El Papa Francisco abraza a los discapacitados de Asís: «Jesús está presente en vosotros como en la Eucaristía»
El Pontífice dice que «un cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús» y no se queda indiferente

Igual que hubiera hecho Francisco hace 800 años, el Papa comenzó su visita a Asís visitando a los enfermos y discapacitados graves a las ocho de la mañana. Le esperaban en el Instituto Seráfico, en sus sillas de ruedas y sus camillas. Ninguno podía hablar, pues eran sordomudos o habían perdido la voz debido a la enfermedad. Algunos conseguían hacer gestos, y otros le saludaban simplemente con los ojos.
El Papa fue pasando despacio para apretar las manos de cada uno, acariciarle la cabeza, darle un beso… Los rostros de niños Down parecían iluminarse, ante la ternura del Papa, que dirigía también una mirada de cariño a la enfermera o el voluntario que acompañaba a cada enfermo, pues requieren atencióncasi continua. Se diría que Francisco se detenía más y se emocionaba más con los adultos que tenían peor aspecto: miembros deformados por enfermedades degenerativas, rictus descompuestos por enfermedades nerviosas. Al final del encuentro les revelaría el secreto de su cariño: lo que veía en ellos.
En la capilla del Instituto seráfico no se oían palabras, tan sólo algunos gemidos o lamentos de enfermos, que sólo quienes les cuidan cada día saben interpretar. Algún sollozo ocasional provenía de las enfermeras y los voluntarios. Las lágrimas se asomaban en silencio a muchos ojos. La presidenta del Instituto Seráfico, Francesca di Maolo, le acompañaba y le daba explicaciones cuando el Papa se las pedía.
Igual que su visita a Cerdeña el pasado domingo 22 de septiembre comenzó con un encuentro con los trabajadores de Cagliari a las 8.45 de la mañana, el Papa inició su peregrinación a Asís reuniéndose con los enfermos y discapacitados graves a las ocho de la mañana. Había salido en helicóptero de Roma a las siete, acompañado de los ocho purpurados de todo el mundo que forman el nuevo Consejo de Cardenales y que han estado trabajando con él durante tres días para diseñar una reforma en profundidad de la Curia vaticana.
El Instituto Seráfico fue fundado como hogar de acogida por un franciscano santo, Ludovico da Casoria, y mantiene perfectamente su espíritu. Como dijo la presidenta al Papa: «Trabajar aquí es una decisión de amor. Junto a estas personas descubrimos el valor de la vida. Nos enseñan a mirarles con ojos distintos, con los que tenemos que mirar también a los presos, a los inmigrantes…».
La tragedia del día anterior en Lampedusa estaba muy presente, y el Papa se emocionó al recordarlo. Había traído un excelente discurso pero no lo leyó. Cuando le dieron los folios los tomó, pero los entregaría al final si mirarlos, después de haber hablado desde su corazón: «Como los discípulos de Emaús, tenemos que saber reconocer a Jesús. La carne de Jesús está, aunque no la veamos, en la Eucaristía. Sus llagas están en estos muchachos, en estos niños, en estos ancianos».
En tono muy entrañable, el Papa les dijo que «un cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús» y no se queda indiferente ante ellas. Francisco les comentó que «Jesús resucitado era bellísimo. No conservaba las señales de los golpes. Pero quiso conservar sus llagas y las ha llevado al cielo. Esas llagas están en el cielo, delante del Padre, y también aquí, delante de nosotros».
El discurso que no leyó
En el discurso que había escrito pero no leyó, el Papa recordaba el inesperado encuentro de Francisco de Asís, un joven adinerado hambriento de glorias guerreras, con un leproso. En lugar de alejarse, Francisco le abrazó, y ese gesto cambió su vida. El Papa escribió que «Jesús le habló en silencio en la persona de aquel leproso, y le hizo entender que lo que verdaderamente vale en la vida no son las riquezas, la fuerza de las armas o la gloria terrena, sino la humildad, la misericordia, el perdón». Era un mensaje cultural, revolucionario. Como lo fue el comportamiento de Francisco a partir del encuentro con aquel leproso en 1205 en un camino rural.
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