En Cuarentena
Los ojos del Cachorro
Entonces me miró y lo vi en unos de sus ojos, vuelto casi, de un color que antes fue miel y ahora se había tornado ceniciento
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Iniciar sesiónSólo he visto morir a una persona y agonizar a otras dos. La primera, carmelita descalza, ya estaba con Dios incluso antes de fallecer, y las otras se encontraron con él en el preciso momento en que exhalaron su último suspiro. Pero sólo con una ... de ellas vi la muerte real que se aproximaba y les contaré por qué lo supe, sin que me cupiese la menor duda de lo que habría de acontecer.
Sucedió solo un par de días antes del óbito, mientras su nieto le daba de merendar un yogur que apenas podía tragar y desde la cama preguntaba por su Betis, ese equipo del que no podía olvidarse ni en su lecho de muerte.
Entre bromas, risas, y cucharada y cucharada, la arena blanca del cansancio iba minando el iris de Rosario, la niña de la Puerta Real a la que ya le quedaba poco para reunirse con Miguel abuelo, con sus hermanos fallecidos, con la madrina Concha, con Anita la del estanco... El Gran Poder, Aquel al que visitaba sin faltar ninguno cada viernes, venía a su encuentro con la rapidez que Él solo sabe imprimir a su zancada, y Rosario, con el ojo semicerrado, lo esperaba.
Entonces me miró y lo vi en unos de sus ojos, vuelto casi, de un color que antes fue miel y ahora se había tornado ceniciento. Supe que el final estaba próximo porque yo ya había contemplado esa agonía antes, esa muerte que llega anunciándose cada Viernes Santo por la calle Castilla, pero en la que sólo podemos bucear el Domingo de Resurrección. Porque sólo cuando el Cristo del Cachorro reposa tumbado en su capilla, con su ojo casi vuelto, gris y marchito, miramos cara a cara a la muerte a la vez que veneramos su Poder y su Gloria infinitas.
No hizo falta más. Cuando su nieto y yo volvimos a casa esa noche, no por el puente de tablas que Rosario cruzaba de jovencita para ir a Triana a la plaza de abastos y al Patrocinio, sino por el puente que hoy lleva el nombre de la Expiración, nos abrazamos. Sabíamos que el final estaba próximo y que sólo tocaba despedirse.
Hay momentos en los que la vida vuelve a presentarse ante ti con la fuerza de un choque de trenes, y eso me ha pasado en estos días, cuando el Cachorro ha vuelto a pasar por mi casa y se ha asomado a mi lectura en la portada de la revista Pasión en Sevilla. Y he vuelto a ver los ojos de Rosario, esta vez color miel, abiertos y resucitados, mirándonos risueña y pregúntadole a su nieto cómo está el Betis en la tabla. Rosario, la niña de la Puerta Real.
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