y desde el inicio de la pandemia solo se mueve en su coche. No volvió a utilizar el metro hasta que se vio obligado por la nevada que dejó el temporal Filomena, el pasado mes de enero. «Dormí en casa de mi primo dos días para evitar coger el metro, ya que tenía el coche inmovilizado por la nieve. Ya al tercero no tuve más remedio que utilizarlo para volver a casa», relata.
«Desde que comenzó la pandemia, no hemos pisado un bar»
La semana pasada fue su cumpleaños, que coincide con el de otro amigo. Y aunque toda su pandilla se reunió en un bar para celebrarlos, la inseguridad hizo que se quedase en casa. «Los contactos los reduzco al núcleo familiar y si es posible en casa. Si alguna vez voy a desayunar a un bar al aire libre, es por obligación, por cumplir con algún compromiso» simplemente, acaba.
Desde un pueblecito de Jaén, habla para ABC la familia de Yolanda y Jonathan. «Desde que comenzó la pandemia, no hemos pisado un bar . No es que pensemos que allí haya más contagios, sino que da reparo porque la gente prescinde de la mascarilla», cuenta él. Su segunda hija llegó en plena pandemia, y ambos han visto cómo, desde el embarazo, nada fue igual que con la primogénita. «La pequeña no ha salido prácticamente nada, ni a pasear ni nada. Y durante el embarazo iba con miedo a las revisiones en el hospital, que fueron muchas menos», expone la madre. «A mí se me parte el corazón cuando mi hija mayor ve a niños jugando y me dice que quiere jugar con ellos y le tengo que decir que ‘no’», se lamenta el padre. Aunque a veces han salido en familia a algún centro comercial, lamentan, sienten una constante sensación de inseguridad: «Estoy pendiente de lo que hace la gente, no de mí mismo, porque no puedes estar tranquilo», dice Johathan.
Escondidas
Una de las consecuencias de esta autoexclusión social, expone Carolina Álvarez , psicóloga y psicoanalista miembro de la plataforma, es que los familiares suelen sentirse «poco atendidos, escuchados o tomados en cuenta». Además, su hipervigilancia hacia los demás suele acarrear «problemas a la hora de concentrarse o en su actividad laboral». El perfil de los pacientes con los que trabaja Álvarez en consulta responde a personas que ya tenían problemas psicológicos anteriores y sin atender, y que la pandemia ha sacado a la luz. «Este miedo se camufla bien en estos tiempos, porque no salir de casa es una recomendación general, pero quienes lo tratamos sabemos que están más cerca de ser una fobia al exterior o agorafobia que una medida de protección contra el Covid-19», apunta.
Uno de los colectivos más afectados por las secuelas del coronavirus es el de los familiares de los fallecidos o contagiados. Desde la Asociación de Víctimas del Covid-19, Ana Baschwitz subraya que estas personas vuelven a la calle «con mucha inseguridad, desprotegidos, indefensos y con miedo, por muy radical que pueda sonar». En su caso, que perdió a un familiar próximo, se duele por que «produce un trauma inesperado, difícil de encajar». Ella distingue dos grandes grupos de afectados: los más mayores, que se encuentran «en un estado de vulnerabilidad total, que no se quieren asomar ni a la puerta de casa a abrirle al repartidor» y, cada vez más, la gente de 30 a 40 años «que no quieren convivir ni con los amigos íntimos». Achaca estas patologías a un estado de incertidumbre provocado por un efecto anexo, el exceso de información: « Son 24 horas al día de malas noticias que debilitan a las personas».
«Mi entorno dice que hay que aprender a vivir con el virus, pero yo me niego a vivir así. Solo quiero que esto se acabe y vuelva la vida de antes, o lo más parecido posible a lo que teníamos», señala, a su vez, Rosa. La pandemia ha alterado por completo su vida social, porque sigue trabajando, por lo que extrema las precauciones para proteger a sus padres, de 80 y 83 años, con quienes convive. «Estos meses todo ha sido por videollamada», revela.
Un último grupo son aquellas personas con enfermedades crónicas o de elevado riesgo que piensan que salir a la calle multiplica el peligro de que se agrave su propia dolencia. Entre ellos, están los pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). «Con el Covid, EPOC es un doble problema de salud pública . Pocos conocen la morbimortalidad asociada a la patología y el grave deterioro de la calidad de vida de quienes la padecen. Son el grupo de riesgo más crítico para contagiarse. Por ello, hay que evitar al máximo la exposición de los enfermos con EPOC al coronavirus en zonas de mayor riesgo de contagio y asegurar que su entorno sea seguro», remarca a este diario Nicole Hass , portavoz de la Asociación de Pacientes con EPOC. Muchas de estas personas viven condenadas al encierro desde que se desató la pandemia, y por ello se unen al grupo de quienes urgen vacunarse cuanto antes.

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