El quejío de El Pali vuelve a la Feria de Sevilla: «Ay, madre, madre, qué suerte...»
Comentario de texto
«Que ha pasado por mi puerta / el Cristo de la Buena Muerte», cantó hace ya más de 40 años cuando Los Estudiantes desfilaba por su casa y él contemplaba el rito desde su eterna silla de enea
La nostalgia del gozo la explicó Joseph Peyré: «Toco aquí uno de los secretos de la tristeza de Sevilla»
La nostalgia del gozo la explicó Joseph Peyré: «Toco aquí uno de los secretos de la tristeza de Sevilla»
La devoción a la túnica del Calvario, por Garrido Bustamante: «Miro a mi Cristo y le digo: cuando Tú quieras, maestro»
«Para el color de este cielo / Sevilla cogió el azul. / De plata para su río, / Giralda de caramelo. / Y andan buscando un color / y siguen sin encontrarlo / para pintar al Gran Poder / la noche del Viernes Santo». Y poco más. El queridísimo vecino del ... Arenal Francisco de Asís Palacios Ortega fue mucho más que El Pali. No es que no se entienda aquella Sevilla de los sesenta y setenta sin este «Trovador», que fue el apodo con que le bautizó un buen día Burgos, es que nadie quiere ni escucharla si no es la voz suya la que la que canta. La de un genio irrepetible que hizo de la nostalgia su baluarte; y de su duende, la expresión más sincera directa al corazón de los ayeres sevillanos. Hoy que el albero se estrena en la tierra de tu memoria, caminamos de la mano de una de esas almas que convoca la ciudad cada mayo que se disfraza de abril. Ésa fue su gran verdad: la de quien canturreaba la pena y la alegría de una ciudad que estaba a punto de despertarse. De brotar en farolillos y alamares. Parece que hoy mismo tiene entre manos un romancillo en medio de una muerte inmutable que nunca llega, porque siempre se va: «En una venta que había / en la vereílla de Camas / murió un gitano alfarero / que Cachorro le llamaban. / Cómo sería su agonía / que un escultor que allí estaba / talló para el Patrocinio / su Cachorro de Triana».
De sevillanas cofrades también ha vivido la literatura de esta índole. E idealmente ha sucedido también al contrario. Porque las coplas y versos con más libertad que otras métricas más definidas han venido a complementar la mezcolanza de los mejores letristas y sus mejores cantores, que esta semana verán cumplida su función. La de vestir de fiesta a una ciudad que se desborda desmelenando todos sus sentidos. Nadie negará 37 años después de su muerte que este juglar de lo sevillano hizo historia en lo que se refiere al universo de las sevillanas y su contribución al reflejo popular de una Sevilla que se quedó prendada en su arte. Aunque él siempre tuvo claras cuáles fueron sus estampitas preferidas, como ocurre en todos los confesionarios: «Cuando pasa mi Piedad / por el Arco del Postigo / se queda quieta la luna / para ver al Cristo dormido / sobre una falda tan pura. / Mi Reina del Arenal, / ay quien pudiera ofrecerte / un pañuelito de plata / para lástima tan fuerte». Ésa bajo letra de Federico Alonso, como otras las firmó Manuel Melado. Aunque su primer disco de este estilo lo lanzase en 1975 bajo el título 'La túnica de mi niño', de vocación netamente baratillera; fue en 1979 cuando publicó quizá la más conocida de sus sevillanas moradas: 'Costalero de Triana', donde hacía ese alegato preclaro a quien lo concibió: «Madre, no me riñas más / por salir de costalero. / Costalero fue mi padre / y costalero mi abuelo». Nadie olvida su forma de popularizar aquellos cantos cigarreros junto a Miguel de la Isla y Joaquín de Paradas. Ellos que siempre supieron lo que era ser rocieros del Quema.
Una de las grandes estampas que siempre ha unido a la ciudad con su trovador más recordado es la de aquella simbólica imagen en la puerta de su casa, en la calle Tomás de Ibarra, en la que El Pali espera el paso de una cofradía un Martes Santo de 1984. Eulogio captó la esencia de quien luego confesaría a viva voz, con aires de saeta, lo que era a las claras una sevillana que siempre vuelve a ese teatro itinerante de luces y sombras que es el real de Los Remedios: «Llevo todo el año sentado en mi puerta / todos los días impaciente / para ver pasar tu agonía / Cristo de la Buena Muerte. / Llegaba debajo del arco / de su Arco del Postigo. / Ay, madre, madre qué suerte / que ha pasado por mi puerta / el Cristo de la Buena Muerte». Él soñó con la Macarena («Es la de Alfonso Borrero / aquél de «al cielo con Ella»), con Rosario de Montesión, y con todos esos capataces del cielo, pero el último poema que cantuseó a la ciudad buscaba darle tributo a cuatro legendarias voces que hacían de la madrugá, el más eminente canto de sus más talentosos escritores. La última chicotá de un eterno trovador que en aquella plaza sigue sentado a horcajadas esperando que llegue lo que habrá de llegar: «Sevilla en la primavera / se corona de azahar / como una novia que espera / que la lleven al altar».
La última sevillana de El Pali dedicada a la Semana Santa de Sevilla, en 'De Triana a Alosno' (1986)
«Ya no se ve el Viernes Santo
arriba en las Siete Puertas,
al Niño Gloria cantando
saetas a su Macarena.
Ya no se ve en un balcón
a la Niña de la Alfalfa,
cantándole su saeta
a su Estrella de Triana.
Ya no se ve entre naranjos
al viejecito Centeno
cantando por martinete
a la hermandad del Silencio.
Ya no se ve en calle Cuna
a Valencia 'El gandinguero',
cantándole a sus Angustias
y a su Cristo canastero.
Estribillo:
Saeta (bis)
piropo pa' Cristo muerto,
para Vírgenes que lloran,
que se enreda en los encajes,
de la mantilla española».
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