historia

El Museo, 450 años de una obra maestra

Un grupo de prominentes comerciantes de aquella opulenta Sevilla del Quinientos, entre ellos plateros y joyeros, formalizaron en San Andrés la organización de la hermandad de las Aguas y Expiración de Cristo, al tiempo que encargaron al imaginero Marcos de Cabrera el crucificado titular, de cuya hechura se conmemora este año su CDL aniversario (1575-2025)

El Stabat Mater del Museo, dispuesto en el paso para su próxima salida extraordinaria por el 450 aniversario de la hermandad

El Cristo de la Expiración en una fotografía antigua abc

Julio Mayo

Cuando Sevilla era 'madre religiosa' del mundo y centro económico del Imperio español gobernado por el todopoderoso Felipe II, como 'Puerta europea de América', varios mercaderes y comerciantes asentados en el corazón del centro neurálgico de aquella ciudad plagada de iglesias, conventos y hospitales, fundaron ... la cofradía originariamente denominada de 'Nuestra Señora de las Aguas e Ynspiración de Christo', con el piadoso objeto de tributar culto a Cristo crucificado en el último suspiro, al entregar su vida por la humanidad.

Algunos de sus primitivos cofrades pertenecientes a la rama del comercio estaban vinculados al oficio de la platería y fueron ellos quienes promovieron su establecimiento en la iglesia de San Andrés, para cuyo asiento obtuvieron la preceptiva autorización eclesiástica dispensada por el señor provisor del Arzobispado, el doctor don Francisco Valdecañas y Arellano, el 11 de mayo de 1575. Dentro del templo, consiguió a inicios del mes de noviembre de aquel mismo año la cesión de la capilla de los Mexías, por cuyo espacio tenía que pagar anualmente una renta de 1.000 maravedíes a la fábrica parroquial, según escritura notarial protocolada entre la propia hermandad y el sacerdote Domingo Real como mayordomo de la iglesia de San Andrés.

En el transcurso de aquel mismo año de 1575 son aprobadas también sus Reglas, compuestas de cuarenta y siete capítulos, en las que se establece que la estación de penitencia ha de realizarse la tarde del Viernes Santo con el Crucificado en el acto de la Expiración y la Virgen María al pie de la cruz. Al margen de la Semana Santa, los estatutos prescriben la celebración de las fiestas anuales de la Invención de la Santa Cruz, la Natividad de Nuestra Señora y Todos los Santos.

El joyero Simón Díaz había adelantado veinticuatro ducados en 1576 para confeccionar el estandarte corporativo, cuya cuantía terminan asumiendo los plateros Hernando de Soria y Rodrigo Hurtado, alcalde y diputado de la cofradía respectivamente, a quienes la hermandad se los liquidará en enero de 1577 a través de los también plateros Baltasar del Águila y Luis Carvajal, ambos alcaldes de la hermandad.

Cristo de la Expiración

Precisamente los mismos cofrades Hernando de Soria y Rodrigo Hurtado concertaron con el escultor Marcos Cabrera la talla de un 'Cristo de pasta con su cruz', según expresa el contrato suscrito, 'acabado en toda perfición (…/..) encarnado y acabado de todo punto', un mes después de la cesión de la capilla dentro de San Andrés. Mediante escritura notarial otorgada el 7 de diciembre de 1575, la hermandad y el artista acuerdan que la obra estuviese concluida en un reducido número de días.

Dibujo de 'Cristo en la Cruz' trazado por Miguel Ángel para presentárselo a Victoria Colonna entre 1539 y 1541 que se encuentra en el British Museum

En rigor, el 25 de diciembre, día de Navidad, solo dieciocho después de haberse formalizado el encargo. Entre las estipulaciones establecidas ante notario, se fija el material a emplear por el habilísimo Marcos Cabrera para realizar la imagen del crucificado, la pasta, aunque su manufactura fuese a base de 'papelones españoles' encolados, un recurso habitual en la imaginería renacentista de entonces, cuya técnica dominaba el autor.

