Primer tramo

Impresiones

Llega el tiempo de la luz y de las sombras con la mirada puesta en la llama de un pabilo. Es el momento de la Sevilla soñada y pintada en un cuadro de Semana Santa

La Semana Santa de Sevilla es como un claroscuro dramático de Caravaggio que espera cada primavera a ser exhibido en un museo. Las luces y las sombras libran una batalla compleja, difusa, en la que luchan por superponerse la una a la otra retorciéndose en ... un campo infinito de emociones. Mientras que la claridad sirve para alumbrar la alegría de un estreno, la amanecida de otro Lunes Santo o el desasosiego inexplicable de vestir la primera túnica de cola, la sombra, escondida en los rincones del alma, abriga el pesar de lo perdido y la nostalgia por aquellos que con su nombre siguen insuflando vida en la nómina de la cofradía.

La ciudad es un inmenso cuadro donde la llama del pabilo juega con los pinceles del artista para imprimir una pátina de sal extraña, esa que estampan los siglos y el azar, a las escenas que pasan por delante de los ojos del sevillano.

manuel Gómez

Una vara, pesada como un leño, sirve de compás para gobernar la línea del recorrido perfecto, con pinceladas color tiniebla y reflejos blancos de capa. La plata y el dorado se entremezclan para dar forma a una encomienda y el espacio entero se llena del nervio por rematar el boceto, con mesura y dedicación.

Las manchas de color de la cofradía recrean la proporción áurea de la belleza en cada esquina de la plaza, cuatro esquinas inmersas en un silencio de sepulcro, y en un rincón un angelote contempla divertido la escena, escondido entre el verde oscuro de los ficus de un casal.

El fondo oscuro de la púrpura presagia la anochecida. Un río de luz divide el lienzo. A un lado, el instante preciso del adiós. Al otro, el duelo y la lágrima entre el resplandor de la candelería y el tul. El pintor consuela su agonía en la frontera entre el sueño y el caballete, el que lo ata a la tierra que serpentea camino de la Catedral, cuya piedra aploma el conjunto.

No hace falta más. La obra, próxima a su fin, no requiere adornos, tal es la belleza conseguida. Los últimos trazos le aportan la textura necesaria cuando ya empiezan a abrirse las puertas del museo. Enmarcada en la pasta noble de la cruz, la sala acoge la tela azul de terciopelo. El pintor contempla la vara que cumplió con la tarea de facturar el dibujo perfecto entre las aguas. Sólo queda la firma: Sevilla.

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