Mujeres de la pasión
Marta de Betania
Permanentemente atareada y pendiente de todos los detalles, una corriente de simpatía me hacía justificarla cuando escuchaba la lectura del evangelio en el que Jesús la reprende con dulzura

Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Lucas, 10,38.
Lucas y Juan nos muestran en tres ocasiones a Marta como anfitriona de Jesús aunque, modestamente, creo que fueron muchas más, puede ... que, incluso antes de Betania, en Galilea. Sólo así se entenderían esos diálogos con Jesús rebosantes de la confianza que nace de la convivencia y de los ratos de tertulia.
Permanentemente atareada y pendiente de todos los detalles, una corriente de simpatía me hacía justificarla cuando escuchaba la lectura del evangelio en el que Jesús la reprende con dulzura. Al fin y al cabo, si su hermana María siempre se llevaba la mejor parte, era gracias a que Marta se ocupaba de todo lo demás. Es servicial, sincera e impulsiva, un poco renegona a veces. Jesús la riñe con cariño, pero ella no se enfada, porque se conoce y sabe que debe reprimir su ímpetu. Poco a poco, comprenderá que además de servir a Jesús y a todos los que acoge en su casa, debe prestar atención a lo importante. Y Marta, como discípula aplicada, afirma:
— Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido al mundo.
Cuenta La Leyenda dorada del monje Jacopo de la Vorágine que era una princesa que gobernaba con inteligencia su castillo mientras sus hermanos andaban a otras cosas. Tras la resurrección de Jesús, los tres llegaron a la Galia romana en un barco sin vela, remos ni timón, y convirtieron al pueblo a la Fe.
¿Princesas y castillos? ¡Sólo nos faltan los dragones...! Y Marta fue a Tarascón y apaciguó a la Tarasca, una bestia inmunda, mitad dragón y mitad pez, con dientes afilados, cola de serpiente y cuernos de buey, rociándola con agua bendita y atando su faja alrededor de su cuello para domesticarla. Allí, en Tarascón, se veneran las reliquias que tantos hermanos de Santa Marta han visitado en peregrinación. Por cierto que en Sevilla la Tarasca representó en la procesión del Corpus Christi a la herejía acompañada de gigantes y cabezudos hasta que en el año 1790, el rey Carlos III prohibió todo elemento profano.
A las seis de la tarde, cada Lunes Santo es un viernes con prisas porque se acerca el sábado judío, y Marta se une a la comitiva fúnebre como Mirófora, porque quiere asegurarse de que la última morada del Señor está en orden. El resto del año, recibe a diario en San Andrés, cruzando el compás y tras una cancela abierta de par en par. En particular, los martes, cuando su hogar rebosa de sus muchos e incondicionales devotos.
A veces, le descubro canas y ojeras tras escuchar las confidencias de decenas de personas, a quienes dice con modestia que ella sólo está allí para recibirlos y darles un abrazo, pero que lo importante es girarse y quedarse a solas con el Cristo de la Caridad y con su madre, la Virgen de las Penas. Hisopo en mano, Santa Marta espanta en Sevilla a los dragones contemporáneos que nos atormentan. La enfermedad. La soledad. Las despedidas. El miedo al fracaso. Las adicciones. La injusticia. Las estrecheces económicas. El dolor por los padecimientos de nuestros seres queridos. El desamor. La hipocresía. Luego, aunque cierre la cancela, seguirá de guardia en el azulejo de la plaza por si la necesitamos a horas intempestivas.
Patrona de la hostelería, cada 29 de julio celebra emocionada y orgullosa su onomástica, aunque se queja de que siempre resulte la jornada más calurosa del estío sevillano. En esas doce horas de besamanos, Marta hace honor a su nombre, «la señora» o «la dama», y la vemos a pie de calle aún más esbelta y guapa a reventar. ¿Qué tendría en la cabeza Sebastián Santo para idear esa cara?
¡Bendita tú, Marta de Betania y de San Andrés, que nos enseñas a anudar con gracia y firmeza tu faja rayada de hebrea para domar a nuestros dragones y seguir adelante en nuestro día a día!
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