Se comprometió a policromar la imagen el pintor de imaginería, Juan Díaz, residente en el barrio de Triana y constituido como fiador en el caso de que el artista principal incumpliese los acuerdos adoptados. Muy curiosa resulta ser la fórmula de pago sugerida por el escultor, al señalar que el precio de su trabajo no lo pondría él, sino varios peritos en la materia, a cuya cantidad habría de restárseles seis ducados que el autor daría a la hermandad en concepto de limosna.

Marcos de Cabrera con esta obra del Cristo de la Expiración rompió los moldes de la imaginería sevillana del momento, nunca mejor dicho (pues célebre es la leyenda sobre los moldes con los que se hizo la imagen arrojados al Guadalquivir para que no volviese a ser reproducida). Para recrear la singularísima contorsión y el apasionado escorzo típicamente manierista que definen a la imagen, muy posiblemente, pudo haberse inspirado en un grabado de Cristo en la Cruz de Giulio Bonasone, siguiendo un dibujo que esbozó Miguel para Victoria Colonna, entre 1539 y 1541.

Grabado de la Cristo en la Cruz, realizado por Giulio Bonasone, siguiendo el dibujo de Miguel Ángel

En esta efigie sevillana logró Cabrera concebir una auténtica joya mística del incipiente Siglo de oro español, de tinte renacentista y gran innovación estilística, exclusiva, muy distinta a las entonces existentes, netamente singular e irrepetible, de expresión intensa, ajena a la coyuntura artística en la que vivía imbuida aquella Sevilla también repleta de artistas tan significativos como Gaspar del Águila, Miguel Adams, Juan Bautista Vázquez 'el viejo', Jerónimo Hernández, Juan de Oviedo, Andrés de Ocampo, Gaspar Núñez Delgado, Diego de Velasco, Diego Pesquera, Alejo Fernández o Francisco Pacheco.

El impacto sensorial que causaba el crucificado contribuyó sobremanera a acercar a la divinidad a numerosos creyentes, colmados de la sensibilidad religiosa de la Contrarreforma impulsada por el Concilio de Trento, traduciéndose el hecho en un importante incremento del número de cofrades de la hermandad, entre cuya nómina destacaba la presencia de una serie de comerciantes y mercaderes quienes, haciendo uso de las prácticas piadosas de la religiosidad popular de la época, implorarán ruegos a las imágenes titulares por el éxito de sus negocios y transacciones comerciales.

En el rostro agonizante del Cristo de la Expiración tuvieron que encontrar consuelo aquellos hombres económicos en el trance de sus arriesgadas transacciones comerciales. A la vuelta de dos años, los transcurridos entre 1575 y 1577, la corporación ha experimentado un importante auge. No solo había crecido su número de hermanos, sino que aspiraba ya a tener una vida cultual más enriquecida, por lo que de la iglesia de San Andrés va a trasladarse a un espacio religioso con mayor actividad espiritual.

Concretamente a la iglesia de un gran convento emplazado en las inmediaciones de la Puerta Real, atendido por frailes de una orden religiosa como la de la Merced, estrechamente vinculada a la Carrera de Indias (véase también en este traslado la evolución y el desplazamiento de los espacios urbanos del centro histórico la ciudad hacia una zona de mayor progreso social y económico).

Convento de la Merced

Los frailes mercedarios cedieron a la cofradía de la Expiración una capilla en el patio del claustro, cerca de la portería, el 1 de marzo de 1577, para que sus imágenes titulares recibiesen culto en un altar, pudieran reunirse sus cofrades y tuviesen enterramiento. En el convenio suscrito con la Orden se acordó que los monjes asistiesen a la procesión el Viernes Santo, después del mediodía. Dos décadas después, concretamente en 1591, la corporación pasó momentáneamente a la Magdalena durante algunos años, aunque retornaría a la Merced nuevamente el 27 de febrero de 1600. En cualquier caso, la hermandad ya no movería su establecimiento canónico mucho más lejos de aquel enclave comercial sevillano trazado entre las Puertas de Triana y Real, tan íntimamente relacionado con el río Guadalquivir.

