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ANTOLOGÍA DEL RECUADRO

Con M de Macarena

Antonio Burgos

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La Esperanza Macarena en el camarín / A. P.

Esta noche, en el septenario doloroso de la Virgen de la Esperanza, le entregarán el diploma que señalan las reglas de la hermandad para quienes cumplan 75 años de hermanos. Estoy hablando de Manolo Martínez. Que se escribe Manuel Martínez Suárez, pero se pronuncia simplemente “ ... Martínez” en el lenguaje de cirios verdes, tintinábulos y capas de merino junto a los jazmines donde aún resuena el recuerdo de una saeta de Marta Serrano cada vez que sale la Esperanza. Martínez con M de Macarena, naturalmente. Con M de Madrugada. Con M de Mercado. Con M de Madre de Dios. “Se me arrebujan los recuerdos”, me dice Martínez. Todo arrebujao, como el buen toreo, Martínez me evoca la vez primera que salió de nazareno de la Esperanza, en 1942. Él iba desde niño de la mano de su tía Chacha Rosarito a ver a la Esperanza y su abuela Antoñita lo había apuntado de hermano. Tenía apenas 8 años aquel nazarenito que no sabía que en su primera estación de penitencia estaba haciendo historia de la hermandad, historia de Sevilla, páginas trágicas de un San Gil al que le meten fuego el 18 de julio y de una Virgen que se salva oculta en un cajón, tras pasar una noche en la cama de la limpiadora de la iglesia de San Gil, que durmió en el suelo de su alcoba del corral de vecinos para que aquella Muchacha Pura y Bendita por tós los cuatro costaos pudiera llegar hasta nosotros a desparramarnos su Esperanza.

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