A Realce
Joaquín Gómez sublima la belleza de la virgen 'desconocida' de la Madrugada
El cambio de vestidor está sacando el máximo partido a María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso, soberbia en cada cambio de atavío
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Cada Madrugada se produce uno de los momentos más incómodos de toda la Semana Santa. Nada más discurrir el portentoso paso del Señor del Gran Poder, la masa de público se dispersa casi en desbandada como si el cortejo concluyera con los ... tramos de penitentes.
Es una noche con mucho, y muy bueno, que ver y se parte de la base de que cada persona usa su tiempo como le place. Pero el efecto Mayor Dolor y Traspaso es digno de estudio.
La sombra del Señor de Sevilla es alargada. Realmente lo es la de cada gran puntal devocional de la ciudad, pero aquí no hay misterios rotundos ni un acompañamiento musical de primer nivel que pueda hacer más redondo el reclamo. Cosa paradójica cuando el público ha dado visos de estar ávido de pasos, del que sea, durante las últimas semanas de la Cuaresma.
No se puede negar que la imagen de la dolorosa tiene unción. De ahí que quizás hiciera falta alguna fórmula para 'redescubrirla' y, a tenor de lo visto en los últimos meses, la hermandad está en el camino correcto.



La manera en que el nuevo vestidor, Joaquín Gómez, viene presentando a la madre de Dios según San Lorenzo está captando poco a poco el foco de los cofrades. Porque en ese estilo suyo elegante, sereno, y adaptado siempre a la fisonomía e identidad de la talla en cuestión, la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso está sobresaliente.
Especialmente acertados fueron los atavíos propuestos para la Misa de la Inmaculada, en diciembre, con una dulce gama cromática en torno al azul de la onomástica; para el besamanos de marzo, con unas proporciones y caídas sublimes; o para la Cuaresma, es decir, de hebrea, con un diestro uso de la blonda y el forro del manto.
Todos estos cambios han ido predisponiendo a un resultado de alto nivel de cara a la salida procesional, el que efectivamente ha gestado con el manto y saya granate de Rodríguez Ojeda de comienzos de siglo XX.
Ya se puede admirar en la Basílica, pero también cuando el Viernes Santo anote sus primeras horas por las calles de Sevilla, tras el camino que abre la esperada zancada del Gran Poder.
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