La arquitectura del edificio de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Cantabria está acorde con el estilo reinante de los años sesenta y setenta: sobrio, con el hormigón como bandera y en una gama de colores neutros. En su interior, el gris y el marrón dominan el ambiente, que se extiende por intrincados pasillos que tienen, a un lado y al otro, aulas con pizarras anormalmente largas. Precisamente de allí, en medio de aquel entorno anodino, surge la belleza. Aunque no del tipo ‘al uso’ de lienzos o esculturas; una que no captan los ojos de todos los mortales: la belleza de los teoremas matemáticos.
Ujué Etayo Rodríguez (Pamplona, 1992) es capaz de apreciar las dos. Es más, hubo un momento en su vida en el que tuvo que elegir entre una y otra. “Con 15 años decidí que haría Bellas Artes”, cuenta a ABC delante de una de esas pizarras de varios metros de largo en las que se tira horas y horas apuntando números y fórmulas para volver a borrar y reescribir de nuevo. “Pero por unas circunstancias y otras acabé en el Bachillerato de Ciencias, donde tuve una profesora que nos enseñó que las matemáticas eran bonitas”.
Eso la cambió: de repente, las matemáticas ya no eran solo útiles (el discurso que todos hemos oído en algún momento de nuestra vida). Ahora también eran bellas. “Porque una demostración es algo cerrado y un teorema es verdad siempre -recuerda con una sonrisa-. Y los argumentos son elegantes, no dependen de la teoría de moda del momento, sino que lo son siempre”. Y lo mismo que le motivaba para estudiar Bellas Artes le llamaba para decantarse por las Matemáticas. Optó por la segunda vía porque un cuadro podría admirarlo siempre, pero no se veía entre fórmulas como afición de los fines de semana.
Quizá en algún universo paralelo Ujué Etayo (con nombre navarro a pesar de haberse criado en Santander) es el nombre de una gran artista. En este es sinónimo de una prometedora matemática que ha conseguido reconocimientos tan prestigiosos como el Premio Vicent Caselles en 2020 (otorgado por la Fundación BBVA y la Real Sociedad Matemática Española) y el Premio Rubio de Francia en 2021 (el galardón nacional más importante para matemáticos menores de 32 años). También se ha formado en la Universidad de Graz, en Austria, ciudad de la que volvió en 2021 porque sintió que se estaba perdiendo cosas importantes después de la pandemia. Todo dedicándose al campo de las teorías de aproximación, potencial y complejidad, que tiene una finalidad tan compleja como insinúa su nombre.
“Me dedico a colocar puntos en espacios que verifiquen o que satisfagan una propiedad -enuncia-. Por ejemplo, tenemos una esfera, como un balón, sobre cuya superficie queremos poner dos puntos lo más separados posibles el uno del otro. Si lo piensas un poco verás que si pones uno en el polo norte de la bola y otro en el polo sur, se cumple el enunciado. Además, como es simétrica, puedo girarlo y que los puntos se sigan manteniendo a la misma distancia. Esto se puede hacer con tres, cuatro, siete, nueve, cien puntos… y así se va sumando complejidad”.
Su ámbito está dentro de las matemáticas puras (las abstractas, que no se aplican a problemas concretos del mundo real, sino que buscan los teoremas o las ‘verdades universales’ dentro del mundo de las cifras), por lo que su trabajo no es buscar su utilidad. Aún así, otros colegas ya usan estos teoremas para aplicaciones tangibles. “Conozco una en concreto en la que se busca bombardear un tipo de células cancerígenas. Eso no se puede hacer desde todos los ángulos posibles, porque son infinitos. Entonces, tenemos que elegir los puntos concretos para que la radiación sea lo más uniforme posible en toda la célula”. Y aquí es donde entran las teorías de aproximación, potencial y complejidad.
En cuanto al futuro, Etayo pronostica un panorama brillante para las matemáticas: “Están de moda, hay muchos alumnos y se destinan muchos fondos”. No lo ve tan claro para los científicos en España: “Hasta que se terminen de redactar y publicar todas las normativas con la nueva Ley de Universidades veremos, pero aún no sabemos los plazos y si acabará la precariedad”. Para ella, la universidad debe ser “el cofre que preserva el conocimiento”, incluso aunque no tenga una aplicación inmediata, como su campo; y exige dignificar más el papel de los profesores de primaria y secundaria, esos que crean vocaciones. De esos que enseñan cosas como que las matemáticas pueden ser tan bonitas como un auténtico Velázquez.
«Si no está ahí, no sabemos explicar cómo se comportan los planetas y las galaxias, por lo que descubrirla sería un avance que cambiaría la física»

«En verano, en Salamanca, nos tumbábamos a observar el cielo. A partir de ahí comencé a estudiar las estrellas y aprender de memoria los nombres de las constelaciones»

«Queremos comprender cómo se caen los edificios para mejorar su diseño»

