La devoción a la túnica del Calvario, por Garrido Bustamante: «Miro a mi Cristo y le digo: cuando Tú quieras, maestro»
Comentario de texto
Se cumplen 35 años del pregón del maestro de periodistas, cuya «piel penitente» sigue cubriendo su cuerpo esa primera Madrugá sin su voz
Así le dio Rodríguez Buzón la rosa a quien ya era primavera: «¿Quién puede igualarse a Ti / Esperanza Macarena?»
El pregón que sí dio Pascual González cumple 30 Martes Santo: «Tu corona es San Benito»
La nostalgia del gozo la explicó Joseph Peyré: «Toco aquí uno de los secretos de la tristeza de Sevilla»
Inconfundibles fueron su voz, su relato y su oratoria. El timbre de José Luis Garrido Bustamante constituye uno de esos tesoros intangibles de la Semana Santa de Sevilla. Patrimonio inmaterial de quienes siempre quisimos indagar un poco más acerca de cualquier historia que merezca ... ser divulgada. A tiempo llegaron, qué menos, homenajes y condecoraciones, aunque él siempre se distinguió por la calidez del profesional cuya diligencia hablaba por los codos. Él no. Quienes trabajaron con el genio siempre destacaron su liderazgo, su capacidad de desgranar cada detalle, hasta el más insignificante, y ese virtuosismo innato de saberse durante muchos días y no pocas noches una de las grandes referencias orales de la ciudad de la que siempre se ha dicho que se escribe mejor de lo que ya se muestra. Maestro de periodistas pasados y futuros, en verdad fue su canto a Sevilla en el pregón de 1990 el que le abrió definitivamente las puertas de la Híspalis más pasional. La que él tomaba con sus dos manos nazarenas para, desde el eco de la capilla mudéjar del Dulce Nombre de Jesús de la Quinta Angustia, sanar las llagas de un Cristo que descendía tras morir en el Calvario. Porque Garrido Bustamante fue el Nicodemo del Crucificado de sus entrañas.
Ése fue su inicio y su final. Lo que él mismo denominó en su pieza la 'Oración íntima', que fue el epílogo de su pregón: «Y a mi Cristo que duerme con su más dulce muerte / yo le pido que, cuando me desprenda lo humano / se libere de clavos de su sueño despierte / y me saque del mundo agarrado a su mano». Hay en la primitiva hermandad de los Mulatos un Centro de Documentación extraordinario del que se habla poco en Sevilla. Y uno de los archivos más fascinantes publicados por su hijo Javier Garrido es la retransmisión de la salida de la cofradía desde el interior de la iglesia por el insigne narrador un 4 de abril de 1969, veinte años antes de subirse al atril. Es simplemente evocar el paraíso de su elocuente narrativa y el mundo entero parece acaso la nada en contraposición de ese universo que va del Cristo a su transida Madre de la Presentación. Así lo cuenta él, léanlo en voz alta y hagan que suene: «Dios hecho hombre, muerto por todos nosotros. Por ustedes, también. Él ya lo había dicho a sus discípulos: nadie ama más a sus amigos que aquél que voluntariamente da su vida por ellos. Y también dijo que nos amáramos. [...] «Mirad cómo yo os amo que aquí voy por las calles sevillanas, todavía pendiente de una cruz. Yo soy el camino. Olvidaos de vuestro egoísmo; amad a los demás y daos a los demás, porque sólo así haréis que mi sacrificio no sea estéril»».
Hay en su tono ciertamente mucho de la Sevilla cofrade que él mismo contó. Como trovador fueron muchos los textos que dedicó a la fiesta mayor, algunos de ellos en blanco y negro publicados y otros tantos en colaboraciones en prensa, como en este mismo periódico. En los medios de comunicación locales, más ventanas interpersonales de sus recuerdos y sus hábitos, siempre cultivando con destreza algunos cuartetos y no pocos romances que llamaban a la acción y sobre todo punzaban en la reacción de quienes lo escuchaban. Porque qué bien se han llevado siempre los pasos andando sobre los pies, ¿verdad? Esa musicalidad le venía dada a quien ofreció quizá una de las mayores catequesis litúrgicas a la figura de la túnica, hoy que parece que salir de nazareno en Sevilla es un bien devaluado y maltratado. Denostado. El pasado Viernes Santo continuó tan vivo en la memoria de quienes lo seguimos escuchando —joven y vigoroso—, contando la salida de su cofradía, que hoy sigue siendo todavía para recordar lo que le dijo Pepe Galván de ése su regio cortejo de ruan y esparto: que más que no hablar, parecía que los nazarenos del Calvario es que ni respiraban. Qué verdad cobra ahora semejante sentencia, recordada en pandemia por uno de los más grandes pregoneros. He aquí el epitafio versado en su obra 'Blanco, negro y gris', recitado años después a Francisco Robles, que sabe tan mal como contar una Madrugá sin que resuene esa voz inmarchitable.
El respeto reverencial por la túnica, por Garrido Bustamante en 'Blanco, negro y gris' (2012)
«Ni ella ni yo estaremos
cuando esta túnica mía
no cuelgue de su perchero.
Ella, ya piel penitente
habrá cubierto mi cuerpo
unida a mi carne y juntas
habranse fundido dentro
del haz más prieto de sombras
y de silencio de un féretro.
No quiero trazar la imagen,
me aterra pensar en eso,
mas sé que, a la postre, el día
vendrá sin otro remedio
y con la túnica puesta
habré de asomarme al cielo.
O no, ¿quién sabe?
Lo cierto me espera en ese momento.
Miro a mi Cristo y le digo:
cuando Tú quieras, maestro».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete