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Lavatorio en Palacio

En España, el rito del Jueves Santo era una costumbre profundamente arraigada en el ceremonial palaciego desde que el Santo Rey la instituyera en el siglo XIII

En la Semana Santa de Sevilla llegó a salir, en el siglo XVII, una cofradía del Lavatorio, con tres pasos: propiamente el de la escena inmediatamente anterior a la Última Cena que sólo recoge el evangelista San Juan, el del Señor del Mandato y el ... de la Virgen del Pópulo, por el nombre del convento agustiniano luego transformado en cárcel y finalmente en plaza de abastos donde está el actual mercado del Arenal. Agua pasada, ya que hablamos de lavatorios.

Todavía se sigue cumpliendo con esta tradición del Lavatorio en mitad de la misa vespertina en la Cena del Señor (tal es su título de lo que comúnmente se llama el oficio de Jueves Santo). Las normas disponen que «el lavatorio de los pies, que, según la tradición, se hace en este día a algunos hombres previamente designados, significa el servicio y el amor de Cristo, que ha venido 'no para ser servido, sino para servir'. Conviene que esta tradición se mantenga y que se explique según su propio significado».

El Papa Francisco, a pesar de los problemas de salud y de movilidad, se ha esforzado durante su pontificado en prestigiar esta costumbre con detalles altamente simbólicos, acudiendo a la cárcel de Rebibbia para lavarle los pies a los internos, incluyendo mujeres, alguna de ellas musulmanas. Es apenas un gesto, pero del todo inimaginable en otros líderes temporales en la mente de todos, que se jactan de no inclinarse ante nadie, cuanto menos ante doce convictas.

No era así antes. En España, el Lavatorio del Jueves Santo era una costumbre profundamente arraigada en el ceremonial palaciego desde que el Santo Rey, nuestro Fernando III, la instituyera a mediados del siglo XIII. El monarca lavaba los pies a doce hombres (mujeres en el caso de Isabel II mientras su esposo Francisco de Asís imitaba el gesto con los varones) elegidos al azar entre los pobres de solemnidad a los que luego agasajaba con ricas viandas que se les daba en cestas para su disfrute fuera del Palacio Real.

Debían cumplir algunos requisitos para entrar en el sorteo: mayores de 60 años, sin ningún bien y libres de enfermedad infectocontagiosa. No bastaba con la simple declaración, sino que el equipo médico de Palacio se encargaba de un reconocimiento antes de que el primer farmacéutico de cámara los lavara y los perfumara desde las pantorrillas. Se trataba del lavatorio efectivo antes del simbólico.

Los mendigos, uniformados con chaleco, chaquetón y capa del mismo color, aguardaban en el salón de las Columnas a que la Familia Real volviera del oficio del Jueves Santo y cumpliera con el rito. El nuncio papal vertía agua y el Rey, rodilla en tierra, secaba y besaba los pies de los menesterosos. Terminada la ceremonia, se les agasajaba con manjares de pescados y frutos de la mar para cumplir con la abstinencia.

En la Catedral, el Jueves Santo, el arzobispo de Sevilla lava los pies a una docena de seminaristas. Y cada párroco, a doce de sus feligreses.

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