25 AÑOS DEL PREGÓN DE JOAQUÍN CARO ROMERO
En el nombre del Amor
Caro Romero escribió dos finales para su pregón y los dos los incluyó: el de la memoria de su infancia y un largo romance nombrando a todas las imágenes
El teorema de la Macarena

Dos mucho mejor que uno. Eso debió pensar Joaquín Caro Romero en el momento en que se enfrentó a la tiranía del folio en blanco para terminar de rematar su pregón de la Semana Santa de Sevilla del año 2000. Su texto puede presumir ... de tener dos finales, uno basado en la memoria de su infancia y otro, algo más genérico, en el que el poeta quiso homenajear a todas las hermandades de la ciudad justo en el instante en el que faltaba menos de una semana para ver los primeros nazarenos por las calles. «En el primero expreso que no es un pregón cerrado y que lo dejo abierto, muy abierto, para que mi Cristo del Amor le ponga el punto y final cuando quiera», recuerda. Sin embargo, temió que alguien dijera entonces que no había rematado su texto y «hubo que entrarle a matar recibiendo para que la afición casi saliera toreando del teatro», insiste. Para lograrlo, le incorporó el largo romance que sirvió como epílogo y en el que «vuelvo a mencionar a todos los titulares de todas las cofradías, incluso a imágenes que no procesionan».
Pero el auténtico final del pregón, ese que brotó de la memoria viva de Caro Romero, fue aquel que tuvo como protagonista al Amor, «mi hermandad de siempre». En ella escribió sus primeras letras incluidas en la revista 'Amor' y a su titular mariana le dedicó el primero de los poemas cofrades que publicó con sólo 16 años en El Correo de Andalucía. «Se titulaba 'Soneto blanco a la Virgen del Socorro', porque respetaba esa estructura clásica del poema pero sin la rima». En la cofradía del Salvador también fue miembro de la Junta de Gobierno, encargado del archivo y del boletín, y allí se convirtió en el primer penitente que salió con la cruz al hombro tras el paso de la Borriquita el Domingo de Ramos. «Fue un caso excepcional, en el año 1967, que quedó inmortalizado gracias a una fotografía que me hizo Juan José Serrano al bajar la rampa y que escogí para que fuera la portada del pregón». Ahora la escena enmarcada preside una de las paredes de la actual casa de hermandad del Amor.
En aquella portada del pregón se ve a un penitente tras el paso de la Sagrada Entrada. «Era yo, cargando con una cruz que era ligerita porque no quería eslomarme». El año 2000, Caro Romero quiso repetir la escena, pero el hermano mayor de entonces rechazó la iniciativa e hizo estación de penitencia como fiscal del paso de Cristo del Amor. «Sólo tengo palabras de agradecimiento para mi cofradía, a la que me apunté con tres años y ya he cumplido los 75 como hermano», recuerda. También que era correlativo en número con el histórico y añorado capataz Luis León. Luego, más adelante, vendría su inscripción en la Macarena, aunque aquello fue «un amor de juventud».
Quiso el pregonero que el epílogo del texto fuera autobiográfico, recordando aquel Domingo de Ramos en el que con sólo cuatro años quedó «traumatizado» por un gesto de su padre, diputado de la cofradía. «Me tiznó el capirote blanco para reconocerme entre la bulla de nazarenos y no me dejó realizar la estación completa. Fue la primera zozobra de mi vida», confiesa ahora. Décadas después compartió aquella historia en el Maestranza para abrochar su pregón de la Semana Santa de Sevilla, ese al que tanto le costó llegar pero que disfrutó como el infante que salía en la Borriquita. Allí, donde empezó todo, lo dejó descansar, sabiendo que «todo el Amor de un nazareno niño, vuelve algún día a un nazareno viejo».».
Pregón de la Semana Santa de Caro Romero
A la hermandad del Amor
Como Jesucristo es el Señor del Tiempo, la Semana Santa nos devuelve los años mejores de nuestra vida, en una nueva recreación de los sentidos. Los olores, los sabores, las visiones, los sonidos, las táctiles recurrencias se conjuntan en el espacio idóneo y en la atmósfera propicia. Si para Marcel Proust mojar una magdalena en una taza de té tuvo el efecto casi mágico de trasladarle al tiempo remoto de su infancia, un cofrade de Sevilla tiene a su alcance muchas maneras de sobrevivir en la contienda de la memoria contra el tiempo.
Mis primeras vivencias cofradieras se remontan a cuando yo tenía cuatro años y era nazareno de La Borriquita. Recuerdo a mi padre poniendo orden como un enérgico diputado de tramo y recriminando a todo el que estorbaba el dificultoso avance de la Cofradía a lo largo de la calle Cuna. Llegado al punto de la Carrera Oficial en que sólo se permite el acceso a la Cofradía, mi padre trazaba un tiznón en lo alto de mi antifaz. ¿Y a qué venía manchar la albura de mi capirote? Para reconocerme entre el conglomerado de túnicas blancas a la salida de la Catedral. Considerando el cansancio y lo avanzado de la hora, no me dejó realizar la estación completa. Fue la primera zozobra de mi vida, porque el nazareno niño se toma su papel tan en serio y con tanto o más respeto que los mayores y, siguiendo el ejemplo del Hijo de María, puede ser capaz de dejar callados a los doctores en el templo.
El Señor de la Entrada en Jerusalén era ante los ojos del niño la imagen adorable de Jesús, su primer amigo, que tendría en aquel niño, cuando se hizo adulto, el único penitente de negro de su historia.
Y la preciosa perla del Socorro, con una palidez de dama del medievo en su corte de Amor, a la que ahora veo con el atractivo de una esposa y la densidad de una madre, fue mi primera musa, como el Señor de la Entrada en Jerusalén fue mi Amor primero, porque en este buen Jesús que cabalga va a estar pronto el Amor crucificado, que nos espera siempre, porque para eso está bien seguro con tres clavos -o con cuatro, como el Señor de la Quinta Palabra, el Cristo de la Sed-, para esperarnos.
Estoy convencido de que para un cofrade los años son papeletas de sitio. La noche de un Domingo de Ramos le pregunté al Cristo del Amor que si era el mismo que yo vi entrando triunfante en Jerusalén horas antes:
Amor, ¿eres o no eres
el que he visto por la tarde,
cuando la cera no arde
y el sol va donde Tú quieres?
Amor que en el tiempo hieres
el corazón con que amamos.
Son tantos, tantos los tramos
del hombre al niño que fui,
que estoy más cerca de Ti
cada Domingo de Ramos.
Cada Domingo de Ramos,
Señor, cuando el sol se pone,
el corazón se dispone
a desandar lo que andamos.
Si entre palmas te encontramos,
ahora estás fijo y abierto,
dormido, pero despierto
para que en tu Amor despierte,
y si vienen a prenderte
yo no me duerma en el Huerto.
Hoy la voz se vuelve más grave. Es natural. El tiempo no transcurre en vano. La edad de cada uno de nosotros va en dirección contraria al número que tiene en su Hermandad, que va decreciendo.
Todo el Amor de un nazareno niño
vuelve algún día a un nazareno viejo,
cuando llega el crepúsculo al espejo
y se hace espina lo que ayer fue armiño.
Si me destiñe el tiempo, yo destiño
las sombras al final de este cortejo,
y en la memoria de la Cruz me dejo
todo mi miedo y todo mi cariño.
Amor, Amor, Amor, qué poco falta
para la meta. ¿Por qué está tan alta,
si yo no voy sin Ti a ninguna parte?
Tú por delante, que así no me engaño.
Qué cerca estoy de ti, más cada año.
Qué poco falta, Amor, para alcanzarte.
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