Sábado santo | semana santa de sevilla
Eclipse de muerte

«El Sábado Santo es el día en que todo empieza de nuevo. No es jornada de acabamiento y postrimerías sino de arranque y nacimiento. Aunque haya que esperar a la medianoche, a que se cierren las puertas de San Lorenzo, como está mandado»
El sol sale el Sábado Santo pero una pena negra del tamaño de un planeta lo oculta enseguida. Y no vemos nada, o muy poco. No se trata de ningún fenómeno astronómico, ninguna de esas efemérides que se recopilan para el cálculo de las derrotas ... marinas. Porque aquí no hay más derrota que la de la propia muerte, escarnecida, vapuleada, vecinal y humillada al cabo de tres días interminables de dolor y llanto. Hasta las cajas de los tambores se destemplan y suenan desmayados, ahítos de una semana que nos parece interminable… porque, realmente nunca termina.
Pero el Sábado Santo es el día en que todo empieza de nuevo. No es jornada de acabamiento y postrimerías sino de arranque y nacimiento. Aunque haya que esperar a la medianoche, a que se cierren las puertas de San Lorenzo, como está mandado, para que todo vuelva a la vida, renacido del agua y del Espíritu, llameando en el cirio que alumbra la fe de los cristianos, ofreciendo alabanzas a gloria de la víctima propicia. ¡Oh, qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!
Entonces nos alumbrará el sol que nace de lo alto sin que ninguna pena lo eclipse ya. Será la muerte –el luto por el Yacente, el duelo en torno a Villaviciosa, los dolores de la Piedad, la Soledad desconsolada– la que quede superada para siempre. Porque el Varón de Dolores, de apariencia infrahumana, sanguinolento y tumefacto con aspecto de gusano, ha vencido a la muerte clavado en la cruz y por sus Cinco Llagas destila la sangre de la redención humana para que haya Esperanza en el cielo y en la tierra, por la calle Sol y por el arco de la Luna.
Feliz culpa que mereció tal redentor para que el Sábado Santo refulja hasta que llegue la alborada de la Resurrección y la Virgen de la Aurora deje de llorar porque, en verdad, ha resucitado.
Por Antonio Cattoni
El color: fundido a negro
El Sábado que fue de Gloria es ahora jornada de luto a pesar de la cercanía de las campanas de Pascua. Se ha tomado prestada el alma de la jornada precedente para proponer alegorías y símbolos, con una paleta de nobleza y barrio, juventud y arraigo, pueblo e institución, singularidades artísticas y obras colectivas. Así se ha construido este día que incorporaba a el Sol desde el Plantinar, como no mucho antes hizo con los Servitas, cofradía admirablemente nacida para un lugar, desde un cerebro. El Santo Entierro es la matriz que permite entender el resto de lo que está por vivir, pero a mí me gusta confundir en la noche dos espacios: la plaza de San Lorenzo (pesada ausencia de El Sacri en el balcón) y el callejón de la Trinidad, todo barrio y todo Esperanza. Y mientras la Paloma Blanca cruza el umbral de cada corazón, los tañidos alegres se confunden con los últimos vaivenes de los flecos de bellota de la trinitaria. La Semana Santa está hecha y por hacer.
Por Pepe Trashorras
La marcha: 'Amarguras'
En la Semana Santa, todo rima. Por eso, no podía terminar de otra manera que como empieza, cuando la fiesta grande rompe aguas en el atril del Maestranza. Dos semanas después, la ojiva de Santa Marina elige como canción de despedida los sones más icónicos: el himno de Font de Anta. En la recogida de la Aurora en su templo, cuando el sol ha dejado de reflejarse en las aún nuevas bambalinas del palio, 'Amarguras' adquiere un carácter distinto al que tiene en el pregón, y también al del Domingo de Ramos. El regusto de sus últimos compases es la forma más redonda que tiene Sevilla de decir «hasta el año que viene».
Por José Manuel de la Linde
Luces: la estética de Los Servitas

