de capa | viernes santo
Elogio de la patilla de hacha
Durante el plenilunio pascual, abundan los fenómenos sobrenaturales y se aparecen muñidores del pasado
en el día de las corbatas enlutadas, penúltimo de una Semana Santa que intuye su final desde que se cierran las puertas de la basílica de la Macarena, llama la atención al observador curioso la procesión de la Sagrada Mortaja, que abre uno de esos ... personajes secundarios imprescindibles en toda fiesta. Como las mulillas en los toros o los técnicos de luces en el teatro, el muñidor que preludia el cortejo de la cofradía de la calle Bustos Tavera contribuye decisivamente al lucimiento de un espectáculo único. Delante de la cruz de guía, vestido con ropón de damasco negro, vistosas chorreras y escoltado por una pareja de hermanos ataviados de rigurosa librea, tañe unas campanitas cuyo levísimo tilín provoca el silencio atronador de la concurrencia.
El Viernes Santo por la noche, superada la extática Madrugá e inaugurada la temporada playera, asoma un público mucho más contenido en número y formas; menos bullanguero y más cabal. Sin ánimo de ser clasista, o sí, digamos que se perciben más trajes de corte londinense en los caballeros y más recato en las damas, exiliados en los roperos hasta el Domingo de Ramos siguiente los chalecos pastel de ellos y los escotes vertiginosos de ellas. Hasta para alguien que coquetea con la misantropía y la agorafobia, como quien frecuenta a dos amantes a la vez, le resulta más o menos tolerable la calle cuando La Mortaja o San Isidoro vuelven desde la Catedral.
El muñidor, personaje dieciochesco que hacía oficio también de pedigüeño, se ha convertido en un icono pop. Hasta calcetines con su característica figura ha comercializado una empresa textil sevillana y no son pocos los capillitas que usan el toque de las esquilas como melodía en sus teléfonos móviles, quién sabe si para anunciar esa llamada luctuosa desde casa: «¡Sube, ahora o nunca!» La Sagrada Mortaja remeda el cortejo fúnebre de Jesús, como es sabido, de modo que abrirlo a rostro descubierto obliga a no cambiar el rictus de enterrador en todo el tiempo que dura la procesión. Juan Francisco Guillén, cráneo desnudo y vistosas patillas de hacha, encarnó al personaje entre dos siglos fijando su estética canónica. En 2011, lo sucedió su hijo Juan pero al espectador desavisado se le sigue apareciendo, como en una ensoñación, el padre. Al fin y al cabo, estos días de plenilunio pascual están plagados de hechos sobrenaturales.
Sólo estas procesiones austeras salvaguardan ya la atmósfera fúnebre del Viernes Santo, día que era de banderas a media asta, teatros y cines sin funciones, hostelería con persiana bajada, pan del día anterior porque ni las tahonas abrían e incluso descanso en burdeles y redacciones, dicho sea sin ánimo de comparar ambas profesiones, no sea que salgan perdiendo quienes no se imaginan. Ese mundo desapareció, sustituido por otro en el que los winners contemplan al Cachorro, cubata en mano, desde las discotecas exclusivas de la calle Reyes Católicos. O tempora o mores, que diría el pirata de las historietas de Asterix.
Renovación automática | Cancela cuando quieras
Ver comentarios