Cultura

El rastreador de obras que llenarán las estanterías en el futuro

David Andrés
Editor

Vídeo ABC

Dedicarse a la edición tiene algo de enamoramiento, de fe ciega e, inevitablemente, de esperanza en el futuro.

Si hablamos del amor a los libros, invocamos una contundente dosis de admiración. Porque ocuparse de los libros de los otros, como escribe Carlos Clavería Laguarda, es una tarea que agota la mente y el cuerpo tanto como conquistar Mongolia. Para mí fue inevitable no dedicar mi vida a ello cuando, al volver de estudiar una temporada en Florencia y graduarme en Filosofía, descubrí, por total casualidad, el máster de Edición de la UAM, dirigido por Eduardo Becerra.

Desde hace un año y medio trabajo en Altamarea, la primera editorial que confió en mí y en la que empecé como becario cuando aún no había terminado los estudios. La edición también tiene mucho de fantasía e imaginación, es imposible pensar el futuro de los libros y de los autores que tienes entre manos si no confías en que las cosas pueden ser de otra manera. Cuando discuto con mis colegas acerca de este o aquel autor, manuscrito o librería se me hace imposible no sentirme parte de algo. Y aquí descansa el sentido de este oficio.

Cuando conocí a Manuel Borrás, editor a quien admiro profundamente, explicó, en una lección que nunca olvidaré, que lo más importante para un editor es su círculo mágico. Borrás se refería al grupo de gente del que decidimos rodearnos, aquellas personas que nos acompañarán en el día a día. Los hombros sobre los que lloraremos erratas, presentaciones sin público, adelantos no cubiertos y maquetas mal compuestas. Sentirse parte de una generación es lo más importante para un joven editor.

Al igual que Obi Okonkwo, el célebre personaje del escritor Chinua Achebe, deposito parte de mi esperanza en el futuro en que las mentes más talentosas de mi generación puedan compartir sus conocimientos en auditorios dispuestos a escuchar. No puedo pensar en la muerte del libro o de las formas tradicionales de la edición cuando, al mirar a mi alrededor, veo gente tan dispuesta a entregar su vida a la cultura y a la literatura. Libreros, periodistas, escritores, poetas… Hay un ejército de profesionales jóvenes esperando que alguien les dé una oportunidad.

Sin embargo, para construir el futuro debemos asentar los cimientos en el pasado. La historia está llena de editores y hazañas editoriales que pueden impulsar las velas de nuestra imaginación durante décadas. Cómo ignorar la gran aventura de Giangiacomo Feltrinelli haciéndose con los derechos internacionales de El doctor Zhivago durante el régimen soviético, o las luchas de Jorge Herralde con el secuestro de algunas de sus primeras publicaciones por parte de la censura franquista. Editores casi legendarios, como Gordon Lish y sus famosos recortes a Carver, o Mario Muchnik, que nos descubrió a Elias Canetti. ¿Qué habría sido de la izquierda intelectual inglesa de la década de los sesenta sin la colección de cubiertas naranjas de Penguin Books? ¿Acaso estaría yo aquí, escribiendo a mis 23 años de edad acerca del futuro de la edición, sin André Schiffrin y el trabajo que llevó a cabo para Pantheon Books?

Sueño con mirarme al espejo y ver algún destello de su legado en mi mirada. Aunque la nostalgia no es una buena patria, y el segundo requisito para conquistar el futuro es conocer el presente.

Nuestro presente es el de la edición independiente. Más allá del fenómeno de los grandes grupos, las pequeñas y medianas editoriales nos ofrecen a diario batallas y empresas inspiradoras. Tenemos a Libros del Asteroide con presencia semanal en la lista de más vendidos. Editoriales, como Tránsito y Dos Bigotes, que han convertido su compromiso social en una gran comunidad de lectores que confían en ellos con cada nueva publicación. La recuperación de Concha Alós gracias a La Navaja Suiza, Sara Gallardo por parte de Malastierras, ¡el proyecto editorial de Bamba! La vanguardia literaria latinoamericana que nos llega a España gracias a Candaya… La lista es infinita y sirve a los editores más jóvenes como inspiración y referencia.

Ahora bien, el futuro de la edición, que estamos celebrando y hacia el que nos precipitamos, también presenta muchos peligros. La saturación del mercado es quizás el más alarmante. No creo que nos aproximemos hacia un colapso como el descalabro de 2009, pero bien es cierto que el volumen y la periodicidad de las publicaciones pueden provocar una pequeña burbuja en la cadena del libro, y esto es preocupante. Aunque todos defendemos a ultranza nuestros libros sabemos que no todos son necesarios. Y publicar libros de más es quizás uno de los pecados más comunes, y menos castigados, de los editores. Vivimos en un mundo acelerado con una oferta de consumo cultural que busca cada vez más rapidez e inmediatez. No nos podemos permitir publicar y leer libros prescindibles. Quizás a todos los editores nos hace falta un Gordon Lish de bolsillo que solo nos deje publicar un libro de cada tres.

Para terminar, si de este oficio debo elegir una sola cosa, me quedo con los autores. En sus manos están los códigos con los que entenderemos el mundo, las miradas que nos harán comprender realidades remotas y por el momento inexistentes. Recordad: ahora mismo, en este país, hay jóvenes editores charlando con jóvenes autores. Y en unos años serán el presente.

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