Vírgenes de Sevilla
Dulce Nombre: el sabor de la Virgen
«Quédate en la calle, la que tanto te necesita. Esas calles que llevan llorando a solas dos años de miserias, de enfermedades, de adioses sin duelos»
La Virgen del Dulce Nombre, en la plaza del Triunfo, el último Martes Santo en la calle
La Virgen del Dulce Nombre, en la plaza del Triunfo, el último Martes Santo en la calle
La candelería está exhausta, agotada, alumbrando el dintel de la entrada, firmando con lágrimas de cera la tristeza inconsolable del regreso, la pena de que el día más grande y más bonito del Martes Santo hay que despedirlo. Y a ti, Aurora, te entran las ... duquelas que nos abrasan a todos los bofeteros en una situación tan indeseable. Y piensas, sientes, ruegas, suplicas desde detrás del antifaz que se obre el milagro. No entres en tu casa, María de tan Dulce Nombre, regresa sobre tus pasos, escucha lo que te dice al oído San Juan, que te camela bien, que te anima a dejar el dolor y a envolverte en el mantón de la noche, para apuntar con las caderas de los costaleros el compás por bulerías de tus bambalinas. Quieres, Aurora, en ese momento del punto y final que sean puntos suspensivos, puntos redondeados por la intuición de una música misteriosa y de un deseo imposible, que dejan entrever lo que más ansía: que siga la pastelera de San Lorenzo derramando el azúcar de su ser por las heridas agrias de la vida. No entres en tu casa, Señora, sigues ahí afuera, endulzando como dos cucharadas de miel la torrija de nuestras existencias que, solo con tu gracia la vida se puede soportar, como te cantó un loco egregio nazareno del Cachorro. Eres el milagro de las bodegas de nuestras tristezas. Pero con tan solo pensarte conviertes nuestro vinagre de penas en la dulce mistela de todas las alegría. Déjame beberte, ahora, ahí mismo, antes de entrar en tu casa, para llevarme en el paladar un vino de felicidad que sabe a claveles rosas. Sigues ahí, con la candelería agotada, alumbrando el dintel de tu casa, a punto de entrar, tras haber convertido tus andares en una pasión española, de guitarras heridas y de poemas ciegos escritos en el aire tibio de Sevilla alabando tu belleza. Eres morena como el pueblo que te dio la vida. Y guapa como un pecado de amor incomprensible. Eres, eres y eres. Y con eso nos llena, nos cautiva, nos alumbra, nos guía, nos hace ser mejores cuando tu misterio nos enloquece y pone en nuestros ojos las lágrimas que te debemos, los ayes que no nos cobras, la infinita alegría de la tristeza. Eres tan Dulce como el cabello de ángel y el tocino de cielo. Eres nata morena. Crema mulata. Azúcar gitana. Eres lo que nunca queremos perder. Lo que jamás queremos dejar de oír. Lo que eternamente llena de felicidad un segundo de nuestra vida. Aurora sabe todo esto. Y no quiere que entres, Señora. Quédate un poquito más en la calle, en una noche de candelas imaginarías y gargantas arañándose de alegrías en los balcones. Quédate en la calle, la que tanto te necesita. Esas calles que llevan llorando a solas dos años de miserias, de enfermedades, de adioses sin duelos. Hazle caso al corazón de Aurora, Señora, que ella te camela desde que era niña y se encaramaba a tu camerín para pedirle a Curro, el sacristán, que le diera un vaso de agua de la pileta, esa agua que sa Virgen. No te vayas. Quédate un segundo eterno en ese dintel que es la cárcel de nuestra alegría.
Aurora te mira y te pide por los ojos y los corazones de los bofeteros. Quédate un poco más con nosotros, dale alegría de la buena a las calles heridas, a los balcones vacíos, a los derribos humanos que se acercan a tu mirar suplicando su restauración. Hazlo por nosotros. Costaleros, no hacerle caso a la llamada. Que el paso por ese dintel se congele en el tiempo. Y perdure su instant nea con la fuerza de los sueños soñados, de las caricias deseadas que no se tienen. Costaleros, escuchad el corazón de Aurora, que os llama para que no se mueva un varal, se amacolle el platerío y la chavala más bonita del barrio luzca la tela de ese manto que por desamor no se tomó los dichos y que ahora sirve para vestir a la reina del cielo. Costaleros, bofeteros, que no cruce el dintel, que más que nunca necesitamos el azúcar de su nombre sobre el agrio existir de un mundo perdido…
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