La hermandad de San Marcos nació para la Semana Santa de Sevilla hace relativamente poco: en los años setenta del pasado siglo se incorpora a la nómina de las hermandades que hacen estación a la Catedral. Sus formas responden al genio de Antonio Dubé de Luque, quien diseñó de principio a fin cada uno de los elementos: todos los enseres y por supuesto las piezas de bordado y orfebrería que componen su rico patrimonio: palio, manto, peana, cruz de plata de formas tan barrocas, pero también escalerilla forrada que permite a los encendedores prender los pabilos de los codales. Igualmente puso de su parte para darle su fisonomía definitiva a la Virgen de la Soledad, obra original de Castillo Lastrucci. Con todo, la estética de los Servitas no se puede entender sin su contexto urbano: su pequeña capilla con la fachada de ladrillo visto; su estrecha calle, el entorno mudéjar de San Marcos, la plaza íntima de Santa Isabel, poblada de naranjos en flor y del sonido de su fuente.
Por Javier Comas
La estampa: la puerta que se cierra en San Lorenzo

San Lorenzo condensa en su puerta el momento marcado en la memoria de generaciones de sevillanos que ven en este instante del Sábado Santo el ocaso del gozo. Este año, la voz del Sacri no será la banda sonora de la Soledad por su plaza cuando un torrente de luz impere en el rectángulo donde vive Dios durante todo el año. Es el paso de las azucenas iluminado por una candelería totalmente encendida que encara el pórtico soñado. Volverá a ser, como siempre ha sido, una de las fotografías de la Semana Santa de Sevilla.
Por Fran Piñero
La voz: la soledad, sonora, de San Lorenzo
Hay rincones de la ciudad que evocan sonidos. El pintoresco enmarque de la zona central de la plaza de San Lorenzo, con el preceptivo rótulo enmarcado entre balcones, un farol sevillano clásico y el azulejo de la Virgen del Rosario con el Niño, de Murillo, es capaz de transportar a quien lo contempla hasta el Sábado Santo. A la voz del Sacri. El templado cante de José Pérez Leal resuena en el imaginario del cofrade como un bálsamo para los momentos en los que el fin empieza a precipitarse, en conjunción perfecta con el crujido de la antiquísima madera del paso de la Soledad y las puntuales, pero certeras, órdenes de los Ariza. Este año, la Soledad se sentirá de una manera especial, de un mayor abandono si cabe. La garganta de aquel entrañable saetero se apagó a finales de noviembre, pero no por ello desaparecerá su legado. Pues no es difícil recordar los matices y quiebros que el Sacri imprimía en cada verso de esa célebre quintilla: «Ay Soledad de San Lorenzo / del cielo rico tesoro, / tú eres la Paloma Blanca, / divino broche de oro / que cierra la Semana Santa».
Por Francisco J. López de Paz
Sombras: el barrio del Sol
Viven enfrente. Uno se llama Kevin y sus compañeras de piso Sheila y Desiré. La suelen alquilar año por año. Están estudiando. Al lado suya vive una familia peruana muy simpática. ¿El Sol? ¿Eso qué es? No saben que sale una cofradía porque en Semana Santa se van a sus pueblos y a sus países. El Plantinar es como el reflejo de una comunidad de naciones y de estudiantes. Un barrio que –como pasará con el Tardón– ha ido perdiendo a su vecindario habitual para convertirse en un inmenso parque de viviendas de alquiler que suelen ocupar principalmente estudiantes o personas que llegan a trabajar. Claro que hay un sector que tiene arraigo y que sale a la calle a ver a su hermandad. Pero tampoco la cofradía ha conseguido de su entorno (que está lleno de colegios por cierto) un respaldo abrumador. Por eso están pensando darle una vuelta a todo. Empezaron en su día con el palio al que le retiraron ciertos elementos para hacer algo original pero homologado, ahora lo hacen con la túnica. Después, seguirán con más cosas. El caso es plantar cara al efecto Plantinar.
Por José Gómez Palas
La primera vez: el Sol por los jardines en busca del itinerario ideal

