Patrimonio
El antecamarín de la Macarena, la puerta del cielo
La Macarena abre después de varios años de trabajo el antecamarín de la Virgen, una estancia decorada por el pintor Manuel Peña que ha convertido una habitación de paso en la antesala del paraíso
La Macarena firma con Manuel Peña la decoración pictórica de dos nuevas salas de la basílica
Las Penas de San Vicente: la hermandad que quiso ser
Sevilla
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Iniciar sesiónAntes de llegar al camarín de la Virgen de la Esperanza había una habitación no demasiado grande. Se trataba de una un espacio funcional al lado del habitáculo más importante de la basílica como es el camarín de la Esperanza. Allí figuraba desde 1964 un ... azulejo del Gran Poder. Quizás por ello era el lugar donde cada Viernes Santo se reunían los oficiales de la Macarena con los del Gran Poder que habían venido a pedir la venia. Aquí se firmaban los documentos que renuevan cada año la concordia entre las dos cofradías.
En la nómina de hermanos de la Macarena figura como miembro de número Manuel Peña Suárez, un artista plástico de los más destacados de Andalucía. Peña, formado en Sevilla, Valencia y Roma, es lo más parecido a un artista del Renacimiento que tenemos en Sevilla. Maneja como nadie técnicas de todo tipo y ha tenido la fortuna de empaparse en la capital italiana del derroche de arte que se puede apreciar en cada esquina de la Ciudad Eterna. Peña no solo es un apasionado del dibujo sino del color.
La tercera pata del banco es el actual consiliario de la Macarena José Luis Notario. Cuando era mayordomo de la Esperanza en la primera junta de José Antonio Fernández Cabrero vio las posibilidades que tenía aquella habitación para convertirse en la antesala de la gloria, en la puerta del cielo de los macarenos. La alineación de estos tres planetas ha dado como resultado una obra única en Sevilla, el antecamarín de la Virgen, que es el mayor y mejor exponente de pintura mural contemporánea que se ha hecho en Sevilla y nos atreveríamos a decir que en España en los últimos tiempos.
«Uno de mis propósitos -dice Manuel Peña- era llevar un trocito de Italia a Sevilla, pues mis años previos al comienzo de esta labor los vivo estudiando de cerca a los grandes maestros del Renacimiento, estilo con el que me siento plenamente identificado». Manuel Peña tiene la fortuna de permanecer en la Capilla Sixtina encerrado y únicamente acompañado de su cuaderno y su lapicero. «Acudo -dice- en tres ocasiones y allí comienzo un diálogo de tú a tú con el genio de Michelangelo. Estudio su dibujo, porque antes que pintor me considero un dibujante, sus formas, su estudio de la anatomía… Me traje muchos cuadernos de aquella visita y otros de las estancias de Rafael, otro pintor en el que me miro por su elegancia, finura y sensibilidad tan extremadamente poderosa».
Con esta premisa Manuel Peña diseña una decoración «a la romana» en la que además aparecen elementos simbólicos y figurativos muy relacionados con la hermandad. Crea un discurso rico pero sin llegar al caos. Las dos imágenes más importantes de las pinturas son la virtud teologal de la Esperanza y la virtud cardinal de la Justicia. Ambas aparecen representadas en escorzos valientes, flanqueadas por querubines que sustentan cornucopias, algo que se convierte en un auténtico guiño al barrio de la Macarena al estar cuajados de geranios de todos los colores. También figuran los santos más representativos de la ciudad para convertir los paramentos en una catequesis visual.
Peña es un hombre de Sevilla de aspecto italiano pero en el fondo muy alemán. Es extraordinariamente disciplinado, como lo ha demostrado en estos años en los que ha echado en la Macarena horas y horas en unas condiciones que no son las más agradables para un pintor, por los castigos a los que debe someter al cuerpo para pintar tanto en vertical como en horizontal o en un plano inclinado.
La técnica utilizada es la del temple al huevo, consistente en la mezcla de pigmentos naturales aglutinados con claras o yemas. Una mezcla a la que también se le pueden incorporar otras materias, la mayoría orgánicas y naturales. Los huevos los compraba Peña a diario en las tiendas cercanas a la Basílica. «La pintura mural -asegura- es una de las técnicas más complejas por no decir la que más, partiendo de la elaboración propia de los tonos con pigmentos naturales que hay previamente que tamizar. Hay que tener destreza porque se pinta a base de veladuras y hay que hacerlo muy rápido debido al secado de absorción casi al instante de una pared. Cuando se pintaban superficies grandes había que hacerlo todo por igual, ya que el tono de color conseguido es prácticamente imposible hacerlo en la siguiente jornada. Esta técnica cobró gran esplendor en el Cincueccento italiano».
Sus jornadas de trabajo eran de siete días sobre siete. Tan solo la planificación de los dibujos realizados a tamaño natural para su posterior pasado a plantilla y transferencia al muro le llevó cinco meses. Toda la sala se ha ejecutado a la antigua usanza con la técnica del temple, un método que alarga más las jornadas, ya que como hemos dicho precisa de la elaboración de los tonos propios. «En muchas ocasiones -comenta Manuel- me ha tenido que abrir el guarda de la basílica a altas horas de la noche que era cuando concluía. Y lo mismo al revés, porque hubo muchos días que entraba a trabajar al alba. En lo sentimental he sido muy afortunado al convertirme en estos dos años en el guardián y el vecino, pared con pared, de la Virgen de la Esperanza. Todo un privilegio».
Peña ha conseguido en estos 24 meses un salón del trono equiparable en calidad al camarín de Marmolejo, pero muy complejo ya que no había paredes iguales y el suelo estaba desnivelado. Cuando se mira a la bóveda, el espacio octogonal parece un cielo. Pintarlo fue toda una hazaña, no solo en la dificultad de posturas, rozando el contorsionismo, sino también por la tarea de tener que hacer cáculos y fórmulas matemáticas para dividir espacios e igualar medidas. Pero todo sacrificio tiene su recompensa. Y esta ha sido una estancia que se parece a las más notables del Vaticano. O a esa bóveda azul intenso de la Saint Chapelle de París. Un cielo azul con estrellas doradas pared con pared con la habitación donde vive la Macarena. Todo, obra de un macareno, de Manuel Peña. Ojalá su aportación a la Basílica no termine aquí.
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