Rafael Laffón, rendido a Pasión: «¿Camina o va a caer? Jesús lleva a un hombre y a un Dios»
Comentario de texto
«Ternura del pecho blando de las palomas, de las rosas tiernas de las auroras y los atardeceres; ternura de la lágrima y la sonrisa», definió el poeta sevillano en su 'Discurso de las cofradías', fechado en 1941
La seguidilla que Juan Sierra dedicó a la Amargura: «¡Ay, cristal de Sevilla / lazo y figura!»
El día que Rafael Montesinos reveló que su padre salía en el Gran Poder
Aquilino Duque y las cofradías, mucho más que el puente en que murió el Cachorro
La Semana Santa de Sevilla este 2025 será recordada entre muchas otras cuestiones por el L aniversario de la muerte del orfebre universal Cayetano González. Fue él quien enarboló en 1943 el sueño que ya bisbiseaba por entonces el poeta Rafael Laffón, quien gestaba ya ... dos años antes 'El discurso de las cofradías de Sevilla', cuyos derechos de autor fueron íntegros a la realización de ese magnificente castillo de plata que habita en la Iglesia Colegial del Divino Salvador, un templo itinerante de la ciudad, a ratos madera dorada, a ratos marfil. Todo plata y platería, parafraseando al poeta roteño Ángel García López sobre los pinceles blancos de Tosar Granados. Más de 200 kilos que venían a ser nada, muchísimo menos que nada ante la silente carga que cada Jueves Santo por la tarde sigue lastrando las llagas perdidas del Señor. Fue en 1940 cuando fue declarado un incendio en unos almacenes en los que se custodiaba provisionalmente el paso que diseñó Pedro Domínguez, en 1903, rematado hasta 1908 por Manuel Gutiérrez. La hermandad siempre ha contado que en 1941 ese hombre perfectamente lunar que talló Martínez Montañés tuvo que salir en una parihuela a hombro de sus hermanos, ellos vestidos de la misma piel nazarena de quien los salva. Y es justo ese año cuando Laffón escribe uno de los textos más sublimes de los que se le recuerdan a este autor poco estudiado de la Generación del 27, que parece casi intuir con su prosa que la ciudad estaba a punto de conocer una de las obras cumbre de la orfebrería sevillana de todo el siglo XX.
Fue aquel discurso un canto hondo y directo a la memoria de las cofradías, escrito tras la posguerra, que evidencia la veneración por la piedad popular de quien años más tarde obtendría el Premio Nacional de Poesía (1959). Laffón fue barroco de los pies a la certeza de saberse uno de los fundadores de la revista 'Mediodía', dejando para la posteridad versos dedicados a la gloria hecha dolorosa según la entiende Sevilla: «Decir Esperanza es tanto / como decir Macarena. / Ay, linda carita, llena / al par de júbilo y llanto. / Te canto porque te canto / como hay noche y como hay día. / Fino coral, ambrosía, / lucero de la mañana. / Qué mañana sevillana / en tu gloria lucraría. / En tu gloria lucraría / como asida a un clavo que arde, / que es, Esperanza, cobarde / abandonar marcha y vía. / Tú, congoja en alegría; / yo, triste a lo sevillano. / De penas en Cristo hermano... dame en la vida mortal / ese clavo —tanto mal— / aunque me abrase la mano».
Otra de las grandes piezas literarias que Laffón brindó a Sevilla empieza y acaba en San Lorenzo. «A Jesús del Gran Poder en sus andas de la Madrugada», dedicó el autor, soneto en mano, con referencias marinas y zigzagueantes del Señor de Sevilla, naturaleza primera de los mortales. El primero de sus cuartetos está constituido por cuatro de los versos más hermosos que se le hayan escrito jamás, todos en rima consonante y huyendo del ultraísmo que un día lo invadió: «Alto fanal de trágica galeota / sobre un mar de encrespada muchedumbre. / Las andas vienen y a la opaca lumbre / Jesús marca a la nave la derrota», arranca, para posteriormente ir dando pasos hacia la amanecida del Viernes Santo, tildando de «timonero» definitivo al Gran Poder. Es en el texto que acompaña a este cuarto comentario de texto de Pasión en Sevilla donde se observa la plenitud literaria de Laffón, que compagina un tono poético con otro didáctico, entrelazando la templanza de Pasión con la vida de Martínez Montañés, en cuyo paralelismo desgrana el poeta sevillano esa ternura desprendida por el nazareno, lirio retorcido que divaga el día del amor fraterno haciendo de su castillo una verdad que flota por todas las collaciones de la ciudad. Al ver hoy el reflejo de su espalda cansada se vislumbra esa naturaleza encendida que ofrece el patio de naranjos que un día fue mezquita aljama.
El Jesús de la Pasión, por Rafael Laffón en el 'Discurso de las cofradías' (1941)
«En el nombre de Juan Martínez Montañés, maestro escultor de imaginería –a quien dicen «El dios de la madera»– comenzamos estas prosas que alaban la imagen inefable del Jesús de la Pasión.