La hermandad del Sol realizó su primera estación a la Catedral en el año 2010 por un recorrido de diez horas y media que le llevó por el Arco del Postigo hasta la Plaza Nueva y la Campana y, de regreso, a transcurrir desde la Pasarela por el barrio de San Bernardo. Desde aquel bautizo procesional raro ha sido el año en que la corporación del Plantinar no ha introducido modificaciones sustanciales en su itinerario: unas veces buscando recortar el tiempo de estancia en la calle, otras obligadas por las obras del tranvía y las más intentando hermosear un recorrido áspero y desabrido para una cofradía de ruan (el año que viene se modificará el hábito nazareno) que llega al Centro desde tan lejos. En estos años la hemos visto acceder al Centro por la avenida de Roma, hacerlo por la calle San Fernando, subir el puente de San Bernardo, visitar este barrio a la ida, hacerlo a la vuelta… En esa búsqueda incesante del itinerario ideal, la nueva junta de gobierno apuesta este año por una novedad llamativa: el cortejo transitará, en su discurrir hacia la Catedral, por los Jardines de Murillo.
Por José Antonio Rodríguez
La cuadrilla: la Canina, seria guasa
Ser costalero de la Canina debe marcar desde el mismo momento en el que nadie quiere que el paso se detenga delante. La superstición, el mal fario, las leyendas que circulan en torno a tan patética figura hacen que debajo de los faldones se escuchen todo tipo de comentarios, sornas y guasas procedentes del exterior cuando el paso se detiene. El capataz Alfonso Hijón 'Fito' tiene una cuadrilla joven en la que no se pierden la seriedad. «Y es que la devoción por la Canina va en aumento», como bromea su hermano mayor, Fermín Vázquez. De moda, desde luego está, pues protagoniza desde camisetas hasta portadas de programas de mano.
Por Mario Daza
Lo que perdimos: el palio blanco de la Trinidad

En la Semana Santa de 1924, la Esperanza de la Trinidad salió por primera vez bajo palio por las calles de Sevilla. Era Jueves Santo, el día en el que por aquel entonces había estación de penitencia la cofradía salesiana y la estética que rodeaba a la dolorosa de Astorga era bien distinta a la de nuestros días. La hermandad adquirió entonces unos varales lisos y unas bambalinas de terciopelo blanco, color que predominó hasta el pasado de las caídas al terciopelo verde, en el que se respetaron los mismos bordados que realizó el taller de Sobrinos de Caro. También llegó a lucir un manto del mismo color, por eso se la conoció como 'La Esperanza blanca', esa misma que anticipa la Resurrección cada Sábado Santo.
Por Julio Mayo
La historia: manuscrito de paternidad

En el interior del Cristo yacente del Santo Entierro ha aparecido un manuscrito, con motivo de los trabajos de restauración acometidos sobre la imagen, que acredita la autoría y datación exacta de la obra. El documento confirma las intervenciones del insigne Juan de Mesa y el pintor Juan Sánchez Cotán, responsable de la encarnadura de la efigie; precisa la cronología de los trabajos concluidos el 12 de marzo del año 1619, a petición y encargo de la cofradía del Santo Entierro.
Testimonia el pergamino igualmente las numerosas limosnas aportadas por muchos devotos, contextualiza el momento de ejecución bajo el papado del sumo pontífice Paulo V, el Rey Felipe III y el arzobispo de Sevilla, don Pedro Vaca de Castro y Quiñones, además de inmortalizar a los benefactores, y principales promotores del encargo de la imagen, Sebastián González, veedor de artillería, al licenciado Agustín Fernández y de Castro y a su hermano Luis Fernández de Salguero.
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