IGLESIA
Mi encuentro con Monseñor Álvaro del Portillo
«Con motivo del proceso de beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo, sucesor de San Josémaría Escrivá como prelado del Opus Dei, deseo contar una anécdota personal que tuve con él que la recuerdo con todo cariño»
Mi encuentro con Monseñor Álvaro del Portillo
Con motivo del próximo proceso de beatificación de Monseñor Álvaro del Portillo, sucesor de San Josémaría Escrivá como prelado del Opus Dei, deseo contar una anécdota personal que tuve con él que la recuerdo con todo cariño.
Eran los años sesenta del siglo pasado y ... yo era a la sazón alcalde de Pamplona (1964-1967) tras haber sido tres años concejal y seis primer teniente de alcalde –Vicealcalde-. El entonces Monseñor Escrivá con quien tuve una fluida comunicación a lo largo de esos años, en uno de sus frecuentes viajes a la ciudad nos invitó a una reunión informativa con lo que entonces se llamaba primeras autoridades. La reunión se celebró en el colegio Mayor Aralar donde se hospedaba. Junto con él nos reunimos el gobernador civil, el presidente de la Diputación Foral, el presidente de la Audiencia Territorial, el gobernador militar y yo como alcalde. No recuerdo si alguno más. Por parte de la entonces incipiente Universidad de Navarra, su rector magnífico, su administrador general, el director del colegio Mayor Aralar y otros cualificados miembros del Opus Dei para mi desconocidos hasta completar un número análogo al de sus invitados. En total seríamos unas 10 o 12 personas.
Recuerdo que nos sentamos todos formando un círculo en el que Monseñor Escrivá, por su calidad de anfitrión, su carácter abierto, su capacidad de liderazgo y su carisma personal era el centro de atención de todos los reunidos. Acto seguido se inició por parte de todos los presentes una animada conversación informal donde Monseñor se interesaba vivamente por los asuntos de Navarra. A mi derecha se sentó un cura con traje talar sin distintivo alguno que apenas intervenía en el animado coloquio.
Por mera cortesía me dirigí a él suscitando el tema entonces de actualidad sobre la proyectada autopista de Navarra que uniría el Mediterráneo con el Cantábrico y su influencia económica y social en la región. Me sorprendió con una serie de consideraciones técnicas sobre su trazado, su proceso de construcción y sus alternativas. Dado el sesgo técnico que tomaba la conversación fuera de mi alcance opté por cambiar de tema a la vez que le mostraba mi admiración por su profundo conocimiento del proyecto. Me contestó que no debía extrañarme porque era Doctor Ingeniero de Caminos y le interesaba especialmente cuanto afectaba a Navarra.
En mi doble condición de abogado y alcalde de Pamplona derivé la conversación hacia el Derecho Foral de Navarra, disciplina para mí muy familiar por cuanto era casi un instrumento de mi trabajo. Centramos nuestra conversación en la posible influencia del Derecho Foral en el futuro de la proyectada Universidad. Nuevamente me volvió a sorprender por su profundo conocimiento de nuestro derecho anunciándome que no debía extrañarme por cuanto era también Doctor en Derecho Canónico, con especial interés en el estudio de nuestro derecho foral.
Aquí no terminó nuestra conversación. Por aquellas fechas estaba en pleno apogeo el Concilio Ecuménico Vaticano II, acontecimiento que yo lo había seguido con cierto interés consciente de su transcendencia universal no solamente para la Iglesia Católica sino para la civilización occidental. Le pregunté por algunos aspectos que me interesaban y me dio una lección magistral informándome de algunas cuestiones que sin poder ser consideradas secretas bien pudieran catalogarse de reservadas. Le agradecí muy sinceramente su información a la vez que le preguntaba la razón de su profundo conocimiento de tales interioridades conciliares. Me contestó que aparte de ser Doctor en Filosofía era también secretario de siete comisiones conciliares.
Ya no pude más. Para conocernos mejor me identifiqué como Alcalde de la Ciudad y dado que nadie nos había presentado le rogaba que asimismo me hiciera saber de su persona y el carácter de su presencia en la reunión. Me contestó escuetamente que era Álvaro del Portillo, secretario general del Opus Dei.
Por haber conocido personalmente a ambas personalidades, a San Josémaría Escrivá como fundador del Opus Dei y Gran Canciller de la Universidad de Navarra con quien tuve un trato muy cordial y que sin pertenecer yo al Opus, ni entonces ni ahora, llegó a obsequiarme con un ejemplar de su libro «Camino» con una cariñosa dedicatoria de su puño y letra que conservo junto con una fotografía en la que aparecemos ambos fusionados en un cordial abrazo. También, como he dicho, conocí aunque más ocasionalmente a Monseñor Álvaro del Portillo en su calidad de secretario general del Opus Dei. Es por esto por lo que me permito exponer con el máximo respeto y consideración para ambos mi opinión personal sobre las distintas personalidades de uno y otro.
San Josémaría Escrivá, por su poder de comunicación, su visión de futuro y capacidad intelectual, su carisma personal, su natural espontaneidad y forma de expresarse bien podría considerarse la persona más legitimada para cualquier relación institucional. El recuerdo que tengo sobre Monseñor Álvaro del Portillo es bien diferente. Hombre más introvertido con una intensa vida interior, vasta cultura, dado al estudio, de naturaleza pensante y reservada que eludiendo todo protagonismo era ya entonces partícipe necesario en las grandes decisiones de la Obra.
Ver comentarios