Ahí está la «prodigiosa hechura» del Jesús, como enmedio de una dulce aura de memorias devotas. No hay mayor elogio que esta invitación: contempladla. Y no vale otra crítica que la contemplación y luego el «sí» de las llanas afirmaciones del cristiano.
Montañés es autor del Cristo de «Los Cálices», uno entre los cuatro Crucificados ejemplares del acervo genial de Sevilla: el Santo Cristo de la Conversión, el imponente Crucifijo de la Merced y aquel padrón sin tasa de la muerte, Cachorro, de Triana; Montañés gubía y estofa imágenes de la Dolorosa, de la Inmaculada, de Santos penitentes, que se obliga a entregar «bien fechos y acabados en toda perfección». Produce con amor y alegría –alegría ingenua de fe–; mas luego anda desabrido en tratos de reales y maravedises –pleitos de «menorías» y otros pormenores–, con veedores y alamines y la gran clientela de cofrades, de caballeros donantes, de abadesas, de capitulares y de cabildos de todas las Españas y sus Indias.
En aquel sereno recogimiento de sus casas de la calle de la Muela –en donde crece y se adoctrina una prole piadosa y de limpia generación–, Montañés prosigue sus obras y sus días. La primera esposa, muere… Los hijos –¡ay!–, y los años se van… Aunque aún le queda este suave Sol en las bardas, del mucho amor y las gracias de Catalina niña –dice tiernamente–, «que nos hace compañía y que tenemos hembra en el siglo». El maestro va entallando con amor el leño armónico, vena a vena y «sin alzar mano». Y así un día mejor queda ante sus ojos acabada la imagen de un resignado, buen Jesús, cruz al hombro: el Jesús de la Pasión.
Luego a Montañés, desde ese día, no le queda ya más que admirar y admirar…
–En verdad esta es obra de Dios, que no mía–, cuentan que clama el maestro imaginero.
En las encrucijadas cuantiosas de voz y vulgo intencionado, posan las andas doradas de la Cofradía. Y allí «están» un momento magnífico, magistrales, redondas y plenas, tal que un racimo ingente de viñas de parábola. Hay para los oros un último rayo del Sol exuberante.
En las andas, la imagen del Jesús de la Pasión camina callada efusión de su ternura, y se agobia, y se agobia todavía más.
La imagen aparece en la actitud de caminar. El pie derecho alza el talón e hinca los dedos en la tierra. Camina. ¿Camina o va a caer? Pero la imagen de Jesús sólo dice ternura.
Ternura. El pavonado tornasol del cielo de la tarde se va haciendo tierna claridad desvaída en el crepúsculo. La luz se apaga y se enfría. Abren sus poros sutiles los aromas. Ternura difusa por doquier.
Jesús lleva a un hombre y a un Dios. La unión hipostática del ser de Jesús es obra inverosímil de ternura.
La imagen del Jesús de la Pasión aparece en actitud andante. Jesús marcha o semeja que va a caer porque camina hacia un fin inconcebible de alcanzar. Ternura del alma de Jesús.
La pirámide se alza sobre el vértice enhiesta,
gira el círculo en torno de un centro que no es centro,
y el ojo que se daba placentero a la fiesta
ya no halla luz, el ojo mira ya por de dentro.
La ofensa es laude: «Ufanos al mal sin resistencia
y a la mano que hiere la mejilla brindemos».
Por la llaga armoniosa que imprime la violencia
ya os conocen… El Pórtico, no obstante, y Akademos…
En el aire celeste —traspasado de la dura flecha de las golondrinas—, que tiernamente se anega de la hora declinante, la imagen del Jesús de la Pasión se va nimbando de una tierna claridad láctea y pura. ¿Radiación prelunar del cielo del crepúsculo o radiación del alma tierna de Jesús?
Ternura. Ternura del pecho blando de las palomas, de las rosas tiernas de las auroras y los atardeceres; ternura de la lágrima y la sonrisa; ternura de la caricia suave de una mano en la frente y de una mano amiga en otra mano; ternura de las voces entrañables de las madres y de las trémulas voces de los ancianos y de los niños… Ternura.
La imagen de Jesús de la Pasión remonta por gracia de Dios y obra del maestro imaginero, la cumbre enrarecida de todas las perfecciones. Pero lo perfecto, en sí mismo se consuma y acaba porque llena su fin…
Anochecer de abril en las encrucijadas de Sevilla. ¿Está aún aquí el Jesús, cuando la luz se ha ido? ¿Gozamos todavía de la presencia táctil de «la forma»?
El Sol traspuso hacia otros horizontes. También la imagen del Jesús de la Pasión —casi borrada ya en el postrero alentar del día—, viene a amanecernos a otros recónditos hemisferios que no sojuzgan los sentidos. Del fondo de los ojos —transcendida a los senos del alma—, quedó allí en la vibración profunda de una luz increada: vasta armonía de inextinguibles soles y de palabra eterna.
La imagen del Jesús de la Pasión es ya tan sólo ensueño de amor, de dolor, de divinas hipérboles. Como el místico portugués ha cantado:
…«Vida sin cuerpo… ¡sólo Vida!»
* * *
–En verdad, esta es obra de Dios, que no mía–, cuentan que clama el maestro imaginero».
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