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Gran procesión de Roma

'Espirazione e Speranza', una procesión para la historia

El Jubileo de las Cofradías une en los monumentos de la Roma imperial al Nazareno de León, la Esperanza de Málaga y el Cachorro de Sevilla

El cardenal Fisichella presidió el palco de autoridades en el Circo Máximo

El Cristo de la Expiración (el Cachorro de Sevilla) ante el Coliseo Raúl Doblado
Alberto García Reyes

Alberto García Reyes

Enviado especial a Roma

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Iba el Cachorro tocando el arpa de Nerón por el Coliseo, con los tres dedos de su mano derecha que Ruiz Gijón talló durante el arpegio de la muerte, y la brisa palatina movió su sudario, que es como la Victoria de Samotracia, para recordarle ... a Roma que el crucificado de Triana vive. El gótico de Perpignan tiene muerto hasta el barniz, pero el que inspiró la saeta de Machado al Cristo de los Gitanos de la Cava, siempre por desenclavar, era un grito de júbilo por el Foro. O de Jubileo. No acompañaron los nativos. Sólo había sangre española detrás de las vallas y algún turista despistado. Nadie de las siete colinas. Pero los pocos que habían miraban encogiendo los hombros. «Cos'é questo?». Es difícil dejar caer la quijada a quienes viven en la rutina del esplendor de Miguel Ángel y Da Vinci, de la arquitectura indestructible del imperio, de la grandilocuencia vaticana, del exceso de Santa María la Mayor y San Juan de Letrán, de las avenidas para las carreras de cuádrigas. Pero el trono de la Esperanza malagueña avanzaba por el Circo Máximo, más verde y más puro su manto que las aguas de la Fontana di Trevi, y podía resistir en la pequeñez de la cara de Mena, o de quien esculpiera esa maravilla, todo el peso de la historia. El Jubileo de las Cofradías no llenaba la amplitud de las calles del César, valladas a demasiada distancia, pero el mensaje caía con la llovizna de la tarde sobre los fieles de todo el mundo. La Esperanza no tiene fin, el Cachorro nunca muere. Fiumicino era por la mañana una olla de Babel. La desembocadura del río más caudaloso del planeta: el cristianismo. La entronización del Papa León XIV, adalid de la piedad popular pero sin presencia en este acontecimiento, ejercía de fuerza de atracción. Las mismas monjas brasileñas de la Orden de Fátima que habían hecho escala en Madrid con sus tan reconocibles hábitos para ir a la misa de Prevost estaban por la tarde ante el Nazareno de León intentando explicarse lo que veían, que en realidad era lo nunca visto. Una amalgama de la historia del arte paseando por una de las cunas de la civilización universal a mayor gloria de Dios. El Señor ojiplático de Castilla ante las termas severianas y el estadio palatino. Toda la procesión era un catálogo de la diversidad piadosa. El trono pequeño de la 'Adoloratta' de Enna frente al trono imperial de la Esperanza perchelera. «¡Viva la reina de Málaga!», gritaban sus paisanos por todo el recorrido con sus camisetas verdes serigrafiadas con el lema 'Spes romae'.

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