En Cuarentena
La consolación
Ha llegado la Cuaresma en el Museo entre pasos sordos, rendida en el crepúsculo, con la muerte en los labios y la esperanza de la resurrección en la última expiración del Crucificado
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Iniciar sesiónPara Juan, María, Juan y Javier
Ha llegado la Cuaresma a las esquinas del Museo de forma descarnada, esparciendo vigorosa el polvo y la ceniza entre soplos de aire gélido y ráfagas de lluvia inerme. Los cristales de las ventanas han dejado pasar esa luz ... tamizada de primavera adelantada, postigos que no han de abrirse más sino hacia los verdes prados de la vida eterna.
Ha llegado la Cuaresma al Museo entre pasos sordos, rendida en el crepúsculo, con la muerte en los labios y la esperanza de la resurrección en la última expiración del Crucificado. Las cuentas del Rosario desgranan, una a una, los misterios de lo insondable en busca de respuestas, mientras la turbación descansa ya eternamente en el regazo de Aquel que ofrece la certidumbre de su Palabra. Ha llegado la Cuaresma al Museo triste, pero confiada; exhausta, pero serena; desolada, pero animada por el Espíritu del Señor.
El tiempo, finito y corto, se asoma entre los ficus de la plaza en busca de un destello de tibia esperanza, aunque en el tránsito ya no la necesita. La esperanza se ha acomodado regocijada en el manto azul de la Virgen que, con el ancla de la Fe bordada en el estandarte de la serenidad, ha depositado los rayos de su gracia en las almas de los que se quedan.
Ha llegado la Cuaresma al Museo, fugitiva como los hombres, pero fiel a su cita de siglos, reteniendo el aroma que tiñe las calles de inocencia. El dolor ha descubierto en el corazón lo inefable, la fuerza del que se sabe capaz, el vino generoso del que a pesar de todo no ha dado la batalla por perdida. No hay muerte, sino vida eterna; no hay caverna oscura, sino luz palpitante; no hay azar, sino Dios, que nos sacude el alma y nos despierta.
Ha llegado la Cuaresma al Museo, envuelta en el consuelo, para que no nos rindamos ante las dificultades, extasiados en su paz y su dulzura. Suave e íntima, nos purificará el corazón en el largo camino de los 40 días que aún se nos antojan amargos y difíciles. Como la vida misma, amando y descubriendo, distinguiendo en las tardes largas de la soledad el abrazo del amigo, entre pasos vacilantes y dudosos, con las Aguas de un porvenir titubeante.
Así llega la Cuaresma al Museo, entre el recuerdo y lo futuro, y con la certeza de que seremos polvo, mas polvo enamorado... del Señor.
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