EN CUARENTENA
Vivan los niños
Las hermandades no pueden morir si ellos niños siguen acercándose a Dios con la inocencia de los que creen sin ver
Programa de la Semana Santa de Sevilla 2025
Las cosas más sencillas no se anticipan a los ojos del corazón, sino que llegan sin previo aviso. La noche antes de la llegada de la Cuaresma, la hermandad de la Paz celebraba el segundo día del quinario al Señor de la Victoria. María, caminando ... con los pies de su progenitora, llegaba a San Sebastián para vivir su primer gran día en la hermandad que ha recibido por sangre materna, la legítima de una devoción forjada en la misma esquina del Porvenir cada Domingo de Ramos. Una medalla acordonada en azul y burdeos ya custodia una esquina de su cuna. Sobre la otra, el contrapeso de la cruz que ha tomado para seguir al Señor, herencia marchenera del padre. Ahí navegará el barco de su fe, en el verdadero madero donde está la Victoria de Cristo para arribar al puerto de la Esperanza.
Combatiendo el frío y la lluvia, muchas familias aguardaban para cumplir el rito que introduce a los niños en la hermandad familiar. Más de medio centenar de pequeños, algunos con escasas semanas en este mundo, esperaban cruzarse por primera vez con la mirada del Señor. «El primer fruto de la Victoria de Cristo es la Paz con Dios». El cura que oficiaba los cultos, consciente de lo que allí sucedía, se dirigió a esos nuevos hermanos, porque ellos también saben rezar. No hay oración más directa, como flecha certera, que el beso que lanzan unos pequeños labios a través de una diminuta mano. Ahí hay una manifestación sin mácula de amor a quien protegerá su senda incierta en la tierra.
Si oran con un beso, ponen música a la Cuaresma con la sonrisa, como la de Jaime, Carlos y Pepe mientras vibran con los palillos del tambor que durante años afinó su padre. Son felices jugando a los superhéroes con la misma capa que portó su abuelo y presumen de gomina y caramelos en una cesta de negro Viernes Santo, la misma que portará Miguel siguiendo los pasos de Gonzalo y Luis camino de San Lorenzo con espíritu soleano.
Mientras, Nando y Gabi son espectadores inconscientes del debate que parte el día del Amor Fraterno en su casa. Uno será costalero. El otro, capataz. El amor de la madre late enfajado en esparto bajo terciopelo verde. El reloj del padre bombea entre nanas al que tiene el más dulce de los nombres. Bella contienda que pide una papeleta de sitio. Las hermandades no pueden morir si los niños siguen acercándose a Dios con la inocencia de los que creen sin ver. No voy a dudar de que Martín, con horas, le va a rezar su primer Padrenuestro bajo la luna de una capilla al único Señor al que ora su padre. Vivan los niños.
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