Una microbióloga sevillana trabaja en la preservación de 3.600 bacterias para conseguir una agricultura sostenible
«Los taxónomos somos los frikis de la ciencia», dice Mari Carmen Montero, responsable de un grupo de investigación del Ifapa, donde aplica los conocimientos adquiridos durante diez años en Universidades de Alemania y Reino Unido
Alumnos de un instituto sevillano ponen nombre a cuatro nuevas bacterias descubiertas en Andalucía

La microbióloga Mari Carmen Montero Calasanz (1979, Arahal) trabaja en el Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (Ifapa) desde 2021 donde quiere convertir en «colección» un fondo de 3.600 bacterias que darán luz a los graves problemas que afectan a la agricultura y medio ambiente. Desde que terminó la carrera de Biología (Universidad de Sevilla) en 2003 ha pasado por diferentes etapas profesionales, cada una de ellas más interesantes. Diez años se ha llevado en el extranjero (Alemania y Reino Unido), para especializarse en sistemática microbiana (estudio de la diversidad de microorganismos y sus relaciones) y genómica funcional, con aplicaciones en la agricultura sostenible.
La científica habla con entusiasmo de todo lo que hace su grupo de investigación, pero sobre todo, de lo que queda por hacer. Porque las miles de bacterias que el Departamento de Inoculantes de Ifapa Las Torres en Alcalá del Río ha seleccionado durante más de 45 años de los principales cultivos agrícolas de Andalucía «constituyen un reservorio microbiano único en Europa con un alto potencial biotecnológico en agricultura y medio ambiente y todavía no se han explotado comercialmente».
Por esta razón, su objetivo es poner en valor estos biorecursos y crear la 'Colección andaluza de microorganismos de interés agrícola y ambiental' que además servirá de vehículo para la preservación a largo plazo de dichos recursos. «Con el cambio climático y la degradación de los ecosistemas estamos perdiendo una gran biodiversidad que se traduce en un detrimento incalculable de potencial biotecnológico», apunta.
«Los taxónomos somos los frikis de la ciencia». Así define la bióloga arahalense su especialidad. Y a ella llegó cuando se presentó en el despacho del prestigioso profesor alemán Hans-Peter Klenk, en la Colección Alemana de Microorganismos Leibniz Institutes-DSMZ, cargada con veinte microorganismos, después de hacer el doctorado financiado con una ayuda predoctoral FPI del Plan Estatal de Investigación y conseguir un contrato postdoctoral de un año financiado por el Fondo Social Europeo a través del Ifapa.
Trayectoria destacada
El primer año trabajó duro en Alemania, publicando hasta cinco artículos de sus investigaciones en revistas especializadas. Acabó contratada y dirigiendo su propio grupo de investigación y allí estuvo hasta que su mentor, el profesor Klenk, «al que le debo lo que soy», tiró de ella para ofrecerle el trabajo de sus sueños en la Universidad de Newcastle en el Reino Unido.
En Inglaterra volvió a montar su propio grupo de investigación, impartió clases de grado y posgrado y nacieron sus hijos. Casi estuvo a punto de quedarse porque los recursos que este país emplea en investigación y sus condiciones laborales nada tienen que ver con España. Todavía dirige desde Sevilla el doctorado de tres alumnos de esta universidad. Pero las raíces tiraron de ella y hoy vive en Arahal.
A España llega en 2021, con un contrato por cinco años del Programa Ramón y Cajal, ayudas que tienen como finalidad promover la incorporación de personal investigador, español o extranjero, con una trayectoria destacada. Ella, junto con sus compañeros del Departamento de Inoculantes, lleva a cabo varias investigaciones sobre el uso de microorganismos como biofertilizantes, agente de biocontrol de plagas y enfermedades y biomediadores de compuestos tóxicos en un marco de agricultura sostenible.
Específicamente, una de estas líneas plantea el empleo de alfalfa para reducir las concentraciones de metales pesados en campos abonados con estiércol. «La aplicación de estiércol bien gestionada es una opción sostenible que sustituye a los fertilizantes químicos porque es rico en nitrato y fosforescente. Sin embargo, las altas concentraciones de metales pesados que presentan actualmente hacen que su aplicación años tras año haya sido más un problema que una solución, ya que los metales se van acumulando en el suelo».
Estos metales pesados llegan al animal a través de la comida. En bajas concentraciones son microelementos esenciales para el correcto funcionamiento del organismo, pero en altas concentraciones produce un efecto antibacteriano y evitan las infecciones, una opción utilizada por los ganaderos que tienen muy restringido el uso de antibióticos.

El proyecto, financiado para el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, estudia los microorganismos asociados a las raíces de leguminosas que promuevan un crecimiento óptimo sin necesidad de fertilizantes nitrogenados, además de favorecer una extracción de metales de metales en rangos adecuados que permitan la utilización de la alfalfa como forraje para el ganado. Esto supondría la reducción de la contaminación del suelo y la mejora en la fertilidad además de la obtención de un alimento funcional biofortificado de uso animal.
La NASA y el coronavirus
La bióloga se ha especializado en el uso de microorganismos para agricultura de suelos áridos y su colección incluye especímenes de casi de todos los desiertos del mundo (Sáhara, Chad, Neguev, Mojave, Sonora, Amargosa, Atacama, Antártida), además de otros procedentes de monumentos arqueológicos ubicados en Italia, Túnez y Turquía. «Hasta hace poco en los desiertos se creía que no había vida y son muy ricos en diversidad bacteriana cuyo potencial biotecnológico no está explotado».
La importancia de su estudio radica en que viven en condiciones de alta radiación y desecación. «Imagina cuántas aplicaciones pueden tener descubrir cómo sobreviven para la agricultura en zonas áridas, en cosméticas con los radicales libres que actúan en el envejecimiento o, simplemente, para elaborar protectores solares». Gracias a estos microorganismos de suelos áridos, la investigadora ha realizado colaboraciones puntuales con la NASA ya que estos microorganismos pueden sobrevivir bajo la atmósfera de Marte y pueden usarse como chasis biológicos en los que implementar herramientas que ayuden en la colonización humana de este planeta.
La microbióloga explica el papel de la taxonomía cuando apareció el coronavirus. «Los taxónomos son los que hacían el arbolito de las noticias que explicaban cómo virus muy parecidos ya existían en la naturaleza y cómo iban evolucionando según mutaban y aparecían nuevas variantes. Con toda probabilidad, este virus ya existía en un animal pero saltó a la especie humana».
Mari Carmen Montero ha empleado en más de una ocasión en sus clases una broma para hacer entender a su alumnado que debido a la gran biodiversidad del mundo de las bacterias se pueden calificar en «buenas, malas y feas (emulando el título de la película dirigida por Sergio Leone con Clint Eastwood de protagonista).
Es una visión humana pero hay de todo tipo, las que producen lo bueno, infecciones o las que estropean la estética de alimentos pero no hace daño su consumo». Avanzar en el estudio de los microorganismos es desentrañar las características de su metabolismo, sus interacciones y los beneficios que pueden suponer para los seres vivos y su hábitat. Con este fin lleva 20 años trabajando la bióloga arahalense.
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