miguel pajares, el sacrificio de una vocación
«Solo quería ayudar a los más necesitados, su vida no le importaba»
La primera víctima de ébola en Europa falleció ayer a los 75 años, tras fracasar todos los esfuerzos por salvarlo
josefina g. stegmann
Todas las mañanas iba al despacho de Miguel y le preguntaba: ¿Tú crees que nos salvaremos?». Y Miguel, sonriente, respondía: «Claro que sí». «Miguel no sólo se ha salvado, ha prestado un gran servicio a África y ha puesto de manifiesto las carencias del continente ... y la necesidad de que el mundo se implique más».
Pocas palabras quedan por decir, por agregar. Para la gente que lo conocía muy de cerca, como Juan Reig, agregado a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios por carta de hermandad, Miguel se ha ido pero dejó el mensaje que quería dejar. Occidente ha vuelto la mirada a África. Las cifras de afectados por el virus del Ébola, que no paran de aumentar, han dejado de ser números para convertirse en lo que realmente son: personas.
El sacerdote español Miguel Pajares murió ayer a los 75 años de edad en el Hospital Carlos III de Madrid. Podría interpretarse el lugar de su fallecimiento como una mera anécdota si no fuera por el difícil proceso de repatriación pedido por la Orden San Juan de Dios y realizada sin reparos por el Gobierno español. Anécdota porque Miguel era español pero su corazón, africano.
«Eres muy mayor, las misiones son para gente más joven», recuerda su hermano Feliciano, a quien siempre le decía. «Si es que me necesitan allí, que hay mucho que hacer», respondía el sacerdote. «Él ha muerto transmitiendo lo que quería: la importancia de la ayuda para luchar sobre el terreno», cuenta Javier Pajares, uno de sus sobrinos.
En la Orden desde los 12 años
Miguel era el tercero de cinco hermanos: Feliciano, Gregorio, Emilio e Hipólito que murió hace cuatros años. Nació en La Iglesuela, una pequeña localidad de 500 habitantes, al noroeste de la provincia de Toledo y que visitó por última vez en junio. Ingresó en la escolanía de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios con apenas 12 años. Estudió Enfermería y finalmente se ordenó sacerdote. Llegó al continente africano por primera vez en la década de los 60. «Yo era pequeñito y recuerdo que Miguel ya andaba por África», recuerda su sobrino. Estuvo en América, en Irlanda del Norte cuando la guerra, luego en Ghana y los últimos siete años en Liberia. «Él solo quería ayudar a los demás, a los más necesitados, su vida no le importaba nada», cuenta Feliciano.
A su último destino, Monrovia, capital de Liberia llegó en 2007. Tenía muy claro su cometido: reabrir el hospital de San José. «Como consecuencia de la guerra había quedado destrozado y la Orden se propuso abrirlo para lo cual la colaboración de Miguel fue fundamental», asegura su viejo amigo Reig. Miguel trabajaba como director espiritual y responsable de la Pastoral de los enfermos, aseguró José María Viadero, director de la fundación Juan Ciudad , dependiente de la Orden. El hospital volvió a cerrar estando Miguel dentro, concretamente el pasado 1 de agosto. Al día siguiente, fallecía el director del centro, Patrick Nshamdze infectado por el virus. El contacto con él hizo que el resto de los religiosos se contagiaran. La noticia de que Miguel Pajares estaba infectado llegó el pasado martes. También dieron positivo las hermanas Chantal Pascaline Mutwamene , y Paciencia Melgar. Chantal tampoco pudo ganarle al virus. Murió el sábado y George Combey , un enfermero que también había trabajado con Pajares fallecía el lunes.
Su amigo Juan Reig cree que si le hubieran dado a elegir se hubiera quedado con ellos. «No era consciente, no dominaba el escenario», asegura. De los infectados, solo resiste Paciencia, ingresada al Hospital liberiano ELWA, el único que presta servicios a la población. Esa era una de las mayores preocupaciones de Miguel. «¿Qué va a ser de esta gente si cerramos el hospital?», se preguntaba.
«Se exigía cada vez más»
Miguel aterrizó en Madrid el jueves pasado. «Cuando lo ví llegar en el avión, luego en la ambulancia, escoltado por la Guardia Civil como si fuera Obama, pensé, desde su punto de vista, que era una barbaridad. Miguel no quería protagonismo, era una persona sencilla», cuenta Reig. Y es que su amigo, que compartió muchos años con Pajares cuando trabajaban en Madrid en el secretariado provincial de la Orden, se deshace en elogios. «Era de los hermanos que yo llamaba carismático, bueno, cercano, alegre, no tenía dudas, hacía su tarea sin más estímulo que el de su propia vocación». Reig también se preguntó por qué quería hacer misiones con la edad que tenía. E interpreta que aparte de su deseo de ayudar Pajares «se exigía cada vez más». «Hay hermanos que optan por una vida más rutinaria. San Juan de Dios murió con la pena de que no había hecho todo lo que debía y ese mensaje late en los hermanos. Por esa exigencia de superación y crecimiento de su vocación, Miguel consideró que debía acercarse a África y echar una mano», explica Reig.
Esta vocación es la que transmitía también a su gente, a su familia. «Mi niña Pilar, que es enfermera, se fue hace diez años a trabajar a Ghana y dejó allí todo lo que tenía. Recuerdo que Miguel le dijo: “Es lo mejor que has hecho”», cuenta Feliciano. Los viajes por África le valieron algún disgusto. De hecho, no es la primera vez que Pajares llegaba enfermo. «Empezó a tener dolencias, vino con fiebre en alguna ocasión, no se sabía si era malaria. Y además, le habían hecho una intervención en el corazón. Pero él venía a España a hacer proselitismo, quería llevar dinero al hospital».
La energía de Miguel la conocieron quienes recibieron su ayuda. Pero la mayoría de los españoles conoció a un Miguel decaído, que se alegró cuando ABC le transmitía la noticia de la repatriación. «Es estupendo», repetía. Pero su voz delataba su debilidad. Hacía un esfuerzo para contestar, para decir que había comido, que tenía que hacer un esfuerzo, porque si no «todo se va a pique». Pedía perdón cuando no hilaba bien las palabras y no olvidaba jamás dar las gracias y mandar besos antes de colgar.
«Transmitía paz»
Su familia dejó de tener contacto director con él cuando aún no había llegado a Madrid. «Lo último que supimos ayer a las doce de la noche fue que estaba estable y no tenía calenturas, no sé si sería mentira», lamenta uno de sus sobrinos. «Tenía una edad, no es lo mismo el medicamento en un cuerpo joven», agrega otro. Pero la familia no se obsesiona con las causas. Intenta llevarse el recuerdo. «Fue un ejemplo para nosotros, su estilo de vida era dedicarse a los demás, al cuidado de todos, independientemente de su origen», asegura su sobrino. «Miguel transmitía paz, no solo cuidaba física sino espiritualmente de la gente», agrega Reig.
La familia de Miguel iba en coche cuando se enteraron de la noticia. «Papá ha muerto el tío», cuenta Feliciano que le dijo su hijo.
La noticia los cogió por sorpresa, como a sus amigos. «Sentí mucha angustia, en este mundo en el que vivimos como si Dios no existiese, estar cerca de personas así es un verdadero privilegio», dice Reig. Su amigo bosqueja el estado de ánimo de Pajares. «Él está bien, riendo al ver a los “astronautas” que lo trajeron».
«Solo quería ayudar a los más necesitados, su vida no le importaba»
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