Aniversario de la Reconquista
Sevilla, la ciudad dentro de una cantiga medieval
Fernando III y Alfonso X se esforzaron en edificar una ciudad de dios llena de símbolos cristianos como ejemplo del destino divino de su cruzada
LA PROCESIÓN FERNANDINA DE 1948: DESEMBARCO MILITAR, UN DESCAPOTABLE Y MUCHAS PALOMAS
Sevilla
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Iniciar sesiónVírgenes escondidas, sueños milagrosos, cantares de loor a Santa María, alminares transformados en campanarios, devociones marianas, procesiones con reliquias y peregrinaciones a la nueva ciudad cristiana. La Sevilla del siglo XIII conquistada por Fernando III fue una urbe sagrada, una ciudad que respiraba fe cristiana ... y que se convierte en símbolo religioso de la cruzada contra el islam. Todo cambió en cuestión de semanas. La Sevilla andalusí, la antigua Isbiliya, pasa a ser una ciudad símbolo para la reconquista iniciada por los reyes castellanos. Cuando Fernando III vence a las tropas almohades tras un durísimo asedio, Sevilla se confirmará en noviembre de 1248 como alegoría de un tiempo moderno: la nueva Castilla surgida tras las batallas contra los últimos reinos musulmanes en España.
¿Cómo se vivía la nueva religión en una ciudad emblemática del mundo árabe? ¿Cómo es posible que en tan sólo unos meses el culto a Alá cambiara hasta convertir Sevilla en una ciudad de Dios? ¿Qué devociones populares se instauran en la ciudad? Ya desde el principio los mapas de Sevilla tendrán un sentido cristiano al dividirse las collaciones por parroquias. Las mezquitas no son destruidas –un rasgo de la tolerancia que caracterizará la Sevilla de Fernando III y la de su hijo Alfonso X– sino que son purificadas y transformadas en iglesias. Cambia el paisaje sonoro de la ciudad pasando de los cantos de los almuecines en los alminares al sonido de las campanas.
Algo muy importante era dar un sentido religioso a la conquista para confirmar el carácter sagrado de la cruzada y conectar con la etapa visogoda cristiana. De ahí el término de 'reconquista'. Ésa es la razón por la que se inicia un relato colectivo que impacta en el imaginario popular. Así se inician las narraciones milagrosas en el campamento cristiano de Fernando III, las apariciones marianas que indican a los reyes dónde levantar los nuevos templos y la implantación de una nueva liturgia dominada por las festividades religiosas. Como afirma Manuel González Jiménez, uno de nuestros grandes medievalistas: «La conquista cambió por completo el alma de la ciudad al sustituir su antigua población por otra completamente nueva».
¿Cuáles eran las imágenes que formaban parte de devoción popular? ¿Existían las cofradías tal y como la conocemos hoy? Fernando III impulsa desde los primeros días de la victoria una ciudad dedicada a la Virgen, algo que continuará su hijo Alfonso X con la creación de santuarios marianos y el relato de milagros que se dedica como alabanzas a Santa María en las 'Cantigas'.
Así se crean dos tipos de cultos a la Virgen que definirán a la Sevilla fernandina y alfonsí. Están las imágenes de talla completa que reciben culto en altares y retablos y el de las Vírgenes destinadas a ser vestidas para ser mostradas en procesión. Esta religión en la calle se consigue con tallas marianas con complicados mecanismos articulados que permitían demostrar ese carácter sobrenatural de los milagros. Las Vírgenes 'vivientes' podían mover la cabeza y los brazos para sugestionar la atmósfera mística. La profesora de la Universidad de Sevilla Teresa Laguna en sus estudios sobre las devociones reales asegura que «eran tallas dotadas con precisos dispositivos mecánicos que les permitían cierta movilidad» y que fascinaban a los fieles.
La principal devoción popular será la dedicada a la Virgen de los Reyes, una imagen que aparece mencionada en la cantiga 292. Según la leyenda, se apareció en sueños al rey durante el asedio, pero más allá de la tradición piadosa, los actuales historiadores vinculan la imagen con un origen francés por su característica iconografía, probablemente como un regalo del rey Luis IX a su primo Fernando III.
