José Manuel

Hay arrepentimiento y una intención poderosa de cambiar su destino después de haber visto germinar, estando en la cárcel, una devoción inusitada por el Señor de las Tres Caídas

Hay una mujer vieja que al pasar junto a él por Rodrigo de Triana, ya a la altura de Fabié, lo mira de reojo de esa forma en la que resulta imposible disimular el prejuicio, el recelo, el viejo veneno de la desconfianza hacia alguien ... conocido, una aprensión con peores raíces que la que brota frente al irreconocible, que es más ingenua, pura y, en cierto sentido, lógica. Hay una angustiosa y nueva sensación entre la vergüenza y la dignidad que no le impide levantar la mirada y seguir caminando agarrando con fuerza y orgullo de sangre la mano de su nieto. Hay un enérgico y espontáneo balanceo del pequeño, asido con su otra mano a la de su madre, que permite olvidarse de los ojos inquisitoriales que no terminan de perdonar. Y hay entonces alegría familiar y gozo. Hay una dulce sensación de la brisa sobre la cara cuando al final de la calle Flota, en el recodo por el que se accede a Rocío, un viento con olor salado le recuerda a su niñez trianera, al Charco de la Pava, al terraplén, a los tejares y a la barriada de la Dársena.

Hay, entonces, un momento de zozobra en la remembranza de aquellos techos de uralita y la pequeñez de las casas de su crianza porque enseguida las compara con los barracones de la prisión en la que ha pasado los últimos siete años por penas acumuladas que terminaron de cumplirse en febrero. Hay arrepentimiento, incluso dolor ante la imagen de aquel espejo de otros tiempos. Hay, eso sí, una intención poderosa de cambiar su destino después de haber visto germinar en la cárcel una devoción inusitada, desconocida, impropia de quien nunca fue cofrade, por el Señor de las Tres Caídas; como el romano Rafael, su compadre Perico 'el capillita', que aún pasa sus días a la sombra, le llevó por ese camino de la fe y las cornetas estando entre rejas, donde sólo existen el pasado y el futuro. Hay hoy, ya sin puertas cerradas ni candados, una obsesión: el presente es un efímero tesoro y la única clave para no perderse entre el agrio recuerdo y la vejez arrolladora, insolente. Hay una firme voluntad de exprimir cada día y tratar de recuperar el tiempo sin alma, que fue más que el que permaneció preso. Hay, al llegar ante el altar, una frase para Cristo. «Yo me he caído más veces que tú, pero aquí estoy». Hay una Cuaresma nueva, renovadora, de auténtica conversión. Hay un tarareo recurrente en el recorrido de vuelta de la Capilla de los Marineros con el que José Manuel pretende emular la garganta contundente del Lebrijano, que tanto le acompañó mientras estuvo encerrado. «Libre como el aire, libre como el viento...». Hay un hombre nuevo paseando por el Altozano.

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