EN CUARENTENA
Las cosas por su nombre
La última moda es tomarse a malas que se llame «piratas» a las asociaciones civiles, aunque eso no ponga en duda el trabajo relevante que hacen en sus barrios
De un tiempo a esta parte, observo un exceso de sensibilidad entre los cofrades por el que todo molesta. Hablo de esa piel fina que hace que se cuestione cualquier decisión que se toma en una hermandad por el hecho de que no se ajusta ... a los gustos de esos 'ofendiditos' que abundan cada vez más. Si una imagen se viste de una forma, malo; si se escoge determinada marcha, peor; si la cuadrilla anda de determinada forma, se está faltando el respeto a la idiosincrasia; o si se cambian las túnicas como ha hecho recientemente el Sol, pues se ponen pegas también. Lamentablemente, me recuerda a esa época pasada en la que algunos se molestaban por llamar a las cosas por su nombre, aquellos años en los que a las Cigarreras había que denominarla Columna y Azotes o en los que estaba mal visto decir Los Caballos para referirse a la Exaltación o la Bofetá para hablar del Dulce Nombre.
La última moda ha sido tomarse a malas que se llame «piratas» a las asociaciones civiles que estas semanas de Cuaresma salen en cascada por los barrios. Dice la RAE que el término se refiere a aquello que «carece de la debida licencia» y la realidad es que estos grupos que sacan sus pasitos alejados de la vida parroquial no tienen ni un papel ni tampoco el visto bueno de la Iglesia para constituirse como agrupación de fieles. Por tanto, nada hay de malo si se trata de llamar a las cosas por su nombre, aunque evidentemente siempre desde el respeto que merecen estos grupos que dedican horas a trabajar por un proyecto en el que creen y que en algunos casos hacen más bien que otra cosa.
Decirle pirata no es criticar. Es –insisto– llamar a las cosas por su nombre. Y si alguien se ofende es que no ha entendido ni una sola letra de mis palabras. Yo no pongo en duda su labor, ni tampoco que sean un gran foco de atracción para cientos de sevillanos que salen a la calle a consumir esa forma particular de vivir la Semana Santa que ellos proponen. El sábado, por ejemplo, era difícil encontrar un hueco para ver la salida de Salud y Esperanza de una gigantesca carpa en el corazón del barrio de las Avenidas. Otra cosa es que esa especie de limbo en el que se encuentran, con imágenes bendecidas fuera de los templos, sea sostenible con el paso del tiempo. El Arzobispado debe tomar las riendas, invitarles a reflexionar sobre el sentido de lo que hacen, y abrirles las puertas de los templos. La mejor forma de que no te llaman pirata es dejar de serlo.
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