La imagen está realizada en madera de alerce cubierta de una piel como de cabritilla para asemejar la piel delicada de una doncella. El profesor José Hernández Díaz estudió su iconografía destacando rasgos del gótico como la sonrisa deliciosamente arcaizante. La cabeza está policromada y cuenta con una melena con hilos de oro. Un curioso detalle son los pabellones auriculares realizados con mucho realismo, quizás para provocar la sugestión de que es una Virgen que 'oye' las plegarias.
También destaca la Virgen de la Sede. La tradición la sitúa presidiendo el campamento real y el profesor Rafael Comes en sus investigaciones sobre las 'Cantigas' de su libro 'Arquitectura alfonsí' apunta que pudo ser aquella imagen «mui ben feita de metal» que curó de una enfermedad a Beatriz de Suabia, madre del rey Alfonso y cuya historia se relata en la cantiga 256.
Otra imagen muy venerada es la Virgen de las Batallas, la 'socia belli' (compañera de batalla) del rey Fernando. Es una figura de marfil, que está en la Capilla Real y que, según la tradición, tenía el monarca en su oratorio privado y que llevaba en el arzón de su caballo o rematando el estandarte real.
Otras Vírgenes de gran devoción eran la Virgen de los Reyes del monasterio de San Clemente; la del grupo escultórico de Santa Ana en Triana, aunque modificada por Francisco de Ocampo en el XVII, o la Virgen de las Aguas de la parroquia del Divino Salvador. Este relato se cuenta con detalle en la 'Historia del Arte en Andalucía' que dirigió Enrique Pareja en la editorial Gever.
El siglo XIII fue una centuria marcada por las devociones marianas. Sin embargo, en estos primeros tiempos aparecen también algunos crucificados. La iconografía los presentaba en una cruz arbórea con tres clavos, un intenso dramatismo y un acusado arqueamiento. Estos crucificados medievales sevillanos, que estudió en profundidad José Hernández Díaz, aparecen miniados en obras alfonsíes como las 'Cantigas' o la 'Historia General'.
El Cristo más antiguo es el del Subterráneo de la parroquia de San Nicolás y que estuvo durante años depositado en Bellas Artes. Y destaca también el Cristo del Millón en un Calvario con las figuras de María y San Juan en el retablo mayor de la Catedral, una talla ya del siglo XIV.
La vida en la ciudad estaba marcada por la cotidianeidad religiosa. El profesor José Sánchez Herrero en sus investigaciones sobre la Sevilla medieval aseguraba que las fiestas más celebradas eran, además de las tres Pascuas, la Asunción de María (15 de agosto) y el día de Todos los Santos (1 de noviembre). Miguel Ángel Ladero Quesada en otro libro clásico 'La ciudad medieval', dentro de la serie 'Historia de Sevilla' (Universidad de Sevilla), afirma que existen pocas noticias sobre cofradías con fines primordialmente religiosos, aunque a finales del siglo XV ya había muchas establecidas en diversos templos, con sus priostes, cofrades, pendones y otros símbolos.
Además de la multiplicación de devociones religiosas, se realizó una gran transformación en el paisaje urbano. La antigua gran mezquita se convirtió en templo cristiano. Para ello se cambió la orientación hacia levante con un sentido litúrgico y el alminar fue el campanario. Las antiguas mezquitas de los barrios se transformaron en parroquias. La mezquita de Addabas se convertirá en Colegial del Divino Salvador y el obispo Don Remondo crea nuevas iglesias: Santa Lucía, San Román, San Gil, San Marcos, Santa Catalina, San Andrés…
Las más antiguas son la de Santa Ana y la de San Gil. Santa Ana se levanta en el arrabal de Triana con un sentido estratégico de ocupación espiritual de un arrabal extramuros. También tiene un origen milagroso, pues Alfonso X se curó de una enfermedad de la vista y prometió a Santa Ana la creación de un templo.
La Sevilla medieval que se crea en el siglo XIII determina la historia de la ciudad creando un nuevo paisaje no sólo espiritual sino sociológico, económico y social. Sobre ese relato de milagros se levanta la hermosa ficción de la ciudad, una mitología que permanece intacta en el corazón de Sevilla. Las devociones populares inspiradas por Fernando III y, sobre todo Alfonso X, construyen nuestra mitología cotidiana hasta formar parte de los cimientos de la ciudad. Como si nuestra alma aún permaneciera dibujada dentro de una cantiga del rey sabio.
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