La unidad de millón

Vengo leyendo lo del millón de visitantes a la Feria desde antes de que naciera el ligre, aquel híbrido de ojaneta de un circo. Somos exagerados. Mucho. Sobre todo, a la hora de ejercer el miarmismo y el mejormundismo

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Como la mecedora de caoba de la abuela, que heredamos como signo de tiempos superados por Ikea, la unidad de millón con la que solemos medir la masiva afluencia de la Feria se ha quedado entre nosotros como una reliquia. Vengo leyendo lo del ... millón de visitantes desde antes de que naciera el ligre, aquel híbrido de ojaneta que nos presentaba un circo como cruce genético entre el león y el tigre. Ni Villalón buscando toros con ojos verdes, herencia de una obsesión tartésica, derrochó tanto exceso de laboratorio. No me aclaro ahora si la unidad de millón nació en Sevilla o en el Rocío. Tendré que hablar con José Zurita, cronista oficial de Villamanrique, para aclararme.

Pero tampoco me sorprendería que esa unidad millonaria, resaca de aquellos tiempos en los que ir a la Feria no te obligaba a vender un cortijo, no fuera invento local. El otro día se nos revelaba que el mojito no nació, como el tinto de verano, en la tierra donde más se bautiza la manzanilla. No para hacerla católica, apostólica y sevillana. Sino para alcanzar la gloria de su mezcla con un refresco que, igualmente, se cuantifica su consumo. ¿Cuántos litros de mojito se hincará Sevilla en esta Feria? Este año, por ejemplo, se calculan que beberemos un millón de litros de cerveza. Todo a millón. Como un paseíto en un carruaje a la cuarta potencia tirado por troncos de cigalas…

La cifra es redonda y chingona, como diría un cuate. Y encaja, como a Don Koldo unas gafas para despistar, divinamente. El invento no es imputable a la reconocida capacidad de exageración local. Somos exagerados. Mucho. Sobre todo, a la hora de ejercer el miarmismo y el mejormundismo. Cosa que, desde que vi el otro día a la gabarra –no confundir con Cuca Gamarra– he puesto en cuarentena. La gabarra bilbaína, según los periódicos vascos, concentró a un millón de personas, en ambas orillas de la ría del Nervión. Ciento cincuenta y tantas mil menos de las que viven en toda Vizcaya. ¿Cómo han hecho las cuentas estos señores? ¿Se les pegó la exageración sevillana en los tres días que estuvieron de Copa en la Cartuja? ¿O es que lo del cupo vasco imprime carácter a la hora de cuentas ventajosas?

La realidad es que la unidad de millón es comodísima para justificar y redondear un éxito. Que sea una realidad o un mito prefabricado es cuestión de que nos lo sepa aclarar este año la Inteligencia Artificial y los drones. En cualquier caso, la Feria que ayer inauguramos con pescao frito y abrazos de caseta, que son tan eufóricos como los de un relevo de costaleros, deja 800 millones en la ciudad en siete días. Nosotros, que somos los que la hacemos, solo vemos el millón de feriantes que muchos de ellos lleva Miguel Ordóñez en Tussam al real…

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