En cuarentena
Vino nuevo en odres nuevos
«Está claro que la Semana Santa del siglo XXI no puede ajustarse a las costuras de una Sevilla con más población, más hermandades, más turistas, y los mismos o menos recursos municipales para su organización y control»
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Iniciar sesiónComienza la Cuaresma, un tiempo de preparación para la Semana Santa que en poco más de cinco semanas volverá a poner en las calles de la ciudad las primeras cruces de guía y las túnicas de estreno. Mientras tanto, el desierto. Y no sólo ese ... desierto en el que vagamos tratando de superar las tentaciones que el mismísimo demonio pone delante de nuestras narices. Sino el pedregal informativo que nos ha dejado el Consejo tras organizar diligentemente y antes del Miércoles de Ceniza una de las mayores reformas de la Semana Santa moderna.
Para fatiga del periodismo cofrade no sabemos si habrá cuaresmazo, aunque sí Palermasso. Lo que sí es seguro es que entre dimes y diretes, y batallas internas entre cofradías de mayor o menor pelaje que apuesto a que a monseñor Saiz no deben de gustarle un pelo, el sevillano se va a encontrar el Domingo de Ramos con el programa de ABC en la mano y sin saber para donde tirar. No hablemos ya del Miércoles Santo o de la Madrugada porque aprenderse de memoria el nuevo orden de la nómina diaria se me antoja parecido a meter en la mollera la lista completa de los Reyes Godos.
A sabiendas de que no llueve a gusto de todos, la opinión generalizada en el mundillo cofrade corre a favor de los cambios. Está claro que la Semana Santa del siglo XXI no puede ajustarse a las costuras de una Sevilla con más población, más hermandades, más turistas, y los mismos o menos recursos municipales para su organización y control que hace prácticamente dos décadas.
Ya lo dijo Jesús, que además de ser el Hijo de Dios cuya Muerte y Resurreción celebramos los cristianos, era hombre que conocía bien las tareas del campesino y el artesano, según el evangelio de Lucas: «Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo hará que se revienten los odres; entonces el vino se derramará, y los odres se echarán a perder. El vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Así, tanto el vino como los odres se conservan». Es cierto que la Palabra continúa: «Y nadie que haya bebido el vino añejo, quiere beber el nuevo, porque dice: «El vino añejo es mejor»».
Si la clave es dejar madurar el vino nuevo para que se convierta en un gran reserva que deleite el paladar de los exquisitos, dejemos que el tiempo haga su función. Porque la Semana Santa sólo podrá seguir siendo la misma si es capaz de evolucionar como el buen vino y los odres nuevos serán también viejos algún día.
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