En Cuarentena
Llama cuando quieras
El telón del teatro tocó las tablas y el alma de la ciudad cruje ansioso de conocer a su nuevo amor que llega a Sevilla cada Domingo de Ramos
El telón del teatro tocó las tablas y el alma de la ciudad cruje ansioso de conocer a su nuevo amor que llega a Sevilla cada Domingo de Ramos. Ayer lo pregonó José Joaquín León: «Hoy suena el llamador y se levanta la vida». La ... que nacerá en el Porvenir cuando se alce el martillo de las dos torres de la Plaza de España y morirá a los sones de 'Amarguras' en Santa Marina, donde vence la vida, en sevillana contradicción.
Aunque el reloj frene los días que restan, ese encuentro volverá a cumplirse. Y mientras eso llega, la túnica de sarga blanca ya respira sin la presión de las arrugas ni el calor de la cera; las sandalias franciscanas piden pisar los viejos adoquines; y la primera capa de la monaguilla que se estrena siente el peso de una tradición familiar.
En el templo, el fulgor que emana del dorado cortará en dos la nube de incienso que elevará al Señor a su Calvario; los pabilos se enredarán en una pirámide hacia la cumbre del Valle; los besos se acicalan de morado para llegar a San Lorenzo, hasta donde arriban todos los caminos de la ciudad; en las priostías descansan las armas que han ganado la batalla, una vez más, al calendario 'fijando, limpiando y dando esplendor', como si miembros de la Real Academia fuesen; la plata aplaca su sed de brillar; el incienso enrojece en erupción; y las flores congelan su aroma a la espera de crecer en el vergel de María Santísima.
En la pared de la casa hermandad, la humedad de la lluvia cuaresmal no ha logrado mojar los listados de los tramos, que lloran en la añoranza de las parejas que han sacado su última papeleta de sitio; los diputados de tramos preparan sus legiones para cumplir con el rito en la cruzada de las horas; y el hermano mayor anhela la soledad de un abrazo que lo rescate de la vorágine cofrade.
En los sagrarios, Jesús Sacramentado aguarda un monumento para darse en el amor fraterno; las mantillas se anidan en las peinas para coronar la elegancia sevillana; y en las sacristías huele a ramas de olivos, palmas y a las viejas casullas ricas que solemnizan las celebraciones que están por venir.
El costalero faja sus nervios y sus cervicales tienen sed del Hijo de Dios; la cuadrilla vigila su salud y el capataz se aprieta el nudo de la corbata al quite de una oración. Todo está puesto. Hasta el alma. Avisa, que nos vamos. Llama cuando quieras, capataz: «Al cielo los hombres buenos».
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