De ruan | lunes santo
Betania en San Andrés
Es un derroche de amor, se mire por donde se mire, pero nada desproporcionado si lo vemos a la luz de lo que Jesús había hecho por su hermano Lázaro
La Pasión propiamente dicha se inicia con una unción funeraria. Es como si descontáramos el final de la historia y los evangelistas nos presentaran de forma figurada lo que va a suceder en la última Pascua del Verbo encarnado en la tierra. San Juan, cuyo ... relato es el que se lee el Lunes Santo del ciclo C de este año litúrgico, coloca la unción de Betania en casa de Lázaro, el amigo por cuya pérdida lloró Jesús y al que hizo volver de entre los muertos. Todo anticipa lo que va a ocurrir.
También María, la hermana de Lázaro, que suelta de una vez sobre los pies de Cristo un costosísimo frasco de perfume de nardos en su honor para enjugarlos con sus cabellos. No hay que ser perfumista para imaginar la cantidad de flores que hay que emplear para obtener una libra (453 gramos), por lo que su precio (300 monedas de plata) era elevadísimo para la época… y aun hoy. Es un derroche de amor, se mire por donde se mire, pero nada desproporcionado si lo vemos a la luz de lo que Jesús había hecho por su hermano Lázaro, sacándolo literalmente de la tumba. Qué mejor ocasión iba a encontrar la contemplativa María para emplear aquel perfume tan valioso que la visita de su amigo galileo.
Por eso suenan tan falsas las críticas de Judas: su actitud calculadora es la opuesta a la largueza con que María de Betania ha gastado la fragancia. Usa a los pobres como pretexto, para escudarse tras ellos y reprochar que no le hubieran dado el dinero para su administración, bastante negligente como nos recuerda el evangelista Juan. En realidad, le importa muy poco los necesitados, no tomados en general como categoría sino uno a uno, con sus vidas desportilladas y sus historias llenas de desconchones. Judas sería de esos que desconocen el nombre del mendigo que pide en la puerta de la parroquia y que le dan limosna con asco, sin tocar la carne lacerada, las uñas renegridas y los pliegues mugrientos donde más que la suciedad se acumula el hambre, la miseria y el desprecio de los demás.
Por eso suenan tan falsas las críticas al derroche de las cofradías usando como pretexto las necesidades materiales de la población. La esplendidez con que se bordan mantos, se doran canastillas, se funde cera y se ponen flores no está reñida con el servicio a la caridad que siempre nos urge. Lo saben bien en la cofradía de Santa Marta.
La otra hermana, Marta, no lleva el acetre ni el hisopo con que asperjó la Tarasca, ese dragón legendario que son las tareas domésticas, a la que sujeta con una cadena en otras iconografías. En el formidable conjunto del traslado al sepulcro que talló Ortega Bru, Santa Marta lleva los tres clavos que han sostenido a Cristo en la cruz. No hay ni rastro del perfume ni de la unción con que se abrió la Pasión en Betania, que en Sevilla cae por la parroquia de San Andrés, pero su aroma inconfundible embriaga a quien contempla el delicado paso de la cofradía.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete