Domingo de Resurrección
¡El sepulcro está vacío! ¡Aleluya, aleluya!
«Los cristianos somo unos 'domingueros' porque sin domingo, sin día del Señor resucitado, no podemos vivir. Ya lo decía Pío XII, el Año Litúrgico es Cristo mismo, presente en su Iglesia, vivido domingo tras domingo»

¡Este es el día que hizo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo! ¡Es el día de la resurrección de Cristo y de nuestra resurrección! Los cincuenta días que van desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación, como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un gran domingo.
Parece una exageración. Las semanas de Cuaresma significaban el trabajoso paso por este mundo. Las semanas de Pascua son el reposo festivo de la eternidad con Dios. La vida eterna ha empezado. Con un pregón se anuncia la semana grande. Con el pregón pascual se canta la mayor victoria, la de Cristo, que es también nuestra victoria. No una semana para vivirlo, sino ocho semanas. La Pascua es el objeto central de nuestra fe. Por eso es el motor de todo el Año Litúrgico. la Cincuentena pascual, desde la Vigilia pascual hasta Pentecostés, es el 'tiempo fuerte' por excelencia de todo el año cristiano. La Cuaresma ha sido su preparación, hoy, Domingo de Pascua, empieza la fiesta de las fiestas. Una fiesta de cincuenta días.
El Domingo de Pascua es también la referencia de todos los domingos. Cada semana celebramos el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal. De hecho, ese día de la semana cambió de nombre para llamarse 'día del Señor'. Desde el primer domingo de Pascua, los 'discípulos del Señor' se reúnen en el 'día del Señor' para celebrar la 'cena del Señor', pues en ella se hace presente Cristo mismo. Los cristianos somo unos 'domingueros' porque sin domingo, sin día del Señor resucitado, no podemos vivir. Ya lo decía Pío XII, el Año Litúrgico es Cristo mismo, presente en su Iglesia, vivido domingo tras domingo.
El sepulcro está vacío. Las lecturas de la Misa de hoy nos presentan a los testigos. Recordemos que nuestra fe se basa en su testimonio. Esa es una de las razones por las que la Iglesia es 'apostólica'. Primero, fueron las mujeres miróforas, luego, fueron Pedro y Juan, como nos narra el Evangelio. Después, vendrán las apariciones de Cristo resucitado a los apóstoles, que continuaremos leyendo los primeros domingos pascuales. Estos testigos nos dicen que la resurrección de Cristo fue un acontecimiento real que tuvo sus manifestaciones históricamente comprobadas por ellos: lo vieron, hablaron él, comieron con él, palparon su llagas gloriosas, como Tomás, el incrédulo. La fe de la comunidad cristiana se funda en el testimonio de hombres y mujeres concretos, sobradamente conocidos para nosotros. Ellos son los testigos de la resurrección. Así lo cuenta san Pablo: «yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí» (1 Cor 15, 3-8). Por sus testimonios hemos recibido el Evangelio de la vida y de la gracia.
La resurrección de Cristo, y la misma presencia y acción de Cristo resucitado, es el principio y la fuente de nuestra futura resurrección. Por eso, hoy empieza la nueva creación, el vivir como resucitados. Por los sacramentos, hemos muerto y resucitado con Cristo, estamos muertos, pero vivos. Cristo tiene las llaves del abismo y de la muerte. La canina ya no nos asusta. Cristo ha vencido a la muerte. Su sangre se ha derramado en el Calvario sobre el cráneo del viejo Adán. Su pecado, y los nuestros, ya no tienen la consecuencia fatal de nuestra aniquilación para siempre. Las llagas del Cristo Glorioso son pasadizos abiertos a la vida para siempre. No nos morimos para quedarnos muertos, sino para resucitar y vivir siempre con Dios.
Ahora somos nosotros los testigos de la resurrección de Cristo. Predicamos al mundo, con nuestras obras y palabras, la alegre esperanza.
Aunque no está en los evangelios, la tradición dice que Cristo resucitado a quien primero se apareció fue a su Madre. Ella sí que reconoció los miembros del cuerpo que ella misma había dado a luz. Y tenemos los anuncios, las carreritas de san Juan, las procesiones de gloria… Es difícil representar plásticamente el cuerpo resucitado y glorioso del Señor, por eso este domingo, en muchos lugares, procesiona una imagen del Niño Jesús. Perdido durante tres días (en el sepulcro) y hallado por Madre. Es el Encuentro. Es día de felicitar a la Virgen: Reina del cielo, alégrate ¡Aleluya! Porque tu Hijo, a quien mereciste llevar ¡Aleluya! Resucitó como dijo ¡Aleluya, aleluya!
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