en cuarentena
Yo estuve en aquella Madrugada
Casi 25 años después de aquello, no me cabe ninguna duda de que la teoría de la sugestión colectiva no fue lo que vivimos miles de sevillanos
Mamá, quiero salir de nazareno
Programa de la Semana Santa de Sevilla 2025
La calle Gravina la tengo clavada en la memoria como los imperdibles que fijan los escudos de la túnica antes de volver a ser cosidos un año más. Están ahí siempre y afean el hábito, pero son el recuerdo de semanas santas pasadas. Los alfileres ... tienen el mismo poder evocador que ese punto de la ciudad donde le cogimos miedo a la noche más hermosa del año. Un temor que transformó para siempre la Semana Santa, que tuvo que protegerse, blindarse y renunciar por el camino de la salvación. Sí, yo estuve aquella noche y estoy convencida de que hubo un ataque organizado para sembrar el caos. Casi 25 años después de aquello, no me cabe ninguna duda de que la teoría de la sugestión colectiva no fue lo que vivimos miles de sevillanos, en distintos puntos del casco antiguo pero todos a la misma hora.
Eran las 5.30 de la mañana y aguardaba con mi hermano Luis la llegada del Señor. Gravina es un escenario ideal para disfrutar del Gran Poder: estrecha, oscura y con la alfombra de adoquines que transforma el paso de los costaleros en ese racheo inconfundible que te permite identificar a ciegas la llegada del portentoso paso del nazareno. Faltaban bastante tramos para que los ciriales anunciaran ese momento y el cansancio empezaba a hacer mella. Apoyarse en la pared de una esquina era la sillita de entonces y en esas estábamos, cuando un zumbido nos sacó del duermevela.
Fueron solo unos segundos, los justos para acercarse al filo de la acera, girar la cabeza en dirección a la calle Zaragoza y ver cómo los nazarenos empezaban a caerse, descomponiéndose los tramos como las fichas de dominó que se tumban sobre la siguiente. La imagen fue paralizante porque nunca había visto volar por los aires capirotes ni a nazarenos de negro ruan con la cabeza descubierta y los rostros congestionados en muecas mezcla de terror y bochorno. El zumbido seguía colándose en mis oídos y alguien gritó que había estallado una tubería. Petrificada por los acontecimientos, fue mi hermano el que me arrancó de la acera para impedir que me arrastrara una multitud que ya corría despavorida sin sentido. Me empujó al interior del portal de un hostal, que cerró las puertas a la fuerza para protegernos a unos cuantos desconocidos de una amenaza invisible. Nunca supe lo que pasó, pero fue real el miedo que pasamos al ser testigos directo de cómo el caos se adueñó de la Madrugada. Fue un jaque en toda regla.
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