en la piel
Stabat Mater
Los hermanos del Museo le pusieron a la Virgen tanta luz para distraerle la pena de ver al Hijo
Viernes Santo de Sevilla, en directo
Las imágenes sienten, sufren, lloran ríen. No son estatuas. Dentro de su piel late un corazón de madera que bombea los mismos sentimientos que tenemos los humanos. Hay gente que dice ver a las imágenes con distinto semblante según el día. Y es verdad. «Hoy ... la Virgen parece que está como más enfadada...» Lo mismo son los ojos con los que se mira. No hay en la iconografía de la Semana Santa escena de mayor ternura que cuando se encuentran el Hijo y la Madre. Dicen que pudo ser complicada en aquel escarpado monte de la calavera, un promontorio elevado junto a una de las puertas de Jerusalén. Los ajusticiados estaban arriba, clavados a unos maderos bajos. No hacía falta más altura. Desde esa elevación los podían ver todos quienes se acercaban al horror de la tortura. Los espectadores se encontraban alejados, en una cota inferior. Ahí es donde debió estar María con su familia y el apóstol Juan viendo como al hijo se le iba la vida.
El arte de la escultura es un barro que se amasa con cariño. Por eso hay representaciones que si no son reales debieron serlo. Hoy Lunes Santo vemos a la Virgen del Museo envuelta en todas las luces del universo. Sale de noche pero la luz la acompaña a todas horas. Luz de las velas, luz de la toca de monja, luz del oro que borda los picos pronunciados de las caídas, luz de los flecos, de los brillantes que le adornan la cabeza. Los hermanos del Museo le pusieron a la Virgen tanta luz para distraerle la pena de ver cómo el Hijo se retuerce para exhalar el último aliento. Por eso le hicieron un palio. Para que no escuchase ese último estertor. Sin embargo este año, si veis un brillo especial en la mirada de la Virgen de las Aguas, es porque sabe que de aquí a que llegue la luz dorada del otoño, volverá al calvario como ocurriera desde que hace siglos la colocaron con las manos abrazadas al pie de la cruz. Mira a lo alto pero no lo ve. Solo lo escucha. Lo siente a sus espaldas. Y estar junto al Hijo no tiene precio. La Virgen del Museo volverá a ser la Madre que derrama manantiales de aguas de sus lacrimales.
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