Sevilla y Amén
La casa de Los Gitanos
La hermandad del Beso de Judas salió del santuario de Los Gitanos, compartió cobijo como en los antiguos corrales de Triana y la Judería
El Beso de Judas y la Virgen del Rocío junto a los pasos de la hermandad de Los Gitanos
Como en aquellas casas del arrabal de la antigua hermandad de los Gitanos, cava de aquellos fragüeros que con el tiempo esparcieron su estirpe por los nuevos extrarradios de Sevilla; como en las noches frías del Corral del Conde, patio de la judería que amanecía ... con el duelo de campanas de San Bartolomé y San Nicolás, en la Semana Santa de Sevilla se convive más allá de la hermandad. Hay un sentimiento de vecindad que está por encima de las collaciones. Ayer estaba el paso del Beso de Judas en el santuario de los Gitanos juntando corrales de los barrios viejos y llevaba la Virgen del Rocío una talega de canela y clavo de las Angustias. En la calle los nazarenos descalzos de los otros arrabales se lavaban los pies en los charcos consumando un desorden general que estaba entre la ansiedad de volver a poner los pasos a descubierto y la necesidad de salir del largo agujero de la pandemia. Los cabildos hervían en la toma de decisiones. Porque en los barrios nadie habría entendido el exceso de celo. La gente pedía riesgo y todas las cofradías metieron el izquierdo por delante hasta que llegó la hora de Santa Marta. Y ahí se cuajó el Lunes Santo, que a pesar de los los vaivenes en busca de cobijo se concentró en el santuario gitano. Ante la adversidad, hermandad. Un capote para el Señor de Santa Genoveva, un quiero y no puedo para el del Polígono. Los dos juntos en la Catedral. Dos reos compartiendo la cárcel más hermosa del mundo. Dos sufridores con las manos atadas al destino. Y Judas besando la lluvia. No juzguemos nosotros. Pasó lo que tenía que pasar y fue hermoso. Porque todos los cristos del Huerto se quedaron juntos un rato en el mismo refugio. Es como si sólo hubiese llovido en los olivos de Getsemaní. Lo más sencillo es fijarse en el terciopelo calado, en el blanco de San Gonzalo transparentando a los nazarenos con el chaparrón, en la duna de paraguas rodeando a la Virgen de las Mercedes o en las gotas acariciando el pan de oro de las canastillas. Pero es más bello contemplar los abrazos y las vecindades incluso cuando son de dolor. Es mejor contemplar el anhelo de la ciudad por renovar su archivo histórico cada día. La Semana Santa es una permanente fábrica de estampas insólitas que parecen inmemoriales. Es un rito que cambia mientras todo se repite, un caudal que siempre desemboca en el mismo mar pero con agua distinta. Es el rato de Las Aguas en el titubeo del sí o el no, el silencio de la Vera Cruz con los ojos puestos en su Lignum Crucis, el tiempo para dirimir en San Vicente sin que el Señor de la Penas pudiera levantarse del suelo y el zigzagueo del Cristo de la Expiración en el Museo para añadir a la tormenta el relámpago de Dios. Y es también un catálogo de innovación del costumbrismo. Esta retahíla es mera descripción: un albañil en una obra del Tiro sentado en el andamio para ver salir al Señor; un grupo de chicas encerradas en el laberinto de cambios de itinerarios hasta que una gritó desesperada al pasar de nuevo por el mismo sitio: «¿Otra vez estamos aquí?»; una ventolera haciendo incontrolable el cirio en alto; una brisa de agua llenando la calle de chubasqueros antes de la propia lluvia; un remolino de hojas caducas en primavera; y una mujer con mascarillas en los pies para evitar las rozaduras. Material quirúrgico contra los daños de los zapatos.
En esa imagen descansó este inesperado Lunes Santo: la Semana Santa de Sevilla se lee con los pies antes que con la memoria y la venda que hace sólo unos meses servía para una herida, ahora sirve para otra. Tenemos que aviarnos con lo que hay. Porque en la casa del pobre nunca llueve a gusto de todos. Ayer llovió en Sevilla como en los antiguos corrales. Cada vecino se metió en la casa que pudo y cuando pasó el aguacero todos salieron a repartirse lo que tenían: canela, clavo, angustias, duquelas y Judas compartiendo el chubasquero con el Señor.
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