Crónica
El Cachorro entrega a Roma la procesión de todos los tiempos
La imagen del Cristo de la Expiración junto al Coliseo se guardará en los anales por los siglos de los siglos
La tromba de agua que cayó al final del Circo Máximo obligó a acelerar el ritmo ya de regreso

A la hora nona expiraba el Cachorro por el Coliseo. Allí, en este símbolo del martirio de los primeros cristianos, donde cada Viernes Santo reza el Papa el Vía Crucis, pasó el crucificado más barroco por el escenario de todos los tiempos. La imagen de ... Ruiz Gijón enmarcada bajo los restos milenarios del mayor emblema del Imperio regalaba la fotografía más importante de la historia. Eran exactamente las 15.37 horas de la tarde cuando terminaba de bajar la Vía Claudia, que ayer era su calle Castilla, para encuadrarse en los arcos del Coliseo, que fueron los ojos del puente. Sonaba 'Macarena' con el sol dorándole el costado de pleno y Diana Navarro, de mantilla, le cantaba una saeta. Entonces el cielo comenzó a encapotarse de nubes altas, en el lapso que fue del Coliseo al Arco de Constantino, que sirvió de ara y retablo al Cachorro.
Fue el momento cumbre de una procesión que acabó bajo el agua pero que comenzó con un cielo despejado en la piazza Celimontana minutos antes de las dos. A esa hora abría el cortejo la cruz patriarcal de Mafra, desde una carpa donde se congregaron cofrades de Francia, Italia, Portugal, Perú y España vestidos con sus hábitos característicos. En el interior esperaban el Cachorro y la Virgen de la Esperanza de Málaga, que fueron el colofón de este cortejo cuyo primer hito lo marcó el Nazareno de León, sobre el antiguo paso de San Gonzalo y con una agrupación musical. Le siguieron los crucifijos de los 'casacce' de Génova, con sus impresionantes flores de talco rematando la cruz, y el particular crucificado de Perpiñán abrazado por nazarenos con capirotes. Tras ellos llegaba la Addolorata de Silicia, una dolorosa en un templete acompañada por una banda interpretando marchas fúnebre junto a un coro, que fue de lo más solemne de la procesión.
Era el momento del Cachorro. La primera levantá se le ofreció al mayordomo del trono de la Esperanza. Salía minutos antes de las tres del tinglado el Cristo con el Himno de España. Se cuadraron los guardias civiles de escolta y los policías italianos. La gran banda a dúo formada por la Oliva y la Puebla arrancó con la marcha que Gámez Laserna dedicó a la Virgen del Patrocinio, seguida de 'Sevilla cofradiera' por el principio de la Vía Claudia, que estaba vacía de público hasta casi llegar al Coliseo.
Se preparaba en la carpa el imponente trono de la Esperanza, que es la proporción áurea que Fibbonaci calculó sobre el hombre de Vitruvio, que es el Cachorro. Todo estaba medido, menos la emoción. Los malagueños desbordaron de lágrimas y vivas todo el recorrido desde la misma salida. Sonaba la campana para levantar el trono que se apoderó de las calles anchas de esta Roma imperial.
Se iniciaba aquí la segunda parte de una procesión que resultó fría al comienzo en cuanto a las distancias con el público, por las vallas excesivamente separadas, y que en ningún momento llenó las calles por las que discurrió. Eso facilitó, eso sí, que los sevillanos y malagueños desplazados en masa hasta Roma pudieran moverse con mayor facilidad, pese al celo de los miembros de seguridad italianos que acordonaron un recorrido inigualable junto a los Foros Palatinos.
El Circo Máximo
El ritmo se ralentizó cuando el cortejo alcanzó el Circo Máximo, que fue el otro gran hito y puso un escenario único para el Cachorro y la Esperanza. Las amplitudes de las avenidas junto al viejo recinto de las carreras de cuádrigas, que rodearon las hermandades para regresar por el mismo itinerario, las llenó el Cachorro.