Quinario de la hermandad en la Catedral de Sevilla en 1975 hermandad

Se consolida la permanencia de la Expiración en la Merced el año 1613, tras cederle la comunidad religiosa unos terrenos para construir su capilla junto a la puerta del compás del convento. Dentro de él existía una hermandad dedicada al título de Nuestra Señora de las Mercedes, cuya corporación mariana se había unido a la Expiración en 1607, con la que estuvo fusionada varios siglos hasta finales del XVIII, cuando se separaron para fusionarse la primera con Pasión.

Tengamos presente que el convento sevillano de la Merced sirvió en los siglos XVI, XVII y XVIII como lugar de acogida de las expediciones de misioneros mercedarios que iban a América, pues en ciudades del antiguo reino del Perú, como Arequipa, se fundaron conventos de la orden de la Merced, en los que también nacieron cofradías penitenciales similares a las establecidas en este real convento Casa Grande de Nuestra señora de la Merced, Redención de cautivos. No cabe duda de que, a través del convento, nuestra corporación penitencial adquirirá cierto carácter indiano, tan en boga en aquellos días.

El Cristo de la Expiración y la Virgen de las Aguas, preparados para la salida extraordinaria de este viernes y sábado Dani palacios

Durante el siglo XVII, refiere el abad Gordillo, que la cofradía realizaba estación de penitencia en Semana Santa desde el convento de la Merced hasta la Santa Iglesia Catedral por las mejores calles de la ciudad, acompañada de mucha gente devota. También hay constancia documental de su asistencia en aquellos tiempos a las procesiones del Corpus Christi y la de la Bula de la Santa Cruzada.

En aquella poderosa Sevilla, en la que la religión lo encarnaba todo, el devocionario local mantenía una enorme presencia en los acontecimientos cotidianos, pues a sus sagradas imágenes se les atribuían intermediaciones milagrosas, así como la salvadora protección de males endémicos y hecatombes naturales. A lo largo del siglo XVII, la Expiración va a contar entre su nómina de hermanos con destacados comerciantes enrolados a los negocios de ultramar, influyentes personajes que encontrarán en ella su particular clientelismo devocional. Es el caso del agente del consulado de Sevilla dedicado al comercio de Filipinas y ropas de China en Perú, don Cristóbal Ezquerra de Rozas.

La Virgen de las Aguas, con las manos originales de Cristóbal Ramos de 1752 Dani palacios

Una etapa dorada, la del siglo XVII, en la que la hermandad terminará las obras de su capilla dentro del convento, enriqueciéndolas con piezas de arte realizadas por artistas de máximo prestigio como el pintor Francisco Varela, discípulo de Juan de Roelas, el propio Bartolomé Esteban Murillo, que pintó para la hermandad un primoroso lienzo de la Resurrección de Cristo (tras el expolio francés en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y reclamado por la propia hermandad), o el reputado escultor Francisco Antonio Ruiz Gijón, a quien se atribuye la autoría de los evangelistas que flanquean las esquinas del actual paso del Cristo.

Todavía hoy, cuando vemos procesionar por las calles de Sevilla al Cristo de la Expiración, adivinamos en el expresionismo corporal del emblemático crucificado ciertos ecos italianizantes que llegaron a este puerto hace cuatrocientos cincuenta años, cuando la católica monarquía hispánica, también llamada Imperio español, dominaba el mundo desde esta ciudad, la misma que se quedó impregnada del carisma americanista y universal que definió a lo largo del Seiscientos a la antigua cofradía de la Expiración de Cristo.

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