primer tramo
Valme para los desvalidos
Ese '¡Váleme, Señora!' en medio de la adversidad, cuando todo se pone en contra, es la afirmación rotunda y directa de que somos vulnerables
Sevilla
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Iniciar sesiónHay en la invocación del Santo Rey a Nuestra Señora, sea rigurosamente histórica o meramente legendaria, un reconocimiento de la vulnerabilidad. Ese '¡Váleme, Señora!' en medio de la adversidad, cuando todo se pone en contra, es la afirmación rotunda y directa de que somos vulnerables: ... nos azotan la sed, la fatiga, el cansancio, el hambre, los enemigos, nuestros propios pensamientos, las frustraciones con las que convivimos, los anhelos destrozados, las limitaciones que nos acogotan… y sentimos que todo eso puede herirnos, encontrar el talón de Aquiles de nuestra condición humana y nuestra naturaleza herida.
No hay criatura más humana más vulnerable que una chiquilla llamada María residente en Nazaret cuando recibe la visita misteriosa de un ángel que le hace un anuncio inimaginable. Es posible imaginar, en cambio, el temblor de todo el cuerpo ovillado, el alma encogida de temor y la voz quebrada con que pronunció el sí que todas las criaturas estaban esperando. De la vulnerabilidad de la Virgen nace el abrazo de Dios a los hombres en la persona de Cristo.
Por eso los desvalidos invocan a Santa María. Por eso San Fernando pidió su auxilio cuando la falta de agua había hecho vulnerables a sus huestes. Cuando, en definitiva, reconoció su impotencia. No había forma de encontrar agua, nada podía hacerse, todo estaba a punto de perderse en una situación de vulnerabilidad extrema de la que sólo podría librarlo una intervención divina.
La Virgen de Valme es el cauce por el que llega el auxilio a los desvalidos. A los que tienen el alma sedienta de trascendencia y a los que azuza el hambre de Dios. A los que sienten que sus fuerzas y su vigor flaquean en el combate, ya sea físico para superar la enfermedad o espiritual para vencer al Enemigo. A los que se ven a sí mismos derrotados en la lucha cotidiana o en la que marca nuestro espíritu. Valme los rescata y los salva como hijos amantísimos. Los renueva, los reconforta, los vigoriza, los refresca, los vale de nuevo.
Quizá por eso la talla de la Virgen de Valme sea tan reducida. Al desvalido que la invoca en su desesperación no le hace falta una presencia rotunda, aplastante, que se imponga a todo con el protagonismo de las grandes advocaciones de nuestra tierra, enjoyadas con oro de Ofir. Quizá por eso la imagen de la Virgen de Valme es sutil y escueta, como una palabra de ánimo dicha a tiempo, para qué más.
Cuando los sevillanos se encuentren cara a cara con ella, a finales de noviembre, empezarán a descubrir ese misterio que los nazarenos llevan siglos guardando como un tesoro oculto: cómo de nuestra reconocida vulnerabilidad nos llega el abrazo maternal lleno de ternura con el que nos reconforta la misma Virgen de Valme.
Váleme, Señora, que yo también soy un desvalido. Llevo en la piel las cicatrices de las heridas del combate, las llagas por las que supuran los rencores antiguos y las envidias renacidas, las pústulas de la soberbia y el orgullo como una erupción urticante, los eritemas de la flaqueza y la debilidad. Váleme, Señora, que estoy desvalido.
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