Tarde cofrade en Jerusalén
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A Alberto, y a Quico
Son cerca de las siete en una fría tarde de enero jerosolimitana cuando un grupo de peregrinos sevillanos culmina su paseo en la plaza de la Basílica del Santo Sepulcro . Esa misma mañana, de madrugada, han tenido el ... privilegio de celebrar la Eucaristía dentro del templo, allí donde la piedra fría que recibe el cuerpo inerte de Jesús lo verá resucitar tres días después, justo en el sitio donde todo se hace Verdad y Vida. Han sido momentos de recogimiento, oración y profundísimos encuentros espirituales con el Señor, terremotos que han socavado cimientos y originado cambios sustanciales.
Esa tarde, como tantas, el gentío se arremolina frente a la entrada de la basílica. A las siete exactas un musulmán, como dictara Saladino en la época cruzada, tiene el privilegio de cerrar las puertas del templo más sagrado para los cristianos y llevarse las llaves a su casa hasta la mañana siguiente en la que, con puntualidad ritual, volverá a abrir a los ojos asombrados del mundo el lugar donde el Amor venció a la Cruz .
Los peregrinos sevillanos no dudan en apostarse frente al umbral para vivir y fotografiar el momento y alguno, con guasa, se apresura en encontrar las primeras similitudes con cualquier tarde de Semana Santa en Sevilla . «Esto parece un Lunes Santo. Mira la bulla que se acaba de juntar frente a la puerta. No falta un perejil: el tío de la escalera, la típica pelea con la que la gente se distrae mientras espera. ¡Ahí va, si hasta tenemos un fulano con el pinganillo escuchando El Llamador!», exclama mientras se fija en los turistas que discurren por la ciudad con los auriculares puestos atentos a las explicaciones del guía. Segundos más tarde y una vez terminado el rito, algo insulso para el barroco gusto sevillano, apelan entre bromas a la necesidad de una banda de cornetas y tambores para que doten al momento de algo más de enjundia capirotera .
Sin embargo, una reflexión profunda viene a acabar con esta broma mal llevada, pura anécdota que quedaría para contar entre risas si no fuera por el peregrino que sentencia: «En Sevilla aguantamos una bulla para ver abrirse unas puertas, y sin embargo, aquí hemos estado un buen rato para verlas cerrarse y no hubo nada». Ahí está la Gloria del verdadero cofrade que distingue lo importante: el sevillano abre su corazón a la luz, a la esperanza y a la Resurrección del Señor . Y aquella tarde frente a la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, el misterio de Jesús se nos presentó más Vivo que nunca .
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