La isla de la desconexión total existe
Hay un lugar en el mundo alejado de la instantaneidad propia del siglo XXI donde lo único que suenan son las olas del mar
abc.es
¿Te imaginas un lugar en el que no existiera ni internet, ni red telefónica, ni televisión? Paradójicamente, para muchos, un sitio que reúna estas características es el lujo del siglo XXI, un momento en el que la inmediatez y la conexión global marcan nuestras ... vidas, por lo que disfrutar de esa desconexión es un verdadero sueño. Y sí, sí existe, está en el Caribe y se llama la isla de Pequeño San Vicente (PSV) .
«Hay otros lugares que pueden parecer similares, pero muy pocos tienen la atracción, la energía y la magia indescriptible que hay en ella…». Así presentan en su página oficial este paraíso privado, que cuenta con cerca de dos kilómetros de playas de arena blanca, y cuyo único hotel está formado por 22 cabañas repartidas de forma que se satisfagan las premisas básicas que se pretenden ofrecer: la privacidad y la comodidad.
Así, no hay nada que pueda molestarnos, los únicos ruidos que se escuchan son los propios de la naturaleza, como las olas, las aves o la brisa del mar. Pero, ¿dónde está un sitio así? Pertenece a las Granadinas, que, junto a San Vicente, forma parte del archipiélago de las Antillas Menores, en el Caribe, donde existen unos treinta islotes vírgenes de aguas turquesas e inmaculadas, como de postal.
El tiempo lo marca el sol
La historia de este plácido sitio comienza en 1963y, a diferencia de otros emblemáticos sitios del Caribe, su hotel no forma parte de una cadena, sino que mantiene a día de hoy su carácter exclusivo, que fue lo que buscaban Hazen K. Richardson II (Haze para los amigos), Doug Terman a los que más tarde se uniría Nichols de Ohio. Fue el ex aviador Haze quien pasó por el islote mientras navegaba en las Granadinas aquel año y quien, junto a Terman y Ohio, comenzó la aventura de comprar PSV, algo que no fue precisamente fácil ya que pertenecía a una mujer de la que existía la leyenda de que nunca la vendería. Sin embargo, tras varias reuniones, lo consiguieron.
El diseño de las 22 cabañas y del pabellón principal corrió a cargo del reconocido arquitecto Arne Hasselqvist y en él pocas cosas son casuales. De hecho, lo que se ha conseguido con él es en cierto modo, un viaje al pasado. El número de cabañas, para dos personas -algunas cuentan una segunda habitación para otras dos- garantiza que en ningún momento se tenga la sensación de agobio al pasear por la playa. Dentro de ellas no solo no hay internet ni teléfono, sino que tampoco hay llaves, ni aire acondicionado. Las cabañas son de piedra y madera y están ubicadas de tal forma que nada impida contemplar la naturaleza y el mar.
Aproximadamente hace un año la isla fue vendida a Phil Stephenson, un abogado de Washington, y a Robin Paterson, quienes se han encargado de una renovación del complejo hotelero; aligerando los colores de las habitaciones, dotándolas de una mayor frescura con marrones más pálidos y ampliando las instalaciones con un nuevo restaurante y un spa, que pueden usar tanto los que pasan por la isla navegando como los alojados en el hotel.
¿Y qué ocurre si necesitamos servicio de habitaciones? Hasta eso es diferente: hay que izar a través de nuestra ventana o puerta una bandera amarilla y si lo único que quieres es que no te molesten, opta por la roja. La comida también merece una mención... dentro de la carta que se presenta en la web, hay productos de la talla de langosta, ensalada de papaya o el cangrejo criollo, que se pueden degustar incluso en el bar de la playa.
Con estas características, está claro que estamos ante un lugar donde el tiempo realmente parece ir más despacio, donde es el sol el que marca el ritmo y donde las preocupaciones se dejan en otro lugar... «Bienvenido a casa», dicen al llegar, aunque claro, el gran inconveniente son los precios... no aptos para cualquiera ya que oscilan entre los 1.200 y los 1.700 euros por noche.
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