Se había preparado un palco de autoridades que estuvo muy nutrido. Lo presidió monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, que es la organizadora del evento, y que ya conoció al Cachorro en Sevilla cuando se celebró el Congreso de Hermandades. Junto a él estuvieron el arzobispo hispalense, monseñor José Ángel Saiz Meneses, entre otras autoridades eclesiásticas. También estuvo el alcalde de Roma, Roberto Gualteri; la vicepresidenta del Gobierno de España, María Jesús Montero; el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno; los consejeros Arturo Bernal y Carolina España; y los alcaldes de Sevilla y Málaga, José Luis Sanz y Francisco de la Torre, entre otros.
Allí llegó el Cachorro con 'Margot' y se volvió al palco, donde recibió una ovación de varios minutos antes de proseguir para rodear el Circo Máximo.
La gran tromba de agua
Ya cuando el Cristo de la Expiración llegaba a la tribuna de autoridades comenzó a chispear levemente, sin apretar. Estaba anunciada desde una hora antes la llovizna, que no alteró el cortejo. Salió de hecho el sol entre las nubes negras por el poniente de Roma cuando el crucificado bordeaba los restos arqueológicos más antiguos de la Ciudad Eterna. Pero fue un espejismo.
Saliendo el Cristo de nuevo hacia la Vía di San Gregorio, que es una cuesta que subía de nuevo hasta el Arco de Constantino y el Coliseo, apareció de verdad la lluvia. Comenzó a caer agua con gran intensidad y la procesión aceleró. Al Nazareno de León le cogió llegando al Coliseo y a la Esperanza, que cerraba el desfile, en el Circo Máximo. Los costaleros, gladiadores del Cachorro, se hicieron toda esta calle de dos chicotás, que sirvieron para que todo el público de Sevilla se metiera entre las vallas y arropara al Cristo, bajo el diluvio, con aplausos. Terminó de caer el sol cuando el paso apareció de nuevo junto al Coliseo. Dejó de llover entonces y de nuevo el ritmo se pausó, quizá demasiado, porque hubo un goteo permanente hasta la entrada. El Foro y el gran monumento de Roma se iluminaron para enmarcar de nuevo otra estampa histórica, esta vez de vuelta.
En torno al paso del Cachorro todos eran rostros conocidos que se abrazaban emocionados, más aún cuando se levantó y comenzó a sonar 'Amarguras' para bordear el Coliseo, en una chicotá para la historia y que produjo probablemente las mayores -y quizá las únicas- bullas de toda la procesión.
Al Cachorro, a eso de las nueve, le quedaba ya el último tramo de un inmenso recorrido de 3,7 kilómetros por la Antigua Roma, subiendo la Vía Claudia hasta el tinglado que le daba cobijo. Fue como una contrarreloj, porque seguía lloviznando y las hermandades que le precedían no avanzaban. Hubo un momento, incluso, cuando estaba cayendo la tromba una hora antes, que se planteó que el cortejo del Cachorro adelantase por los carriles de la izquierda de la Vía di San Gregorio para poder llegar antes a la carpa. No ocurrió.
Sin embargo, entre el paso del crucificado y el de la Esperanza sí se abrió un enorme hueco. La hermandad malagueña no aceleró tanto el ritmo. De hecho, cuando el Cachorro se despedía de Roma al son de la saetilla final de la marcha que le compuso Gámez Laserna, la Esperanza aún estaba subiendo por el Coliseo.
Así fue la procesión más extraña, y más grande en cuanto a su escenario y trasdencencia de cuantas se han celebrado en décadas. Los miles de peregrinos que viajaron para verla se llevarán para siempre en el recuerdo las estampas más simbólicas y hermosas. Y así, pasarán los siglos y se seguirá hablando de aquel 17 de mayo en el que el Cachorro conquistó el epicentro de la Roma imperial, después de haber recibido a miles de devotos en la basílica de San Pedro del Vaticano. Todo ello días después de la muerte de un Papa, un cónclave y la elección del nuevo Pontífice. «Venimus, Vidimus, Deus Vicit». El Cachorro venció al tiempo y al espacio.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete